Algo muy bonito de las Barcelonas es cómo los vecinos las leen y las comentan barrio a barrio. Conseguirlo es un orgullo y me reafirma en la idea de un periodismo ciudadano. Los residentes en los barrios que analizo no critican el mostrar los puntos negativos de sus territorios, sino más bien lo contrario al entender la exhibición de sus males como una forma de revertirlos.

Este inicio me hace recordar la vez en que una alumna de paseos se indignó conmigo porque durante diez minutos no hallamos ningún hito interesante en el recorrido. Le respondí tranquilo, pues la ausencia de referencias no es pobreza, sólo consecuencia de la forma de construir las morfologías con el paso del tiempo. La escasez de elementos puede ser una metáfora y no es siempre la misma al depender su significado del lugar.

En el Turó de la Peira yo sé muy bien cómo arreglar determinadas disfunciones o, al menos, mitigarlas. Las estadísticas municipales son muy claras y muchas veces se usan sólo para constatar el estado de las cosas, un poco como cuando Collboni dice de liquidar los pisos turísticos sin mover un dedo, algo al fin y al cabo muy catalán, pues durante el Procés también se prometió la independencia sin explicar cómo articularían el después.

Entrada a los jardines de Pilar Espuña entre Pi i Molist y el carrer de Sant Iscle. | 

Vayamos al grano. En la Peira hay un 25% de inmigrantes, un porcentaje espantoso de paro de larga duración en mayores de 45 años y un pecado original que podría haberse revertido si los ayuntamientos democráticos hubieran estudiado de verdad los márgenes de la Ciudad Condal.

Hablo de los equipamientos. En pasadas entregas comparé a nuestra barriada protagonista con Bellvitge. El motivo es muy simple. Se alzaron bloques a toda prisa para paliar déficits habitacionales y pegar pelotazos inmobiliarios sin pensar en las necesidades elementales de los futuros inquilinos. Esto se aprecia muy bien en un glorioso pasaje de Los mares del sur de Manolo Vázquez Montalbán, donde vivir en ese L’Hospitalet sólo consolaba por tener un techo y un autobús con horarios preestablecidos para ir y volver del trabajo.

En El Turó de la Peira hay un centro cívico, el de Can Basté, En estos aspectos suelo ser muy quisquilloso y a mi parecer esa masía pertenece a Vilapicina. La discusión nada bizantina sobre la división administrativa barcelonesa poco aportaría al debate de hoy, donde la ubicación de este equipamiento debe valorarse de manera positiva al hallarse en un enclave próximo a diferentes barrios, como también ocurre, por ejemplo, con la Biblioteca María Sánchez de la zona norte, poco publicitada, sin goteras y útil desde la cercanía para Torre Baró, Vallbona y Ciutat Meridiana.

Gente de charla este pasado enero junto a una de las fachadas de Can Basté | 

El éxito de la marca BCN cree haber conseguido omitir muchas deficiencias de la inmensidad urbana. La publicidad de coches en passeig de Gràcia, barcos de ricos y bicicletas en 2026 se conjuga con premios a la García Márquez, un buque insignia defectuoso, una tomadura de pelo tan monumental que provoca el efecto contrario al deseado porque, desde su inauguración, muchas han sido las bibliotecas de la red municipal quejosas por tener problemas estructurales y verse obligadas a cerrar.

La Peira por ahora no figura en el elenco bibliotecario barcelonés. En el barrio se echa en falta un tejido asociativo capaz de vertebrar sus varias brechas. En mi modesta opinión, la erección de una biblioteca en sus calles sería una inyección de optimismo y una enorme posibilidad de cambiar sus paradigmas comunitarios desde la Cultura.

El nuevo centro no debería ser faraónico porque una arquitectura de este tipo debe ser funcional a sus usuarios y mejorar el entorno sin comérselo, como acaece con el CEM Turó de la Peira, situado justo el 50 del carrer de Sant Iscle, equidistante entre este antiguo camino y Pi i Molist, dos limbos mayúsculos, este último con una de sus miradas hacia Porta, la otra gran víctima del promotor Sanahuja.

El CEM Turó de la Peira desde Sant Iscle | 

El polideportivo, inaugurado en julio de 2019 y proyectado por Anna Noguera y Javier Fernández, no es sólo hermoso al ser un jardín vertical en casi todos sus ángulos, sino por crear espacio integrándose en el mismo mientras proporciona óptimas instalaciones a todos aquellos deseosos de ejercitarse. Lo hace con el don de estar a una nada de muchas barriadas, de Vilapicina a la Guineueta, y apostar, sin conseguirlo plenamente porque no resulta tan fácil enmendar errores pasados, por liberar lo circundante del lastre de las pantallas fruto del empecinamiento franquista por fabricar densidad demográfica sin beneficios para los ocupantes de todas esas colmenas humanas.

De hecho, no deja de ser curioso cómo se habla poco o nada del valor de los Centros Deportivos Municipales en Barcelona. Durante años, hasta la Pandemia, fui habitual del existente en el Guinardó y aún hoy en día me resulta admirable la retahíla de micromundos que hilvana desde lo intergeneracional. El del Turó de la Peira tiene el extra de haber ganado lo que les ha dado por denominar jardín, dedicado a la activista vecinal Pilar Espuña, fallecida en 2021.

Vista del “jardín” dedicado a Pilar Espuña | 

Ese rectángulo muy imperfecto entre fachadas y más fachadas tiene algo de verde, algunas sillas y sirve para socializar o pasear al perro. Dado lo exiguo del antes no deja ser una buena noticia para el presente, pero el cuadro del sitio no deja de ser, volvamos al inicio, muy metafórico, pues al fin y al cabo lo urdido entronca con una tradición bastante calamitosa: intentar la recuperación de los desastres perpetrados por nuestros antecesores.

Aquí ha salido bien y puede ir a mejor si se analizan mejor las prioridades. Insisto en la biblioteca para el Turó de la Peira y me reafirmo en lo escrito en otros reportajes de más enjundia: prefiero equipamientos menos costosos y más realistas, que sean fantásticos para la cotidianidad sin suscitar titulares, señal inequívoca de su victoria desde lo comunitario.

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