En 1963 se publicaba en la editorial francesa Julliard la novela El planeta de los Simios (La planète des singes, 1963), con un argumento ligeramente diferente del que veríamos finalmente en la pantalla (con algunas similitudes con la película de Tim Burton, como que el aterrizaje no era en la Tierra, por ejemplo), y donde los simios vivían en una sociedad altamente tecnificada. El autor francés, Pierre Boulle (1912-1994), escribiría el libro a los cincuenta años, después de iniciar su carrera de escritor a una edad tardía. Antes se había graduado en ingeniería y en su biografía destaca su alistamiento al ejército de la Indochina francesa y su trabajo como agente secreto en China y en Birmania. En 1943 fue apresado en el río Mekong y condenado a trabajos forzados a perpetuidad. Esta experiencia le marcaría profundamente y le serviría de base para el relato de uno de sus libros más famosos: El puente sobre el riu Kwai (Le pont de la rivière Kwai, 1952), novela adaptada al cine con notable éxito en 1957, dirigida por David Lean (The Bridge on the River Kwai, 1957), con los grandes William Holden y Alec Guinnes entre otros grandes actores.

La película ganó siete premios Oscar, entre ellos el de mejor guion adaptado para Pierre Boulle, que no fue a recogerlo porque en realidad el trabajo lo habían hecho Michael Wilson y Carl Foreman, que no lo pudieron firmar por estar incluidos en la lista negra del senador McCarthy. En 1985 la Academia hizo la entrega del galardón a los verdaderos ganadores del trabajo realizado, pero con tanto retraso que todos los méritos durante años eran atribuidos a Boulle. Boulle, además, en realidad, no estaba de acuerdo con la adaptación de los diálogos y, sobre todo, con el final de la película, ya que era exactamente al revés del libro, que de hecho a la vez tampoco era exactamente lo que había acontecido en la guerra: se inspiró de forma libre en un acontecimiento real como fue la construcción de un ferrocarril en Birmania por soldados británicos a las órdenes de oficiales japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, en unas condiciones deplorables que provocaron cientos de muertes entre los prisioneros. Esto sí que era verdad.

El éxito de la película espoleó al productor Arthur P. Jacobs (1922-1973) para apostar por hacer una película basada en otra novela de Boulle. Y pudo leer un primer borrador de los simios mucho antes de su publicación. Jacobs apenas se estrenaba como productor a principios de los años sesenta con un gran golpe: la estrella de su primera película producida moría antes de empezar el rodaje, nada menos que Marilyn Monroe. La película se acabaría rodando con la actriz Shirley McLaine, pero el éxito de Ella y sus maridos (What a Way to Go!, 1964) no le abriría las puertas de la Fox para rodar la película de los simios . Después de muchas negativas entendió que necesitaba convencer a una gran estrella para protagonizar la película, y lo consiguió: Charlton Heston (1923-2008) aceptaría el reto, convencido por el entusiasmo y empuje de Jacobs, por la originalidad de la historia y por el rol del personaje, muy diferente de la imagen a la que se le asociaba en el momento (recordemos que en la última década había participado en películas como Ben-Hur, El Cid, 55 días en Pekín, La historia nunca contada o Mayor Dundee).

Heston no sólo le diría que sí, sino que además le recomendaría al director de la película que estaba protagonizando en ese momento, El señor de la guerra (The War Lord, 1965): Franklin J. Schaffner (1920-1989), que acabaría siendo clave en el resultado final de la primera de las películas (y la única que rodó de los simios), actuando como un verdadero visionario de un proyecto nunca visto hasta el momento. Franklin J. Schaffner no podría dirigir la segunda parte porque estaría rodando Patton (1970), y después dirigiría de forma consecutiva Nicolás y Alejandra (1971), Papillon (1973), La isla del adiós (1977) y Los niños de Brasil (1978)… impresionante década creativa.

