
Desde hace un tiempo, comparo la vida con el surf. A cada una nos cuesta más o menos, pero en mi caso puedo decir que, una vez alcanzados los 30, había conseguido subirme a la tabla y disfrutar de los desafíos que llegaban a mi vida con relativa armonía. Después me quedé embarazada, y desde entonces, no dejan de acecharme olas gigantes que me derriban. Algunas, incluso me arrastran por el fondo y salgo del agua después de haber tragado litros, llena de rasguños. Luego vuelvo a subirme a la tabla, y a veces, incluso empiezo a confiarme de nuevo. La última ola que me ha tirado ha sido el destete nocturno. Y todavía no he conseguido volver a subirme a la tabla, aunque empiezo a entender por qué.
Aunque sea una etapa por la que pasan muchísimas mujeres y sus bebés —todas las que eligen la lactancia materna—, apenas se habla de ello. El destete puede ser, fácilmente, la fase sobre la que hay más desinformación y en la que, en consecuencia, todavía abundan los mitos de las generaciones previas: que si no lo haces tu bebé nunca será independiente, que lo estás malcriando, que estás fomentando una adicción. Todas estas creencias son absurdas y ponen la responsabilidad, o mejor dicho, la culpa, en las madres. Para variar. Y eso me enfada mucho, muchísimo.
Este silencio, este ahogo, esta odisea para volver a surfear la vida cuando se enfrenta el destete no es una casualidad. Toda esta sensación de culpa, tampoco. En Cataluña se impulsaron los dos primeros grupos de apoyo al destete respetuoso dentro del Institut Català de la Salut, en 2019. Antes había cero. Ese mismo año, existían 806 grupos de posparto y lactancia y 1.537 de preparación al nacimiento.
¿Por qué estas cifras? ¿Quizá porque es la etapa de la crianza que afecta más a las mujeres? El momento en el que tu cuerpo y tú decidís que habéis llegado al límite y que es el momento de escucharlo y empezar a decirle que no a tu bebé es de una soledad infinita. Escucharlo llorar en brazos de tu pareja o en los tuyos porque quiere algo que has decidido tú que ya no le das es muy duro. Algo que lo calmaría en milésimas de segundo ya no está. Ese luto es difícil porque vivimos en una sociedad en la que ponernos a nosotras en el centro y marcar límites es casi una heroicidad. Estoy bastante segura de que esa es la razón por la que estamos ante el proceso menos acompañado. Porque somos mujeres y porque nos han enseñado, desde siempre, a poner a los demás por delante.
He tenido la suerte de asistir a uno de estos grupos que facilita Sònia Garcia, matrona en el Centro de Atención Primaria Manso. La experiencia ha sido maravillosa. Poder compartir experiencias con otras mujeres en la misma situación sin el más mínimo ápice de juicio ha sido liberador. Dejas de sentirte sola en la maternidad y redescubres que no hay dogmas ni leyes inquebrantables y que lo único que debes hacer es fiarte de tu instinto. Manda ovarios, pero sí, el patriarcado entra tan hasta el fondo de nuestras cabezas y nuestros cuerpos que dejarnos guiar por lo que sentimos también parece que está mal.
Ahora, en este momento, he conseguido sacar la cabeza del agua y tanteo la tabla. Es decir, recupero la lucha personal y colectiva por romper el aislamiento que muchas veces nos trae la maternidad. Y me gusta compartir lo que me ha servido. No doy consejos porque estoy absolutamente harta de recibirlos. Todas las ideas y estrategias son válidas. Si decides que esa toma es la última, te despides y no vuelves a darle teta a tu bebé nunca más, estupendo. No eres la dama de hierro. Si te arrepientes y amamantas a tu bebé de nuevo porque se ha puesto malo o le está saliendo un diente, también estupendo. No eres una floja. Además, si has destetado una vez, ya sabes que es posible. Lo que te funciona a ti es lo que vale. Es, de hecho, lo único que vale.
Todo lo que sientes está bien. A mí me ha servido saber —gracias infinitas a Sònia, otra vez— que si mi hijo ve que su madre pone límites porque respeta su cuerpo, él también lo hará.
Siempre pienso en todas las personas a las que he visto criticar a las madres que no amamantaban a sus recién nacidos porque son las mismas que critican a las que siguen dando teta a sus bebés cuando tienen más de un año. Quizá a esas personas sí puedo y quiero darles un consejo: cerrad la boca. De verdad, tenemos bastante con nuestros propios prejuicios como para cargar también con los vuestros. Dejadnos elegir la tabla, la playa, la marea. Si nos ahogamos, ya os llamaremos.


