Las diferencias en las habilidades adquiridas durante la etapa educativa solo son uno de los muchos determinantes de la distribución de la renta en una sociedad, junto con las capacidades cognitivas y no cognitivas inherentes de las que se disponga, los entornos familiares y factores institucionales propios de cada territorio, como son el poder sindical o la fiscalidad de las rentas altas. Pero no por ello las habilidades adquiridas son menos relevantes.
El rápido progreso tecnológico y la globalización han acabado con ciertos tipos de trabajo y han creado otros en una gran variedad de nuevos ámbitos. La velocidad de este fenómeno ha sido superior con respecto a épocas pasadas, y este dinamismo hace que también cambie más rápidamente el precio que tienen las habilidades que tenemos y aprendemos. Mientras que la escasez de ciertas habilidades apreciadas por el mercado laboral tenderá a que estas sean remuneradas con salarios altos, la abundancia de trabajadores hará que al ser más sustituibles se les pueda pagar relativamente menos o bien vean como sus salarios se estancan, como pasa en los trabajos que pierden valor debido al progreso tecnológico
Esto da lugar a una especie de carrera entre educación y progreso tecnológico que se podría definir como la diferencia entre las velocidades de cambio de la demanda de trabajadores cualificados por parte del mercado laboral (con el progreso tecnológico como determinante principal de las habilidades requeridas) y de la oferta de trabajadores calificados, cuya formación recae en el sistema educativo, que siempre va a remolque. El estudio de este fenómeno ha sido recurrente entre economistas, desde el pionero Jan Tinbergen en la década de los 70 hasta la última Nobel Claudia Goldin.
Relacionado con lo que se aprende y lo que no, aparece el concepto de prima salarial educativa, que no es nada más que la proporción de ingresos adicionales que implica haber conseguido un nivel de estudios superiores o, dicho de otra forma, el retorno privado que tiene estudiar si lo entendemos como una inversión a largo plazo. Esta ha ido variando a lo largo de la historia y es relevante para entender las dinámicas de la carrera y las desigualdades de renta que genera.
Según la OCDE, los ingresos de los graduados superiores eran un 55% más elevados que los que obtenían aquellos trabajadores con un nivel de estudios post-obligatorios no terciarios, una prima similar a la media de los países de la organización (56%). Estudiar más siempre vale la pena, pero en España la prima salarial de los estudios superiores se ha reducido durante los últimos tiempos. Esto no necesariamente es malo, pues implica que la población cada vez está más educada, aunque en el año 2021 España todavía era el cuarto país de la UE con más proporción de población de 25 a 64 años con la educación básica obligatoria como máximo nivel de estudios completado. La reducción de la prima salarial se ha atribuido al rápido incremento de la oferta de graduados universitarios (el número de graduados y graduadas universitarias se duplicó y triplicó, respectivamente, en el periodo 1988-2008), a la importancia de modelos productivos de baja calidad en términos de productividad y, quizás combinando ambas causas anteriores, al mal emparejamiento entre graduados universitarios y la demanda.
Desgraciadamente, la sobrecualificación es un problema que se arrastra desde hace tiempo. Según FEDEA, en España el 35,9% de los graduados universitarios que trabajan lo hacen en un trabajo para el cual no se requiere una titulación superior. Es la cifra más alta de la Unión Europea, que tiene una media del 22,2%, y se ha mantenido estable durante las últimas tres décadas. Similarmente, el encaje ocupacional de los titulados universitarios, entendido como que acaben trabajando en empleos de las categorías 1 y 2 de la Clasificación Nacional de Ocupaciones, también se ha mantenido entre el 57% y el 60%, 62,4% en Catalunya en 2022.
