En noviembre de 2017 Barcelona en Comú rompía el gobierno municipal con el PSC por su apoyo al 155 en Madrid. Esta semana se ha publicado en el BOE la amnistía por los encausados por el proceso independentista mientras en Barcelona conocíamos el acuerdo de gobierno entre PSC y ERC. Difícilmente se puede ilustrar mejor el fin del procés. Los bloques se deshielan –aunque poco a poco y de forma discontinua, como permite ver el acuerdo independentista para dar la mesa del Parlament a Junts– y los tabúes de unos y otros han caído: negociación, amnistía, pactos, etc. Como es natural, cada uno interpreta la situación según su relato, pero lo cierto es que todos se han movido de sus posiciones respecto a hace un año.
Que estamos en una nueva fase no implica, sin embargo, que podamos definirla. Hay muchas carpetas que hoy todavía dejan interrogantes y que pueden decantar los eventos en distintas direcciones. La resolución de la investidura en Cataluña y la aplicación de la amnistía son las más relevantes; la primera, por la endemoniada realidad después de las elecciones del 12 de mayo, que ni mucho menos garantiza que tendremos gobierno sin pasar de nuevo por las urnas; la segunda, porque la política pierde el control de una ley que ha sido clave en la legislatura española.
Si la amnistía ha sido un trámite pesado por muchos actores, todo indica que ahora lo será aún más. Llegado el turno de los jueces y los fiscales, éstos amenazan con hacer todo lo posible por frustrar sus objetivos. La batalla por los resultados de esta ley no es un todo o nada, sino que hay cientos de casos, más o menos mediáticos, y cada uno de ellos es una oportunidad para dinamitar la estrategia de Sánchez y de los independentistas. Nadie lo sabe mejor que los togados, que aprovecharán cualquier resquicio para desgastar un poco más un gobierno que no esconden que les parece del todo ilegítimo. La batalla se hará por tierra, mar y aire.
Sin embargo, en el tablero político los actores no quedan impotentes. El PSOE querría pasar página rápido, pero sabe que el goteo de noticias sobre casos del procés lo seguirá desgastando en los próximos meses. Sitiado por la persecución judicial de Begoña Gómez –una pantomima des del punto de vista procesal–, prefiere mantenerse a la defensiva frente a los ataques de la derecha que abordar los problemas estructurales urgentes de carácter social, como la vivienda , las pensiones y los salarios, que son mucho más incómodos por su relación con el poder económico. Por el momento, ha intentado tomar la iniciativa con un ultimátum para reformar el poder judicial.
A la derecha, el Partido Popular sigue sin poder conciliar sus dos almas y juega, de forma más casual que premeditada, al “poli bueno, poli malo”. Mientras Feijóo prefiere dejar el protagonismo a los jueces y evita liderar la oposición a la amnistía para no cerrar la puerta a una moción de censura en la que necesitará los votos de Junts, Ayuso ya hace movimientos para capitalizar el malestar de buena parte de la sociedad española con esta ley. Vox sigue intentando, de momento sin éxito, hacer mella en estas contradicciones, evaluando cómo relacionarse con el nuevo fenómeno que nace en la derecha.
La pugna entre independentistas ya no es sólo por el relato, sino que pasadas las elecciones es también por posiciones de poder. Junts ha logrado disciplinar a ERC y CUP para hacerse con la mesa del Parlament, que parece querer exprimir al máximo controlando los tempos de la investidura, desgastando a Illa –el más presidenciable– y a ERC –que tiene la clave de su gobierno–, así como jugando con la amenaza de una repetición electoral. Los republicanos, en cambio, realizan una intento de acercamiento al PSC con el pacto en Barcelona, pendientes de si sus bases son capaces de digerirlo.
Por si fuera poco, este escenario no es ajeno a las tendencias de fondo de la época. Las elecciones europeas han evidenciado la fuerza de la extrema derecha en el continente que, por mucho que por el momento parece que no podrá asaltar las instituciones comunitarias, se hace fuerte en países clave de la Unión. En nuestro país la tendencia dramática hacia la derecha no se traduce en una consolidación clara de la extrema derecha, pero sí que sus marcos ideológicos ganan terreno mucho más allá de sus filas. Las izquierdas a la izquierda del PSOE, mientras, sufren las consecuencias obvias de los tactismos suicidas y parecen condenadas a años de travesía por el desierto –en un momento, por cierto, que no vamos sobrados de tiempo. Las irresponsabilidades son suyas, pero los platos rotos los pagamos todos.
El tablero político está atravesado hoy por correlaciones de debilidades más que de fuerzas, lleno de incertidumbres por todos los jugadores y la amenaza con desestabilizarse por actores que juegan con reglas diferentes. Resolverlo implicará incomodidades a algunos, a otros o a todos. Queda por ver quién es capaz de aguantar mejor el pulso.


