El pasado 19 de abril empezó la votación más grande de la historia mundial: las elecciones generales indias. Están convocadas a votar 968 millones de personas, más que nunca, y el proceso electoral durará más de un mes. El primer ministro Narendra Modi, líder del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP), aspira a un tercer mandato después de una década en el poder, en la que ha impulsado un nacionalismo hindú cada vez más radical.
Hay serias dudas sobre la limpieza de estas elecciones, pero no por su magnitud, sino por la represión del gobierno contra sus detractores y el creciente control partidista del Estado. “La independencia de instituciones como la Comisión Electoral está en entredicho”, alerta por viodeoconferencia Ashish Kothari, uno de los principales activistas sociales y medioambientales del país. “El derecho a disentir, a tener unos medios de comunicación independientes, el espacio de la sociedad civil… todo eso se está hundiendo”. Diversos organismos internacionales certifican el retroceso democrático de India. Por ejemplo, el instituto sueco Varieties of Democracy ya no califica el país como una democracia, sino como una “autocracia electoral”. Teresa Segura-Garcia, profesora de Historia Moderna de Asia del Sur en la Universidad Pompeu Fabra, coincide: “la democracia india está en peligro”.
Modi controla los principales medios de comunicación a través de una red de oligarcas cercanos al poder y ha recrudecido la represión contra partidos políticos y movimientos sociales. En 2022, Gautam Adani, uno de los hombres más ricos de Asia y amigo del primer ministro, compró la cadena de televisión NDTV, una de las pocas que todavía eran críticas con Modi. El gobierno ha congelado las cuentas del Partido del Congreso y en marzo fue detenido el opositor primer ministro del Estado de Delhi, acusado de corrupción. También se ha desvelado recientemente que el gobierno favoreció a empresas que realizaron multimillonarias donaciones anónimas al BJP.
El avance imparable del nacionalismo hindú
Modi parece dispuesto a forzar las costuras de la democracia india para evitar que nadie se interponga en el camino de su proyecto político: el ‘hinduvta’, que se podría resumir en “India para los hindúes”. El popular primer ministro disimula cada vez menos su proyecto supremacista, que pretende someter a las minorías religiosas – especialmente los musulmanes, que representan el 14 por ciento de la población – a la mayoría hindú, acabando con el secularismo del Estado indio. “El BJP es el brazo político de una organización mucho más grande, la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), que ha permeado muchos aspectos en la vida del país”, explica Segura-Garcia. “El RSS nace en el periodo de entreguerras, a partir de unos ideólogos inspirados por el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán”.
A lo largo de su historia el RSS ha impulsado numerosos pogromos contra la minoría musulmana. El propio Modi tuvo prohibida la entrada Estados Unidos durante años por facilitar o instigar unos ataques anti-musulmanes que provocaron cerca de 2000 muertos en 2002, cuando era primer ministro del Estado de Gujarat, mientras que cientos de miles de musulmanes fueron expulsados por sus casas por fanáticos hindúes, a menudo ligados al BJP.
Lejos de arrepentirse de su turbio pasado, Modi sigue enarbolando el nacionalismo hindú como principal bandera electoral. En enero, abrió la precampaña inaugurando un templo en el lugar donde una mezquita fue destruida por radicales hindúes en 1993, en otro gesto de desafío a la minoría musulmana. Pero las agresiones no son solo simbólicas. El mes pasado el primer ministro anunció que resucitaría la Ley de Enmienda de Ciudadanía, que facilita la nacionalización de hindúes llegados de otros países a India pero excluye a los musulmanes. En uno de los primeros actos de campaña, Modi calificó a los musulmanes indios de “infiltrados”, uniéndose a la retórica islamófoba de otros líderes de su partido, que han llegado a incitar al genocidio de la población musulmana. A pesar de la grave deriva racista, durante sus largos años en el poder Modi ha sido cortejado por líderes occidentales como Joe Biden o Emmanuel Macron, más preocupados por contrarrestar el ascenso de China que por el futuro de los 200 millones de musulmanes indios o del régimen democrático.
Incluso la propuesta de Modi de cambiar el nombre oficial del país, de India a Bharat, responde a su identitarismo hindú. “Este cambio a Bharat evoca un pasado indio previo a la presencia musulmana”, explica Segura-Garcia, aunque el gobierno lo presentó como un gesto de ruptura con el pasado colonial. En realidad, “los activistas del ‘hinduvta’ tuvieron un papel dudoso con la llegada de la independencia. Gandhi fue asesinado por un activista del RSS”, recuerda la historiadora.
