Durante estas últimas semanas hemos leído mucho y avanzado pocos metros en estas páginas a causa del intento de agotar el espacio de la plaza sin nombre comprendida entre Pitágoras, Cartellà, Petrarca y Duero.
Esta frontera entre Vilapicina y Horta ha sufrido algunas alteraciones forzadísimas en su morfología. En este sentido la palma se la llevaría la impostura de Petrarca, lanzado desde passeig de Maragall para morir en Fabra i Puig y asesino del viejo Folch, trazado para no colisionar con la potencia en descenso desde las montañas.
El torrent d’en Carabassa, lo hemos argumentado en más de una ocasión, debería dar nombre a las dos partes de la plaza separada por unas supervivencias fabriles que bien podrían aprovecharse para contar la historia del sitio e incluso si quieren pueden consultarnos, nosotros encantados de ayudar. En fin, sigamos. Esta ágora o parque hasta podría tener una denominación en cada uno de sus sectores, en homenaje a los fabricantes hegemónicos en cada uno, como Oliva o Bartroli.

Pero ahora esto no es lo importante. Si todo este verde multiusos, muy bien empleado por el vecindario y pletórico en primavera, honrara al torrent d’en Carabassa se pondría la primera piedra para narrar al aire libre, con los clásicos elementos de pedagogía urbana, todas las minucias de su itinerario, reconocible tanto por la permanencia de sus formas como por la resistencia de muchos elementos a relacionar con su curso.
En realidad, el torrent d’en Carabassa, y así suelen mostrarlo los mapas más específicos, nacería en la unificación de dos más de su especie, el del Paradís y el del Carmel. La confluencia entre ambos se produce en la plaza de les Bugaderes d’Horta, así bautizada al estar al lado de la calle de Aiguafreda, una de los más publicitadas del turismo de los márgenes hasta provocar el hartazgo de los residentes, quienes han vallado sus dominios de manera al parecer no muy legal.
Las lavanderas vivían en esta línea no tan recta, hoy evocadora, antes sobre todo bañada por el cauce del torrent d’en Carabassa, con la homónima masía observándolo desde sus simbólicas alturas. Su reino iniciaba entonces, tras superar la plaça de Les Bugaderes d’Horta. El enclave es fenomenal para constatar tendencias municipales desde hace decenios. El ágora no es tal, sino un aparcamiento más bien inapropiado al hallarse en un punto abundante en aguas, sin asfalto ni por asomo. Es un pudridero y una perversión nominal, reposo de vehículos cuando podría ser un vergel para toda la ciudadanía.

Con toda probabilidad los habitantes, escasos, de estos aledaños viven en un oasis de paz y cierta ley propia, pues de otro modo no se entiende cómo no se haya planteado la cuestión de quitar el parking.
El torrent del Paradís seguía una trayectoria que puede reconocerse por la calle de Sigüenza en el Carmel, cuyo homónimo pasaje figura en un mapa parcelario como barranco del torrent del Paradís, además de ser invisible para Google Maps. Su descenso puede considerarse como el configurador original del de Can Carabassa, pues el torrent del Carmel más bien es un brazo menor en toda la ecuación, si bien tiene muchos metros detectables por su vinculación a la particular calle de Agudells. Desde aquí, una vez las aguas dejaban atrás la rambla del Carmel, aconsejo mirar las curvas de su ruta desde el mirador al final de la calle de Peris Mencheta, donde Agudells se cruza con el bello passatge d’Espiell y pierde el nombre en favor de la calle del torrent del Carmel, fenecido en esa no plaza en deshonor a las lavanderas de Horta, mayordomas de una danza de muerte concentrada en una nada, del maravilloso passatge de Granollers a las casas en lo alto, siempre en obras, medio fantasmagóricas.

Cuando Paradís y Carmel se fusionan emerge Carabassa, aún con mucha impronta en el tejido. La calle de Aiguafreda podría ser su icono, pero en la actualidad el todo es más perceptible por, paradojas, una serie de demoliciones en la baixada de Can Mateu, con viviendas antaño prometidas desde lo social y hoy en día un golpe más para gentrificar ese margen tan personal e intransferible.
El Carabassa, no sin saludar a la homónima finca, se movía con virajes propios de un Fórmula 1 y de Llobregós acometía la conclusión de la Baixada de Can Mateu para acto seguido asentarse en Peris Mencheta.
La terminología de todos estos componentes útiles para la investigación, de requiebros a referencias patrimoniales, contiene trampas de esas a pisar al ser puertas hacia más sorpresas. Una de ellas es muy básica y es ignorar el cierre de la baixada de Can Mateu y avanzar por Llobregós hasta engarce con la absurda calle Estoril, planificada desde los años cuarenta como guinda a una trilogía entre Tajo y Porto, antecesora en el nomenclátor al binomio italiano de Dante y Petrarca.

Estoril, toda ella una yincana, es otra víctima de la epidemia de letras caídas en las placas condales. La suya está junto a un precipicio, no al mar, sino a un jardín, con aspecto de haber sido privatizada por los propietarios de los raros bloques del passatge del torrent d’en Carabassa, entre la calle lusa y Peris Mencheta.
Estos inmuebles deben contemplarse desde todos los ángulos. Desde Estoril divisamos la puerta del 10 de Peris Mencheta, cómica porque si la abriéramos y camináramos nuestro destino sería la vegetación del pasaje del torrent d’en Carabassa, impactante desde su juntura con Peris Mencheta, desde donde entendemos mejor sus zigzagueos y cohesiones con nuestro protagonista fluvial.
Luego llega la mano del hombre, la incuestionable tecnología de canalizar las aguas para sacar partido del don. Una promoción inmobiliaria nos ha privado de otra vista del torrent d’en Carabassa después de passeig Maragall, una lástima, eso sí, enmendable porque el cachito transitable del no tan riachuelo es impresionante tanto desde lo estético como por ser muy sugerente desde múltiples aspectos y sentidos, un rincón barcelonés ajeno al resto del cuadro.

El resto no es historia, más bien todo lo desmenuzado durante esta serie del parque sin nombre, a buen seguro dichoso de cancelar su anonimato en favor del torrent d’en Carabassa, a su vez engullido por un pez mayor en Petrarca, vertiginoso desde cualquier vertiente, con Cartellà, la incomparable riera d’Horta, un mundo en sí mismo, acumuladora de líquido elemento hacia los mares del sur y risueña en este límite de Horta con Vilapicina al añadir más acólitos a la procesión de su iglesia.


