¿Qué ha pasado durante estos cinco días? Solo lo saben el presidente del gobierno y su equipo; es muy posible que lo sepa más gente, la que se tenía que enterar para lograr sus objetivos políticos, y aquella que no se podía impedir que lo supiera. Un dicho erróneamente atribuido a Abraham Lincoln dice que «podemos engañar a todo el mundo durante un tiempo, podemos engañar algunos todo el tiempo que haga falta, pero no podemos engañar a todo el mundo para siempre». A pesar de que ha pasado muy poco tiempo desde el lunes 29 de abril, en una época de lealtades líquidas y secretos gaseosos, podemos asumir que son bien pocos los que saben qué ha pasado.

Solo tenemos una opción, deducir qué ha conseguido —o, cuanto menos, ha intentado conseguir— el presidente. En primer lugar, más de un enemigo político de su propio partido —o de partidos más o menos aliados— se puede haber sentido tentado de pasar cuentas aprovechando la debilidad que transmitía el jefe de gobierno; esta información, en una legislatura tan inestable como el actual, es muy valiosa, y quien se haya retratado puede pagar cara su imprudencia y precipitación políticas.

En segundo lugar, ha obligado a los adversarios políticos y mediáticos a pronunciarse; Manos limpias no tardó en decir que quizás habían basado su acción judicial en informaciones poco fiables, y Feijoo hizo unas declaraciones más propias de un matón de instituto que de una persona adulta, madura y responsable. En los despachos y en los pasillos también se debe de haber dicho de todo, y no podemos descartar que las carrerillas ante una posible convocatoria de elecciones anticipadas hicieran que algunos partidos tomaran decisiones imprudentes, poco meditadas, y erróneas.

En tercer lugar, ha alejado el foco mediático de su mujer, lo ha concentrado en sí mismo, y ha mantenido la tensión el tiempo suficiente como para que el caso judicial se vaya deshinchando. No podemos dudar que todo esto ha pasado, es cómo funciona la política, lo que no podemos saber es hasta dónde ha llegado, a quién ha afectado y hasta qué punto; tampoco podemos esperar saberlo, porque en política, a veces, la conexión entre las causas y las consecuencias no están claras, y el tiempo y las circunstancias las esconden.

Mucha gente, sobre todo en Cataluña, ha relacionado estos cinco días de abril con las elecciones al Parlament. Es evidente que puede haber tenido algún efecto, aunque sea porque ha distraído los medios catalanes de lo que hacían los políticos en campaña, pero es dudoso que el PSC pueda sacar rédito político de esto. Pero hay una cosa que sí que hemos podido ver. Más allá de si Pedro Sánchez nos cae bien o mal, se ha presentado como un hombre que protege a quién quiere, en este caso su mujer, que es capaz de mostrar vulnerabilidad ante la apisonadora mediática, de hablar de sus sentimientos, de decir que la situación le afectaba y que necesitaba tiempo para pensar qué hacer.

A pesar de que algunos han calificado su actitud de machista, aduciendo que hacía cómo si su mujer no se pudiera defender por sí misma, es verdad que una parte importante de la ciudadanía —que va más allá de su electorado—, ha empatizado con un hombre que se ha mostrado sensible y débil. En este aspecto, Pedro Sánchez es un político diferente y, sea genuino o tan solo un gesto, introduce una nueva dinámica en la política «clásica»; ya hace años que vemos mujeres en política que muestran sus sentimientos, fruto de una lucha feminista de largo recorrido, y se nos dice que es una dimensión humana que tenemos que incorporar. Quizás solo es el rostro más amable del patriarcado o quizás muestra un cambio de rumbo en la política, más reflexiva y amable. Bienvenidos sean estos pequeños gestos, porque a veces son un mundo de diferencia.

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