Se es de izquierdas, o de derechas, porque alguien se sitúa a la izquierda o a la derecha de ese alguien. Según el CIS, Catalunya es la segunda comunidad autónoma del estado después del País Vasco (siempre después del País Vasco), donde los ciudadanos se sienten más de izquierdas. Así se define a un 56% de la población. Los motivos por los que esto es así son profundos e inabordables, al menos para este artículo.
Pero la cuestión es que más de la mitad de la población dice sentirse de izquierdas. El Partido Socialista se llama de izquierdas, e incluso Junts per Catalunya ha llegado a flirtear con esa idea. La gente que se siente de izquierdas lo declara a los cuatro vientos, porque entiende que serlo (o decirlo) entronca con la moral mayoritaria del resto de ciudadanos. En cambio, aquellas personas que se sienten de derechas —porque piensan de forma contraria a aquellos que dicen sentirse de izquierdas— se esconden y buscan etiquetas alternativas: liberales, conservadores, liberal-conservadores, socioliberales y buenos gestores. Todos son eufemismos de una derecha que no se atreve a reivindicarse como tal.
Las etiquetas ideológicas tienen una utilidad y peligro. La utilidad es que permite externalizar la opinión propia, y esto es necesario hasta cierto punto ya que nadie puede estar absolutamente informado de todo todo el rato. De hecho, es materialmente imposible. Nadie se leerá todos los programas electorales en profundidad, ni los comparará punto por punto. Las etiquetas sirven para delegar la responsabilidad sobre el conocimiento concreto de algo determinado, y si bien esto puede sonar perezoso o irresponsable, es la única manera de operar (en la vida) sin enloquecer. El problema, en cualquier caso, es no ser consciente de ello.
Y es con este-no-ser-consciente aquello con lo que los partidos encuentran un margen de maniobra para confundir y difundir a su mensaje a través de diferentes métodos. Uno de ellos, por ejemplo, es el de la ambigüedad determinada que practica Junts per Catalunya, explícito en la frase de Josep Rull (Junts por Catalunya): “el Hard Rock acogerá un turismo de valor añadido“.
El Hard Rock se sitúa en el imaginario político de la derecha, al estar asociado con la especulación mobiliaria y el autismo respecto al cambio climático. Pero el concepto de valor añadir diluye los dos valores inherentes al Hard Rock, haciéndolo más digerible por una población —la catalana—, que se considera mayoritariamente de izquierdas.
Tres cuartos del mismo con la ampliación del aeropuerto de Barcelona: más asfalto, más contaminación y más turismo. Esta tríada representa valores antagonistas de la persona que se llama y se siente de izquierdas. Pero de la boca de Salvador Illa, candidato del PSC, no salen estas palabras, sino que el aeropuerto creará muchos “lugares de trabajo”. Existen pocos conceptos más cargados ideológicamente que la idea de trabajo, tradicionalmente vinculada a la demanda histórica de los sindicatos mayoritarios de conseguir el “pleno empleo”. Es una idea que está caducando, pero que todavía funciona dentro del imaginario de izquierdas de gran parte de la población.
Pero aun así hay preguntas que determinan la ideología más que otras, que no permiten al político lanzar bombas de humo ni distraer con trucos de los prestidigitadores de la retórica, porque hay una pregunta que no acepta la mentira, ni el humo, ni la magia. Es la siguiente: ¿qué hacer con el impuesto de sucesiones? Al ser un impuesto puramente redistributivo vinculado con la propiedad de la vivienda, estar a favor de su existencia (y de subirla) es una señal que fijará el partido a la izquierda… De aquellos que están más a la derecha. Y el camino inverso, cómo no, llevará inevitablemente a la derecha.
Esto es lo que hemos intentado en el siguiente test: facilitar la vida al votante a través de una serie de preguntas donde los candidatos de PSC, ERC, CUP y Comuns deban posicionarse sin ambages sobre algunas cuestiones. Podría ser útil de cara el domingo.



1 comentari
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