La libertad de hallarnos en la frontera comporta el riesgo de perdernos. Duero con Petrarca nos abre vistas a todos los puntos cardinales, cada uno alternativa para avanzar. El problema y el don son la duda.

Esta mañana he cumplido el ritual de revisitar por sempiterna vez el lugar de estudio. Como en un futuro no muy lejano quiero adentrarme en el barrio del empresario Sanahuja, en las estribaciones del Turó de la Peira, he optado por un recorrido distinto para acercarme a la encrucijada de barrios adonde volveremos tarde o temprano. De este modo, he bajado por Peris Mencheta, quizá por voluntad de rememorar el descenso del torrent d’en Carabassa y fijarme de nuevo en su homónimo pasaje, al que confirmamos poseedor de un jardín privado, mientras hasta hace bien poco era de acceso libre para cualquier ciudadano.

La calle Duero en el cruce con Petrarca. | Jordi Corominas

En alguna ocasión hemos denunciado cómo en los últimos años muchos se han tomado cierta justicia privatizadora por su cuenta, del triple pasaje en el carrer de l’Encarnació hasta el cerco completo de un parque al lado del passatge Mas de Roda en Poblenou. Cerca de donde nos hallamos otro caso clamoroso es de los vecinos del carrer d’Aiguafreda, alarmados por la posibilidad de morir de belleza en el recuerdo instagramático de las antiguas lavanderas de Horta.

Con su clausura, este tramo del passatge del torrent d’en Carabassa, recomiendo ir hasta la puerta también por el efecto de estar en otra dimensión, se descarta en la apasionante lucha por dirimir cuál es la travesía más estrecha de toda Barcelona, pugna donde ahora la primacía recae para un trocito aislado del carrer de Josepa Massanés, en el Camp de l’Arpa.

Creo que si os narro esta ruta es por la inminencia del limbo a cada paso. Tras dejar atrás la canalización del torrent d’en Carabassa alcanzo passeig de Maragall y pienso cómo esta avenida, idónea para enhebrar Horta con la capital, no pertenece a ninguna zona porque toda ella es límite y constancia hacia su alfa y omega. Cuando desaparece nadie lo echa de menos. Es un intruso en estos parajes por mor del progreso; es imprescindible y constituye un comodín de primerísima categoría para ordenar lo antiguo hacia lo contemporáneo. Uno de los mayores ejemplos es el litigio sobre el tramo interrumpido del carrer del Duero, de passeig de Maragall a Folch/ Petrarca.

Cierre particular del pasaje del torrente de Carabassa. | Jordi Corominas

La unión definitiva de esta calle de nombre fluvial rodeada de torrentes y rieras sólo advino a inicios de nuestro siglo, cuando la pacificación del parque sin nombre cobró forma. La división de esta oscilante línea recta en dos sectores se divisa tanto en lo estético como por detalles que la convierten en una rareza hasta de sí misma. Duero es una de las pasarelas más elegantes de toda Barcelona porque nadie la percibe como tal, ignorándola como los buenos paseantes, impecables en su arte y sin embargo invisibles para  la multitud.

Duero de Maragall hasta Petrarca tiene dos puntos a favor. Uno es el placer de admirar las aperturas de sus cruces. En Pitágoras sobresale el bloque moderno junto a su primer ingreso del parque sin nombre,  con nuestra protagonista majestuosa en la conclusión hacia su continuidad, más antigua.

Antes de la misma el parque sin nombre tiene toda esa potencia de nuestras últimas primaveras. Si se conoce un poco toda su cronología es un gusto apreciar cómo Petrarca es una usurpadora de Folch, insignificantes si se piensa en todas esas empresas de antaño y el torrent d’en Carabassa hacia su colisión con la riera d’Horta.

La plaza Bacardí. | Jordi Corominas

Además, Duero, menos ancho en su lado hacia la plaça de Bacardí, ostenta ser un emperador límbico, pues mientras lo caminamos no somos de ningún barrio, a lo sumo los travesamos para ir de un hito a otro, desde luego nada desorientados, pero si algo estupefactos porque es cómo si anduviéramos en un tránsito fantástico por todo el sombreado de la arboleda y los inmuebles.

Dos de ellos, en el 44 y el 46, tienen elementos arquitectónicos de valor. Uno nos advierte de cómo en algún instante, con toda probabilidad hacia los años sesenta, se cambió la numeración de calle, inmersa por su ser tierra de nadie en un debate identitario de difícil resolución. Dura desde hace décadas y en realidad bien podría resolver otra gran pregunta. ¿Por qué Vilapicina es de Nou Barris?

Numeración de la calle Duero. | Jordi Corominas

A esto respondemos desde hace meses. Así como el barrio de la Jota no se parece nada a la Guineueta, sus contactos son más con els Indians o Sant Andreu, Vilapicina no tiene ningún tipo de afinidad con el Turó de la Peira o Roquetes, más bien se asimila por proximidad con Horta, de hecho, ninguno de sus caminos trascendentes se enfocó hacia esas alturas a las que se adscribe en la gastada división administrativa en diez distritos, cuando deberían prevalecer los setenta y tres barrios.

Este Duero huérfano y pretendido prosigue impertérrito por la estructura del barrio de Bacardí, con esas calles de nombres santos en homenaje a sí mismo y a su esposa, la saga en el ágora central, siempre alabada por quien escribe, empeñado en fotografiarla con decencia antes de terminar con el río dorado de nuestros desvelos, fenecido en el nacimiento para el nomenclátor de Cartellà, en realidad precedida por Tajo y ambas riera de Horta, la brecha natural de todo este embrollo, ajena en la visión a la impuesta de la porciolista Fabra i Puig, rematada por obra, gracia y caridad con el barrio del Turó de la Peira del ínclito empresario Sanahuja, una experiencia psicodélica con calles de bautizo macabro, todas ellas cotas de gran altitud en pendientes escarpadas y una totalidad tan racional como indescifrable.

Placa antigua de la calle Duero. | Jordi Corominas

Esto de cómo se denomina tiene mucho más que su aquel. En un cruce de Duero hay una placa del siglo XIX. Está destrozada en su centro, pero aun así podemos leer Valencia y un distrito quinto que me remite a otra idéntica en el carrer dels Amics, calle de los Amigos. Todo se englobaba, desde lo administrativo, en el Sant Andreu anterior a las Agregaciones del 20 de abril de 1897.

Duero se desvanece y atisbo el cogote de Castelao. Desde este horizonte, otra vez empeñado en ser un póker direccional, Horta está a una nada y la riera empapa los ojos. Sigo en metros sin nacionalidad, con la indecisión acuciándome hacia la concreción de un decorado.

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