Elecciones anticipadas: decisión de ERC innecessaria y errónea
Uno de los principios políticos más conocidos explica que cuando un gobierno convoca elecciones anticipadas lo hace porque cree que la decisión le favorecerá. Parece lógico pensar que ningún presidente disolvería el Parlamento que le permite gobernar si no estuviera convencido de que las nuevas elecciones le facilitarán continuar ejerciendo el poder. Así ha sucedido recientemente en Galicia y también en Euskadi (a pesar de la ligera bajada del PNV).
Hay casos, sin embargo, en los que la maniobra no acaba de funcionar: en el año 2012, Artur Mas, con un estilo que alguien calificó de mesiánico, convocó unas elecciones anticipadas y perdió 12 de los 62 diputados que tenía; aún así pudo continuar gobernando gracias al apoyo de ERC. Ahora, el balance de las elecciones anticipadas ha sido para Pere Aragonès mucho peor. ERC ha perdido más de 180.000 votos, 13 diputados y el gobierno, pasando a ser la tercera fuerza política y, además, el independentismo ha dejado de tener mayoría en el Parlamento y entre el electorado: Aragonès ha asumido responsabilidades y ha anunciado que ni siquiera tomará posesión como diputado.
La decisión de disolver el Parlamento se quiso justificar por la negativa de los Comuns a aprobar los presupuestos que ERC ya había pactado con el PSC. El Gobierno y algunos medios de comunicación cercanos literalmente destrozaron a los Comuns omitiendo dos cosas básicas: que cuando un Gobierno es incapaz de aprobar sus presupuestos la responsabilidad es suya y no de un partido de la oposición que ni siquiera había votado la investidura de Aragonès, y que nada impedía a ERC agotar la legislatura llevando al Parlamento las mejoras sociales que han quedado pendientes.
Enseguida se vio que a ERC le saldría el tiro por la culata. Los nervios se hicieron evidentes intentando proponer en un mes lo que no habían hecho en tres años. Y ha pasado lo que más temían los republicanos: no solo no ganar las elecciones sino quedar detrás de Junts. Porque el verdadero motivo del adelanto electoral se encuentra en la lucha cainita entre ERC y Puigdemont por ver quién encabeza el independentismo. Y ahora los republicanos se encuentran ante el abismo: si optan por el PSC serán tildados de traidores, si optan por Puigdemont se subordinan una vez más a quien en realidad es su principal adversario, y si provocan nuevas elecciones Junts les acabará de comer el espacio. Y aún hay un factor añadido: ¿qué pasará ahora con el pacto en diferido con Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona?
La peor noticia para el independentismo: Alianza Catalana
Los análisis postelectorales aún no han ido más allá de la noticia de la entrada de Alianza Catalana en el Parlamento. Se sitúa dentro del auge de la extrema derecha en Europa. Pero que un partido xenófobo y a la vez desinhibidamente independentista tenga representación parlamentaria es lo peor que le podía pasar al independentismo oficial. Ya se podrá esforzar Òmnium Cultural en apelar a las “luchas compartidas”: ahora habrá un sector que dispondrá de un potente altavoz para emitir una imagen profundamente antipática de la independencia en Cataluña, España y Europa. Y el resto de partidos independentistas se verán interpelados constantemente a desmarcarse de él.
Mientras Vox ha recogido el voto enfadado, españolista, machista, xenófobo y nostálgico del franquismo, entre sectores de las zonas altas de Barcelona y, sobre todo, de barrios populares, Alianza Catalana ha recibido el apoyo de una parte de las clases medias catalanas que apostaron por la independencia, no por razones políticas ni ideológicas, sino por motivos económicos egoístas, y que están enfadadas y se consideran traicionadas por los partidos clásicos del proceso. Y no les molesta en absoluto el discurso contra las personas inmigradas.
Es muy significativo que Alhora, el otro partido que quería movilizar el voto independentista desencantado, haya obtenido un fracaso estrepitoso. Hay gente que, enfadada y decepcionada, ha elegido la opción que más daño podía hacer. El partido de Sílvia Orriols mueve las bajas pasiones de un sector de la sociedad que se había creído de verdad que Cataluña sería independiente. Hoy aún es temprano para analizar sus consecuencias, pero se pueden intuir: y serán devastadoras para el independentismo en general.
Junts, pendientes de Puigdemont
Carles Puigdemont resucitó políticamente el 23 de julio del año pasado. Desde entonces ha sabido jugar sus cartas, ha hecho una buena campaña haciendo valer la imposibilidad de cruzar la frontera, y le ha salido bien solo en parte. Ha conseguido el objetivo de superar claramente a ERC, una espina que Junts llevaba clavada desde las elecciones de 2021 en las que Aragonès les ganó solo por un diputado y desde la ruptura del Gobierno en octubre de 2022.