Este encaje varía sustancialmente según la rama de conocimiento. Si en sectores como la gestión forestal, negocios y administración, humanidades y ciencias sociales entre una cuarta parte y la mitad de los ocupados lo están en empleos CON 1-2, los trabajadores formados en sectores industriales, matemáticas, estadística y sobretodo salud tienen encajes superiores al 70%. Si nos centramos en los salarios encontramos una historia similar, y la probabilidad de conseguir un empleo remunerado con menos de 1500€ mensuales al cabo de cinco años de terminar los estudios es superior al 50% en la mayoría de ámbitos. Además, otra distorsión que puede generar la sobrecualificación según FEDEA es el efecto “crowding-out”, el desplazamiento de trabajadores con educación intermedia hacia ocupaciones que solamente requieren formación elemental.
Tres soluciones son muy claras, compartidas tanto por la OCDE como por algunos de los estudios referenciados. En primer lugar, es necesario ofrecer y difundir información realista sobre las salidas laborales de las diferentes ramas del conocimiento y tipos de estudios. Si bien es clave tener en cuenta el interés o vocación a la hora de elegir un camino profesional, es relevante poder disponer de una idea de las puertas que abrirá cada uno de ellos y de las remuneraciones del sector. Aunque las buenas perspectivas laborales de las ingenierías son ampliamente conocidas, entre los cursos 2016/17 y 2020/21 se redujo la proporción de estudiantes que cursan estudios en dicha rama del conocimiento, pasando del 15% al 10,9%. Se debe disponer de estos datos para evitar el marketing habitual de las universidades, basado en mostrar el porcentaje de graduados que trabajan, pues esconde malos emparejamientos.
La oferta de formación profesional se está adaptando a los cambios en el mercado laboral, si bien muchas posiciones sin cubrir requieren estos estudios, especialmente en ámbitos menos populares. Pero en las universidades esto no es tan sencillo, pues el proceso de acreditación de los estudios es más costoso. En ese sentido se debería revisar el modelo de financiación de las universidades para desincentivar aumentos injustificados de la oferta formativa, aunque sea costoso políticamente, para alinear mejor el contenido de los grados con las competencias que se necesitan en el ámbito laboral, garantizando actualizaciones más frecuentes de los planes de estudio.
Además, también deberíamos centrarnos en aquellos adultos que ya han completado su etapa formativa, pues una vez se han especializado en un tipo de trabajo es mucho más costoso reciclarse. Esto puede pasar tanto por una menor capacidad de aprendizaje a medida que nos vamos haciendo mayores como por la disminución del beneficio que se recoge dedicándose a un nuevo trabajo aprovechando las habilidades aprendidas, pues quedan menos años en activo respecto a una persona más joven. Por este motivo aún se deben hacer más accesibles las herramientas que faciliten el aprendizaje de nuevas habilidades. Iniciativas como el Cibernàrium en el caso de habilidades tecnológicas y de programación, y similares repartidas por el territorio, son clave para democratizar el acceso a empleos altamente cualificados.
La demanda de trabajo también tiene su parte de responsabilidad, pues formar trabajadores cualificados es poco útil si no hay una estructura productiva de alto valor añadido detrás. Tenemos que empezar a superar la idea de que el dinero fácil del actual modelo turístico sean uno de los pilares de nuestra economía, pues está empezando a mostrar síntomas de agotamiento. Las actividades económicas de alto valor añadido requieren más conocimientos, pero son preferibles a largo plazo.
La transformación productiva no se consigue solo deseándola. Hacen falta infraestructuras de calidad y sobre todo disponer de una política industrial activa y ambiciosa que dialogue con los actores implicados, identifique sectores con potencial a partir de los actuales y cree los ecosistemas adecuados, también incluyendo a las instituciones educativas, para hacer posible la generación de puestos de trabajo estables, bien remunerados y más bien repartidos por el territorio. Además, también corresponde a las Administraciones anticipar hacia dónde se dirige el mercado laboral a largo plazo, identificar qué parte de la ciudadanía resultará potencialmente ganadora y perdedora con dichas tendencias y guiar las políticas educativas, laborales e incluso sociales en consecuencia para no dejar a nadie atrás.


