Cuando hablamos de «Suburbia» nos podemos referir al concepto espacial, en este caso un barrio residencial o urbanización, pero también podríamos hablar de significado mental o político, del estado de aislamiento y artificialidad en el que generaciones enteras han vivido, y lo continúan haciendo.
Todos hemos aprendido a desear Estados Unidos, el Ford T, el televisor, una casa a las afueras, un marido perfecto, una mujer sonriente y callada, niños —si puede ser la parejita mejor—, un trabajo aburrido, pero estable, una vida predecible, y unos amigos con los cuales solo compartimos las mismas circunstancias vitales. Todo un mundo dibujado sin traspasar la raya, un gran decorado que esconde una realidad que puede ser de todo, menos bonita. Quizás todos somos un poco como Truman Burbank, protagonista de El show de Truman cuando se da cuenta que solo es un personaje colocado dentro de un escenario a la voluntad de los otros,
los espectadores.
Suburbia es un mito del capitalismo industrial del siglo XX. La perfecta separación de trabajo y sexo, mujeres que solo pueden desear cuidar a la familia, quedarse a casa, encontrar satisfacción a través de la vida de los otros, de los niños y del marido; hombres que solo son máquinas de producir y que tienen que esconder cualquier sentimiento para soportar la vida en un sistema donde se impone la ley del más fuerte. En Suburbia, todo lo que brilla está podrido, y detrás los trajes relucientes y planchados, y los niños muy peinados y perfumados, solo hay la profunda desesperación que causa la banalidad.
Ejemplos de este desencanto del mundo son mujeres como Cary Scott, del clásico de Douglas Sirk, All That Heaven Allows interpretada por una maravillosa Jane Wyman, que muestra la insatisfacción de una viuda de un pueblo arquetípico de Nueva Inglaterra, y de cómo recupera el encanto por la vida después de enamorarse perdidamente de un jardinero, más pobre y joven, interpretado por Rock Hudson. La felicidad durará muy poco: toda la comunidad desaprueba que Cary pueda escoger y se deje llevar por su deseo. También tenemos a Betty Draper, la mujer de Don Draper en Mad Men, que, a pesar de encajar con el pacto social de la época —hijos, marido, ser una buena esposa— no conseguirá satisfacerse con nada, decepcionándose incluso de su relación tormentosa y poco honesta con su marido. O Carol, icono lésbico creado por Patricia Highsmith —y revisitada por el director de cine Todd Haynes—, que en medio de un proceso de divorcio se enamora de una joven dependienta, con quien se deja llevar por un deseo que la sociedad de mediados del siglo XX no estaba preparada para aceptar. Ejemplos a nuestra literatura también hay, desde Laura a la ciutat dels sants, de Miquel Llor, Oculto sendero, escrito por Elena Fortún y basado en su propia vida, o las mujeres profundamente insatisfechas que llenan las novelas de Esther Tusquets.
Suburbia solo es otro nombre por habla de todas las mujeres insatisfechas, inadaptadas y con el miedo de ser marginadas socialmente por sus anhelos vitales, románticos y sexuales. Un agotador siglo XX que nos ha impuesto un modelo de familia y vida dominados por un silencio bajo el cual solo se escondía la más horrible nada.