Pero el “todo o nada” de Puigdemont es fácil que se quede en la nada: el PSC ha ganado claramente y por mucho que intente alargar la agonía para desgastar a ERC, Junts no tiene ninguna posibilidad de alcanzar la presidencia de la Generalitat; solo Núñez Feijóo le otorga una credibilidad interesada.
En este escenario, un partido acostumbrado a gobernar toda la vida se verá obligado a continuar fuera del Gobierno de la Generalitat y de los gobiernos del Ayuntamiento de Barcelona, de las diputaciones de Tarragona, Lleida y Barcelona y de la mayoría de grandes ciudades. Muy duro para el gen convergente. A partir de aquí, si Puigdemont cumple su palabra y se retira, las futuras decisiones de Junts son una auténtica incógnita. Puede ser todo un símbolo que estas elecciones acaben provocando la retirada de los cabezas de lista de ERC y de Junts.
Más allá de “la CUP y los Comuns han bajado”
Durante la noche electoral los analistas no pasaron del comentario superficial que afirmaba que Comuns y la CUP habían bajado. Las generalizaciones acostumbran a deformar la realidad, porque ciertamente ambos partidos han obtenido resultados malos, pero la magnitud de la tragedia es bien diferente en cada caso.
Los Comuns, con un 5,8% de los votos, han perdido 2 de los 8 diputados conseguidos en 2021 y han bajado un punto y unos 13.000 votos (un 15% de los que tenían). Pero han salvado los muebles en unas circunstancias extraordinariamente complicadas (ruptura con Podemos, malos resultados de Sumar en Galicia y Euskadi, acusaciones de ser los culpables de las elecciones anticipadas, voto útil al PSC estimulado por la amenaza de Pedro Sánchez de dimitir, encuestas adversas…): tienen grupo parlamentario, han consolidado el liderazgo de Jéssica Albiach y son imprescindibles para la hipotética mayoría de izquierdas que propugnaban. Lo más grave ha sido la pérdida de la diputada de Tarragona, que acentúa el principal problema de los Comuns: la dependencia del voto metropolitano y la incapacidad de construir un discurso nacional capaz de llegar a todos los territorios; en la comarca de Barcelona han obtenido el 7,1% de los votos mientras que en el resto se han movido entre el 2,1% y el 4,8%.
Todo parece indicar que el voto perdido ha ido hacia el PSC: mientras la reculada en Cataluña ha sido de un 1%, en L’Hospitalet, un municipio con fuerte presencia socialista, ha llegado al 2%. Todos, empezando por el alcalde Collboni y Ada Colau, deberán hacer una reflexión acurada de los resultados en la ciudad de Barcelona donde los Comuns han mostrado una sorprendente capacidad de resistencia y han subido en voto absoluto o porcentaje en 6 de los 10 distritos (Gràcia, el Eixample, Horta-Guinardó, Sant Andreu, Sant Martí y Sants-Montjuïc), mientras que la pérdida principal se produce en Nou Barris, también seguramente hacia el PSC. Pasado el 12M, tienen 7 diputados en el Congreso, forman parte del Gobierno central y ahora afrontan las elecciones europeas con un candidato como Jaume Asens, con capacidad de atracción de otros sectores. No pueden estar contentos pero sí aliviados.
La CUP se ha quedado en el 4% de los votos, ha perdido 5 de los 9 diputados que tenía y más de 60.000 votos (cerca del 40%). En principio no puede formar grupo parlamentario con todo lo que ello conlleva: le tocará constituir un subgrupo o negociar el apoyo de algún otro partido para llegar a los 5 diputados. Esta bajada se superpone a la no entrada al Ayuntamiento, la Diputación y el Área Metropolitana de Barcelona, y lo más grave de todo, a la desaparición del Congreso, que ahora es el escenario principal de la vida política. Y la decisión de no presentarse a las elecciones europeas se puede convertir en un boomerang porque su electorado se puede ir hacia los Comuns o ERC.
Las elecciones han sorprendido a la CUP en plena etapa de reflexión y autocrítica, dentro del denominado Proceso de Garbí. Ahora que ha soplado la tramontana se les ha girado aún más trabajo, aunque los cupaires también saben hacer de la necesidad virtud y nos recordarán que la lucha está en las calles. Me parece un insulto para la gente de la CUP la interpretación de algún analista que atribuye su pérdida de voto a una fuga hacia Alianza Catalana, por el hecho de que el partido xenófobo les haya superado en Berga o Girona: es una hipótesis que no se sostiene. Más bien habría que buscar la pérdida hacia la abstención y hacia Junts; y también hacia los Comuns, dado que la CUP ha construido un mensaje difícil de distinguir del que ha emitido el partido de Albiach, salvo la referencia a la independencia.
En resumen, las elecciones del domingo han situado todo el independentismo frente a un incómodo espejo. Y me parece que lo que han visto no les ha gustado mucho.


