No tenía pensado hablar este mes del patrimonio de los márgenes, invisible como lo era el tercer mundo del primero según Pier Paolo Pasolini, quien así trazaba una línea muy válida para entendernos, la de un centro valioso y una periferia cegada a los ojos ajenos y por lo tanto casi inexistente, salvo para la moralina y la estadística.

En esta tesitura conviene remarcar otro aspecto. Escribo de memoria, pero creo recordar cómo no hace tanto se aprobó una ley según la cual no se puede derribar un edificio sin antes determinar si tiene valor patrimonial. Esto sobre el papel es estupendo, pero, como decía, aquello que no se ve es como si ni siquiera fuera aire o un fantasma: se puede eliminar sin ruido ni problemas al no formar parte de la ciudad enfocada.

Los seguidores de nuestras Barcelonas quizá recuerden cómo el carrer de Vilapicina continua por el de Espiell, cuyo primer cruce de su breve e interrumpida existencia es con el passatge de les Palmeres, en cuyo recorrido se conservan dos especímenes gigantes de este árbol. El bautizo se produjo en 1942 y rompió la cadena de santos de los aledaños. Poco antes, hacia 1941, se construyó una casa en esta esquina de Espiell con Palmeres. Es blanca, blanquísima, me seduce por ser un arquetipo de una arquitectura residencial de posguerra y tiene todo los elementos del estilo dominante entonces, pero con reminiscencias, diríase, de masía mediterránea.

Detalle de la casa de Espiell con pasaje de las Palmeras. | Jordi Corominas

Lo único que me da felicidad de toda esta historia es cómo la he fotografiado durante años. Mi archivo es un cronista de desapariciones. La casa blanca de Espiell con Palmeres, cuya propietaria original era Enriqueta Rebordosa, irá al suelo para promocionar nuevas viviendas, dúplex y áticos maravilloso.

¿Se ha evaluado el valor patrimonial de la finca antes de tomar la decisión de reemplazarla por un inmueble que despojará a la calle y al pasaje de toda identidad? No tengo dudas ni certezas sobre una respuesta negativa, y lamento la pérdida, como lloraré otra del barrio más densificado y de clase media de la periferia: El Guinardó.

Este lugar perteneció a Sant Martí de Provençals y sólo cobró identidad propia a partir de las Agregaciones de 1897. Poco antes Salvador Riera, creador de un pequeño emporio territorial junto a sus hermanos, había adquirido terrenos a urbanizar para firmar un pelotazo, pues subirían de precio cuando se integraran a Barcelona. Dos de las calles recuerdan esa operación. La que iba de su masía hacia la montaña, la rambla de Volart, homenajea al notario, mientras Villar al arquitecto, asimismo el primer encargado de proyectar la Sagrada Familia.

El conjunto de la calle Villar del Guinardó, de 1885. | Jordi Corominas

En el número 62 de este rincón tranquilísimo, casi sin coches ni bares a menos de cien metros, hay un conjunto de dos casas de planta con un pasajito interior, innominado, justo en medio. Van a ser pasadas por la piqueta y en Internet puede hallarse la promoción de flamantes pisos a muy buen precio de mercado. Se anuncian para 2025 y esa totalidad aún se mantiene en pie. Data de 1885, es una estructura singular, tiene ornamentos no tan usuales en Barcelona y, sobre todo, es una edificación anterior a las Agregaciones y a la urbanización de Salvador Riera, una rara avis en toda regla.

Seguro que nadie la ha evaluado o quizá lo hicieron no hace tanto y por eso no vemos la amenaza de su adiós en el inmediato horizonte. Tampoco se irá así de la noche a la mañana nuestro siguiente invitado, el pasaje más antiguo de lo que se considera la cuadricula del Eixample.

Detalle del pasaje interno del conjunto de la calle Villar. | Jordi Corominas

El passatge de Conradí se ubica entre Sardenya y Sicília. Se remonta a 1812, cuando la zona era de Sant Martí de Provençals, en su barri del Poblet. Hasta finales de los años setenta o principios de los años setenta era accesible desde ambas calles, pero se tapió el acceso desde Sardenya para crear aparcamientos vecinales algo forzados. Esto ayudó a la degradación de la travesía devenida cul-de-sac y progresivo nicho de pobreza desde un aislamiento simbólico, el cierre nunca es casual y en este caso hacina, y la maldita fórmula de dejar pudrir un espacio para rentabilizarlo, un clásico de los Ayuntamientos Democráticos.

El pasaje Conradí actualmente, con la chatarra en el solar. | Jordi Corominas

En el último quinquenio se han aprobado propuestas para terminar con la imparable degradación del Conradí, si bien ninguna ha llegado a buen puerto. Para más Inri, me encanta usar esta expresión, hará dos semanas subía por Sicília y reparé en tenerlo al lado. El Conradí tenía un bloque más grande que delimitaba su ingreso desde Sicília. Desde hace más de una década ha sido un solar. Esa tarde había unas vallas y cuando eso ocurre, máxime si tenemos en cuenta cómo hubo obras en su lado con Rosselló durante la Pandemia, conviene levantar hasta los topes el brazo y sacar una de esas fotos de total incertidumbre.

Vista del pasaje de Conradí. | Jordi Corominas

Al revelarla, más bien mirarla en mi dispositivo, comprobé cómo esa tierra baldía ahora es un campamento de chatarreros. Es alucinante cómo su proliferación ha alterado la configuración espacial urbana. A una nada del parc de les Glòries hay una ruina del presente en uno de sus antiguos dominios. También lo serán, invisibles por lo nuevo y porque lo extinto sólo quedará en fotos y recuerdos, las casas del passatge de les Palmeres y del carrer Villar.

Escombros de un viejo campamento de chatarras en el parque de las Glòries. | Jordi Corominas

Los campamentos de estas mafias son movibles. Se van y vuelven. El Conradí respira un exceso de silencios ante su destino, cuando lo fácil sería abrirlo en sus dos vertientes para vivificarlo y transformar el solar en un área de juego infantil o intergeneracional.

Tengo otra carta para completar este póquer trágico. Salió en la partida durante el invierno. La fortaleza medieval de la torre del Fang en el carrer del Clot y el puente de Calatrava son, respectivamente, un almacén de chatarra y un asentamiento, este último englobado en una ramificación intermitente con prosecución por ese limbo desolador de Gran de la Sagrera antes de Garcilaso.

La torre del Barro, actualmente un almacén de chatarra. | Jordi Corominas

En las últimas semanas los ocupantes de la torre del Fang se sienten tan dueños de este patrimonio denostado, en cualquier otra ciudad se sentiría vergüenza ante la problemática, que llenan de basura ángulos muertos y apoyan un sinfín de colchones en los muros adyacentes. Marylin les acompaña y muy bien nos va la Monroe para poner la guinda de todo este desastre con unos versos muy diáfanos de Pasolini: “Del mondo antico e del mondo futuro era rimasta solo la bellezza”.

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