ERC no quiere acercarse al PSC. ERC no quiere nuevas elecciones. ERC no quiere volver a compartir una lista conjunta con Junts. ERC no confía en las antiguas élites del partido, ni en los nuevos liderazgos. Pero tampoco confía en la militancia. Después de los dos últimos resultados electorales y del fin del reinado Aragonès, ERC se ha deshecho. Ahora querría ser un niño pequeño para decir “ahora me enfado y no respiro” y dejar que los adultos lidien con un mundo real, a menudo demasiado hostil y difícil de comprender. Esto, claro, no es posible.

El principal problema es que lo que quiere ERC ahora mismo es desconocido para ERC… porque nadie sabe bien qué es ERC: ¿Es la militancia que fue a boicotear la votación que habría permitido que los republicanos entraran en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona o la gente de la dirección que fue a llamar a los militantes para que lo boicotearan? La respuesta es que son tanto los unos como los otros, pero el vacío de poder existente ha dejado al partido inmerso en una importante crisis existencial.

En la confusión generalizada se encuentran varios actores: primero, la diferencia ideológica entre la militancia de Barcelona y la del resto del país. Grosso modo, uno, los primeros, piensan más en clave derecha-izquierda mientras que los otros lo hacen en clave Cataluña-España. Segundo, la “lucha” entre la militancia contra una serie de cargos y directivos que prefieren continuar en el gobierno porque de esto depende la carrera profesional. Tercero, la lucha por la sucesión de la dirección del partido entre Aragonistas-Roviristas contra Junqueristas. Y si hiciéramos un zoom-in en cada una de estas categorías veríamos que ni los minibloques son homogéneos, pues, por ejemplo, el sector de Marta Rovira aglutina más apoyos por estar en contra de Junqueras que por tener un plan ideológico compartido.

Pero ERC, quiera o no quiera, tiene que decidir algo tan importante como el futuro del gobierno de Cataluña. El PSC no investirá a Puigdemont y este no investirá a Salvador Illa. Los votos de ERC son, por tanto, necesarios. Las dos opciones duelen a la militancia: cansada por el bullying recibido por los posconvergentes durante sus tiempos como “aliados”, volver a guarecerse bajo su ala es una experiencia traumática que no tienen intención de repetir. Pero acercarse al PSC y ponerse una diana en el pecho para que les acusen por enésima vez de botiflerismo tampoco es una opción que motive mucho.

La jugada de lanzar la propuesta del financiamiento singular estaba pensada como una coraza protectora. La idea podía ser la siguiente: pedir un financiamiento singular esperando la negativa del PSC/PSOE y así tener una excusa para no tener que investir a nadie. Ir a elecciones, perder dos o tres diputados (en las estimaciones optimistas), y prepararse de nuevo para el nuevo ciclo electoral después de celebrar, en noviembre, un congreso nacional.

Pero ERC, o la dirección temporal liderada por Marta Rovira y por los restos del equipo de Aragonès, ha vuelto a calcular mal. Pedro Sánchez, no Salvador Illa, salió para declarar que la demanda de los republicanos era posible. Por supuesto, no lo será en las condiciones que solicitan. Pero la música será similar. El PSOE podría activar la reforma del financiamiento de las comunidades autónomas y hacer alguna pequeña concesión extra a Cataluña, quizá más discursiva que efectiva. Con esto, le pone las cosas aún más difíciles a la dirección interina de ERC.

Y de fondo, la gran pregunta que realmente preocupa a la gente del partido es la siguiente: ¿Quién podrá hacer caer a Oriol Junqueras, que ya ha comenzado a hacer campaña por su “Last Dance”? De momento no hay ningún contendiente que le haga sombra a Junqueras, por mucho que trescientos militantes del partido, entre los cuales se encuentran personajes como Joan Ridao o Joan Puigcercós que llevan décadas en el partido, pidan que cese en su intento de liderar el partido por motivos de… regeneración.

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