Una economía en crecimiento, pero desigual
El gobierno Modi ha combinado su retórica nacionalista con unas políticas económicas neoliberales heredadas del Partido del Congreso, que en 1991 abandonó el intervencionismo estatal de las décadas anteriores. Hoy India es el país de mundo con mayor crecimiento del PIB y se ha convertido en la tercera potencia económica global, pero la desigualdad crece y la pobreza es generalizada: el 24% de la población es analfabeta y un 17% sufre malnutrición.
Las tasas de paro son “las más altas de la historia de India, especialmente entre los jóvenes”, denuncia Ashish Kothari. “El gobierno ha hecho algunas cosas buenas en bienestar social, pero si miras a los grupos más marginados, la situación es peor”, sentencia el activista, coautor o coeditor de más de 30 libros de temas de desarrollo y ecologismo. “La diferencia entre ricos y pobres ha crecido”, denuncia. Modi debe parte de su popularidad a los programas de ayudas impulsados por su gobierno, pero Khotari lamenta que estas políticas son más caritativas que de garantía de derechos. “La salud pública ha declinado, los niveles de la educación también”. El balance también es negativo en “el frente ecológico”, como lo llama el veterano activista: “todas las leyes medioambientales de los años 70 y 80 han sido debilitadas en los últimos 10 años, por ejemplo en relación a la deforestación o la apertura a la minería de lugares con una rica biodiversidad”.
La desigualdad también es territorial, con una numerosísima población rural que sigue viviendo en la pobreza. Millones de campesinos protagonizaron en 2020 y 2021 la mayor huelga de la historia moderna, en protesta por una reforma que pretendía “poner aún más la agricultura en manos de las grandes empresas”, según explica Khotari. “Obligaron al gobierno a renunciar a esta ley”. Recientemente han resurgido las protestas agrícolas, pero no han alcanzado la magnitud de entonces y no parecen tener fuerza suficiente como para incidir significativamente en el resultado electoral.
Una oposición débil
La oposición a Modi, liderada por el histórico Partido del Congreso, ha conseguido formar la coalición Indian National Developmental Inclusive Alliance (INDIA). Concurrir unidos a las elecciones era imprescindible para restar escaños al BJP, ya que el sistema electoral mayoritario deja sin representación a las candidaturas pequeñas. La oposición parece haber encontrado un líder popular en Rahul Gandhi, que ha protagonizado un multitudinario yatra (peregrinación) de más de 6000 kilómetros. “El yatra cambió la imagen del Partido del Congreso y de él mismo”, considera Ashish Kothari.
El Congreso – que gobernó el país durante décadas – y sus aliados confían en dos apuestas para contrarrestar la popularidad de Modi: insistir en el peligro que el líder nacionalista supone para la democracia y atraer la atención del electorado sobre los problemas socioeconómicos. “Se están centrando sobre todo en el paro, especialmente entre los sectores más jóvenes, que forman una parte importante de la población india”, explica Segura-Garcia. Kothari cree que el “descontento sobre la desigualdad, el desempleo y la inflación” podría hacer mella en la hegemonía del BJP.
Sin embargo, la oposición tiene muy pocas posibilidades de derrotar a Modi. “La oposición siempre ha sufrido una falta de coherencia entre partidos”, explica Segura-Garcia. INDIA “es una alianza política muy amplia, vagamente de centroizquierda, de más de 40 partidos muy diferentes”, detalla la historiadora. Además, “la oposición se ha visto debilitada por la persecución política del BJP”.
La apuesta nacionalista hindú es popular entre un electorado acostumbrado al enfrentamiento permanente con la vecina Pakistán y a la estigmatización de la minoría musulmana. En marzo, el índice de aprobación de Modi era del 75%, un récord que deja pocas dudas sobre el resultado electoral. Del desenlace de las elecciones dependerá si se acelera el declive autoritario de la mayor democracia del mundo. Una deriva que podría acabar encendiendo una violencia generalizada contra la población musulmana, en un nuevo episodio de enfrentamientos comunales como los que India ha sufrido desde su independencia en 1947.