Schaffner insistió también en tener un elenco espectacular que sorprendiera en una película claramente de ciencia ficción, incluso aunque no se pudiera percibir la cara del actor, pero sí que lo haría la voz. Edward G. Robinson fue el primero contratado para el papel de Dr. Zaius, y fue sustituido justo en el último momento por Maurice Evans, reconocido actor shakesperiano. Fue una decisión tomada por precaución pensando en las largas horas de maquillaje y en la salud de Robinson, muy delicada en ese momento (acabaría haciendo su último papel también con Heston en Soylent green, en 1973). La Dra. Zira sería interpretada por la oscarizada actriz Kim Hunter. Ya sólo era necesario un maquillaje acorde con la ambición del proyecto que se estaba gestando.

John Chambers (1922-2001) ganaría un Oscar especial por su trabajo de maquillaje en la película (de hecho, no existía esta categoría hasta ese momento). Veterano de la Segunda Guerra Mundial, una vez terminada se especializó en ayudar a los heridos creando prótesis, reconstrucciones faciales y aparatos ortopédicos, con la exigencia de poder adaptar la solución a cada persona, y que fuera apto para poder llevarlo durante un largo rato. Pero cuando fueron a buscarlo ya tenía experiencia en la ficción: de él saldrían el maquillaje de los personajes de series de la televisión como Perdidos en el espacio o las orejas del Sr. Spock en la serie original Star Trek, entre otros. Chambers logró una estética verosímil para los simios que no provocara la burla, siendo un punto de inflexión en la historia del cine en general, y, también, en los meses del rodaje en particular porque retrasó algunas producciones debido a que algunos días allí había más de ochenta maquilladores a la vez trabajando con los simios, en los momentos más espectaculares de la película.

El control del presupuesto (de hecho antes de empezar se redujeron los días de rodaje) condicionó el tipo de sociedad de los simios, menos desarrollada tecnológicamente (a diferencia del libro original): caballos, carros y construcciones rudimentarias en una sociedad más primitiva que la de los astronautas recién llegados. Los decorados de la ciudad de los simios se inspiraron en las poblaciones trogloditas excavadas en las montañas de la región de Capadocia en Turquía; realizados expresamente servirían para la segunda de las películas de la saga. Su construcción fue muy innovadora para la época, ya que se utilizó espuma de poliuretano que facilitaba la tarea de modelar y esculpir las formas originales y peculiares de cada edificio.

Finalmente, la película El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1968) se convirtió en un fenómeno internacional y facilitó que se proyectara la secuela en una época en la que no era muy habitual hacerlo, de hecho el presupuesto de cada una de las cuatro películas siguientes fue cada vez inferior a la anterior, manteniéndose la apuesta por una ciencia ficción crítica con la sociedad del momento. Los guionistas de la primera película fueron el mítico Rod Serling (1924-1975) (guionista entre otros de la serie La dimensión desconocida) y Michael Wilson (1914-1978), que de nuevo adaptaba una novela de Pierre Boulle. Wilson reconocía en una entrevista que el principal tema de la película era en realidad los conflictos humanos. Por ejemplo, es muy evidente el clasismo en la sociedad de los simios, donde tenemos a los orangutanes en la clase política y judicial con un perfil aristocrático y noble, los chimpancés como intelectuales y científicos y los gorilas como militares y trabajadores. Además, los prejuicios entre los distintos estamentos son clave a lo largo de la trama. Esta representación alegórica y simplificada de la sociedad de los simios constituía en realidad una crítica mordaz sobre la sociedad humana.

Visto desde esa perspectiva, el juicio al astronauta Taylor cobra otra dimensión. Si bien el arqueólogo Cornelius razona desde un punto de vista científico de que el humano encontrado podría ser el eslabón perdido entre el primate sin evolucionar y el simio, la actitud del Dr. Zaius está más cercana a un juicio inquisitorial, ya que avisa que el humano no tiene derechos y que los científicos están arriesgando las carreras profesionales y la reputación si siguen defendiendo a este animal. Pedir quitarle la ropa (por cierto, primer desnudo de Charlton Heston en el cine) es un gesto que se puede interpretar como de humillación y denigración del sujeto. Cabe recordar que en la novela original todos los humanos siempre van desnudos, y a menudo provoca la vergüenza del protagonista quien se ruboriza cuando debe hablar con los simios.

