Hace años que las campañas electorales son algo más que un ejercicio de movilización para pedir el voto ciudadano. De hecho, las fuerzas políticas organizan toda su operativa en función de las apariciones en medios de comunicación, del corte que aparecerá en el telediario o del tema que ese día quieren colocar en la agenda. Es muy comprensible, desde su perspectiva, porque al fin y al cabo la batalla política se juega en un contexto de desinformación. Los mítines acaban convirtiéndose, por tanto, en un ejercicio de estética, en una demostración de fuerza en la que aquellos que asisten sólo lo hacen como convencidos; el verdadero indeciso está al otro lado de la pantalla.

Sin embargo, esta campaña incorpora nuevos elementos. Si las campañas de 2017 y de 2021 normalizaron el uso de la videoconferencia en los mítines, debido al exilio forzoso de Carles Puigdemont o de Marta Rovira, este año asistimos a estrategias diversas. Esquerra Republicana, por su parte, ha apostado por mantener algunas de estas intervenciones a distancia en los actos territoriales y al mismo tiempo viajar a Ginebra para realizar un acto con su secretaria general y con el diputado Ruben Wagensberg. Un escenario comprensible y equiparable al que había hecho, en otros momentos, la candidatura de Junts.

¿Y qué novedad presenta Junts? Conscientes de que las campañas son un mero espectáculo, la formación postconvergente ha decidido hacer todos los mítines de campaña en el mismo sitio. Debo confesarles que me sorprende que esta circunstancia no haya recibido críticas, porque el candidato Puigdemont no sólo no se moverá por la Catalunya Nord, sino que siempre habla en el mismo espacio: el Pabellón de Argelers. Puedo entender que Junts quiere comunicar, por enésima vez, la inminencia del regreso de Puigdemont. Así lo han hecho con su cartel electoral y también con el argumentario que defienden. Sin embargo, conforme avanza la campaña todo apunta a que el candidato de Junts no se moverá del exilio hasta que tenga garantías para volver. Desafortunadamente, esto nada tiene que ver con la investidura o con el futuro gobierno de la Generalitat; sino con el despliegue de la ley de amnistía y con la situación procesal individual que tenga Carles Puigdemont. Este extremo representa todo un tabú en la comunicación de esta fuerza política.

Humo de campaña, por tanto, a razón de mitin diario. Misma ciudad, mismo espacio. Hay que imaginar a los principales miembros del comité de campaña con hotel reservado hasta el día siguiente de las elecciones, así como a todo el equipo de periodistas que cubren la actualidad de Junts. Si ya tiene un punto de surrealista esa cobertura diaria, la ausencia de un elemento contextual –nuevo espacio, nuevos temas– convierte la campaña de Puigdemont en el día de la marmota. El político de Amer bien podría protagonizar su remake de la famosa película de 1993, ya que es 12 años menor que su protagonista, Bill Murray.

Del bucle de Argelers viajamos también al bucle de La Moncloa. La estricta aplicación del Manual de Resistencia ha llevado a Pedro Sánchez a trolear de nuevo a todos los actores del panorama político. En primer lugar, a aquellos que tienen la mirada puesta en los comicios catalanes; pero también a todo lo demás. Este lunes 29 nadie ha respirado hasta que Pedro ha confirmado que no dimitiría. Que continuaría, esta vez, con mayor fuerza. Una jugada táctica similar a otras que hemos visto por su parte, como la convocatoria electoral posterior a las elecciones municipales y autonómicas. Los contragolpes de Pedro nunca traen aparejadas propuestas, regulaciones o temas de fondo. Sólo son giros de guión, plot twists, cliffhangers, para retener la atención en sí mismo mientras no se hablan de propuestas políticas o de temas de fondo. Ni tampoco del caso Koldo, donde sí parece haber gato escondido –a diferencia de las noticias falsas sobre Begoña Gómez–.

Salvador Illa, por su parte, estará contento de que la campaña electoral gire en torno a la paradinha de Sánchez, mientras Puigdemont subcontrata los debates a Josep Rull. Los únicos actores que parecen insistir en cuestiones de fondo son precisamente las fuerzas de izquierdas. Esquerra Republicana ha puesto sobre la mesa dos propuestas interesantes que deberían interpelar tanto a socialistas como a convergentes. ¿Por qué Salvador Illa no apoya la propuesta de financiación singular para Cataluña? ¿Comparte Junts las vías jurídicas que propuso Aragonés para conseguir hacer un referéndum sobre la independencia de Catalunya? Dos cuestiones sensibles que obtienen respuestas difusas. Es más sencillo promover el debate estéril y el tacticismo a corto plazo.

Los Comuns y su candidata, Jessica Albiach, tratan de encontrar su espacio –amenazados por la competencia con PSC, ERC y la CUP– oponiéndose al Hard Rock, pero también mostrando músculo ante la ultraderecha. En una línea similar se manifiesta la CUP, que parece haber despertado después de una legislatura en la que ha jugado un papel bastante secundario. Su rol para construir mayorías independentistas ha quedado eclipsado por su carencia de capacidad de actuación como actor parlamentario. Comuns y la CUP comparten esta aspiración de máximos que a menudo elige el inmovilismo ante el gradualismo.

La campaña catalana, lejos de politizarse y profundizar sobre la nueva etapa que parece abrirse, se ha estancado en un bucle sin fin. Este hecho no ayudará a resolver el escenario de múltiples pactos que se abrirá el 13 de mayo, ni a alejar el fantasma de una probable repetición electoral. Para construir mayorías no sólo es necesario sumar escaños, sino también hablar de proyectos. Y no parece que Junts y el PSC estén demasiado dispuestos a ello.

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