Este juicio de la película se ve por primera vez en las pantallas de los cines en febrero de 1968 en plena Guerra de Vietnam, y después del asesinato de John F. Kennedy (el 22 de noviembre de 1963) y poco antes del de Martin Luther King (el 4 de abril de 1968). Cuando se oye al Dr. Zaius decir que «para la mayoría de los simios los humanos parecen todos iguales», que «los humanos imitan todo lo que ven» o «calle a este animal» se puede también interpretar en el ámbito político, como las diferentes clases sociales interactúan entre sí y cómo los líderes ejercen el poder. La respuesta de Taylor no deja de ir también en esta línea: «¿De qué me tiene miedo, doctor?». De entrada puede temer que sea correcto que exista un eslabón perdido y que, por tanto, los rollos sagrados que hablan de la creación de los simios no valdrían más que los pergaminos en los que están escritos… algo se tambalearía, se supone.

La broma propuesta durante el rodaje por el propio Heston y admitida por el director, permanece como una imagen fotográfica significativa de lo que está sucediendo en el juicio cuando los tres orangutanes de la mesa del juez imitan la figura de la leyenda japonesa de los tres monos sabios y que se puede explicar de forma simplificada cómo: «No ver. No escuchar. No hablar.», y que tradicionalmente se asocia a no ver ni escuchar las injusticias y, sobre todo, no denunciarlas ni hacer nada al respecto.

Cabe destacar la importancia de que Charlton Heston apostara por la película y aceptara interpretar un papel lejano del que era habitual verlo: un actor que personificaba el héroe, la fuerza y el empuje queda en este caso desnudo, arrestado y sometido, en un papel muy duro físicamente, agotador por las persecuciones y condiciones de grabación, pero también muy duro mentalmente: en el monólogo inicial en la nave escuchamos a una persona amargada con la civilización, y minutos más tarde lo vemos defendiendo a los humanos, una antítesis que el propio actor reconocería como uno de los factores que le haría convencer. Y quien mejor para enfatizar el final de la película que quien representa al héroe americano se encontrara destrozado uno de los grandes símbolos de Estados Unidos, cuando el emblema de los defensores de la libertad se encuentra completamente en ruinas.

Heston aparecía brevemente en la secuela, en este caso como secundario al inicio y al final de la película y con una intervención clave en el desenlace. El presupuesto de la película Regreso al Planeta de los Simios (Beneath the Planet of the Apes, 1970) era la mitad de la primera, teniendo en cuenta que los decorados de la ciudad de los simios eran los mismos y que una parte de los decorados de los mutantes eran en realidad los escenarios aprovechados de la película Hello, Dolly! (1969), dirigida por Gene Kelly. También durante parte del metraje salían menos simios, lo que abarataba los costes y sería la clave para la tercera parte (que sólo saldrían tres simios, y sin decorados nuevos, sólo recuperando al inicio la maqueta de la nave original).

La sutil sátira social de la primera parte da paso en este caso a una crítica más directa cuando los simios se preparan para invadir militarmente la zona prohibida. Es la expresión de una guerra innecesaria apoyada por la élite política y con los jóvenes chimpancés que se manifiestan con pancartas mostrando el desacuerdo, en una imagen similar a la que se veían en las noticias sobre las manifestaciones en contra de la Guerra del Vietnam, un paralelismo coetáneo intencionado.

El éxito impulsa una nueva secuela, la tercera de la saga, Huida del Planeta de los Simios (Escape from the Planet of the Apes, 1972), a pesar de que el propio Heston había sugerido el final apocalíptico de la segunda para evitar que se pudiera continuar. La solución implica enviar tres simios al pasado (pronto sólo serían dos) hasta la década de los setenta, facilitando aún más poder dirigirse directamente a los espectadores del momento. El relato se presenta como una historia de amor con final trágico, pero de nuevo podemos apreciar los contrastes de la humanidad: el comportamiento inhumano lleno de prejuicios por un lado y la actitud compasiva, bondadosa y amable por otra, personificada en Armando, interpretado por el actor Ricardo Montalbán (1920-2009), que con el hecho del rescate del bebé aseguraba a la vez la posibilidad de que hubiera una cuarta parte, como así fue.

La cuarta película, La rebelión de los Simios (Conquest of the Planet of the Apes, 1972), ya no era adecuada para ver en familia. La acción acontece con César ya adulto (hijo de Cornelius y Zira y cuidado por Armando en el circo), en una ciudad futurista gobernada por un opresivo estado policial. Una misteriosa plaga ha exterminado a todos los perros y gatos de la tierra, sustituidos por monos adiestrados y domesticados para servir como esclavos… sí, esclavos. Asistiremos atónitos a los malos tratos a los simios, al brutal proceso de adiestramiento o la subasta de esclavos, en un claro paralelismo con la esclavitud sufrida en el continente americano y en una exaltación del valor del poder y la fuerza hacia tus congéneres en una sociedad dictatorial de pensamiento único.

Pese a que la propia Fox se autocensuró para no perder al público familiar, la violencia final plasmada resultaba inusitada respecto a los títulos anteriores, mostrando de forma contundente una revolución, cuyo objetivo era acabar con la raza humana. La consecuencia sería rodar unos sangrientos disturbios de rebelión, inspirados en los disturbios reales acaecidos en Watts, un barrio de Los Angeles (California), entre el 11 y el 17 de agosto de 1965, unos acontecimientos que dejarían decenas de muertos y miles de heridos y detenidos, donde una pequeña chispa puso en evidencia las grandes diferencias sociales entre la población de raza negra y de raza blanca. El conflicto estaba bien presente en la memoria de Estados Unidos y el público afroamericano se ponía en pie en los cines animando a los simios, se sentían identificados con su lucha y comprendían sus acciones, y reconocían el derecho no escrito de poder castigar a tus verdugos.

De hecho no se pudieron ver en el cine los disturbios de Watts, a pesar de que el conflicto racial y la violencia era habitual en los estrenos de la época, con títulos como Harry el sucio (Dirty Harry, 1971), Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971) o Las noches de Harlem (Shaft, 1971). La ciencia ficción, una vez más, permitió mostrar una realidad social de otra forma, favoreciendo su debate y el análisis, y mostrándolo desde diferentes puntos de vista, o desde el punto de vista del que normalmente no se escucha.

El quinto título de la saga, La conquista del Planeta de los Simios (Battle for the Planet of the Apes, 1973), acabaría siendo el último, debido al callejón sin salida en el que los mismos creadores se habían ido arrinconando. Los protagonistas se encuentran en este caso en una sociedad postnuclear, en la que conviven los simios y los humanos. Las limitaciones presupuestarias (menos simios, más humanos, más planos cerrados en la batalla, etc.), condicionaron notablemente el rodaje. Cabe destacar la presencia al inicio y al final de la película de John Huston caracterizado de orangután, volviendo a la idea original de buscar grandes actores y voces potentes y reconocibles. El tono de la película es más pacifista, y vuelve a buscar al público familiar teniendo en cuenta que la proyección de las tres primeras películas clásicas en televisión había vuelto a disparar el éxito de la saga, lo que catapultó una gran producción de todo tipo de productos comerciales, y convirtió a la saga en todo un icono de la cultura popular.

La muerte del productor Arthur P. Jacobs no le permitió ver la serie de televisión con la que él tanto había soñado: El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1974), que sólo tuvo una temporada por las bajas audiencias. Pero no fue así con el público infantil, lo que favoreció la producción de una serie animada: Retorno al Planeta de los Simios (Return to the Planet of the Apes, 1975-1976). La serie también duró una única temporada y, a diferencia del resto de la saga, en este caso los simios vivían en una sociedad altamente tecnificada, con coches y aviones a semejanza de los simios que aparecían en la novela original de Boulle de 1963.

A pesar de las licencias tomadas en la adaptación del libro original, que marcó toda la saga, hay que agradecer que no se perdiera el sentido crítico del libro que al fin y al cabo no dejaba de ser una reflexión sobre lo que nos hace humanos y que no. En cierto modo podemos ver un paralelismo con el libro El puente sobre el río Kwai en cuanto a la reflexión de la bondad y la maldad, de las proezas y de los gestos que marcan el devenir de la humanidad. Se demuestra una vez más cómo la ciencia ficción puede ser un instrumento adecuado para tratar asuntos controvertidos sin tener que presentarlos explícitamente porque, en realidad, se encuentran ligeramente camuflados.

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