Vivimos bajo un implacable bombardeo de mensajes presuntamente motivacionales que nos empujan a vivir fluyendo. A no planificar, a dejar que la vida nos lleve y nos sorprenda, y adaptarnos a eso tan maravilloso que el destino nos tenga que ofrecer (sic).
Fluir en el trabajo, en el amor, en los afectos, en los proyectos. Y que sea lo que tenga que ser, como en una suerte de ruleta rusa en la que nunca salta la bala. ¡Y ay del que no fluya! Reaccionario, cobarde, desempoderado. Fuera de tu vida quien no fluya contigo.
Pues, oigan, fluir es un privilegio; un privilegio de clase. Una vez más, el mainstream nos coloca como revolucionaria una filosofía profundamente clasista y retrógrada que es, además, una tortura psicológica. Porque, veamos, ¿quién está en disposición de ir fluyendo por la vida?
¿Puede fluir una madre con un par de pequeños que requieren sus cuidados a jornada completa? ¿Se puede fluir con 50 euros en la cuenta corriente? ¿Cómo se fluye en lo laboral sin una carrera, un máster y una buena carta de recomendación? ¿Fluyen las personas con diversidad funcional? ¿Cómo narices se fluye cuando tu capital personal eres tú y una bolsa de herramientas y hay una familia que depende de tu salario mínimo?
No fluimos. Fluyen los ricos, los privilegiados. Los que tienen colchón, padrinos, rentas, títulos y recursos socioculturales. Y te miran por encima del hombro por planificar. Pues claro que planificamos, sí. Los trabajadores planificamos cada día de nuestra vida para llegar a fin de mes, para ahorrar 15 euros semanales durante medio año y poder comprarle una consola al pequeño. Para volver a nuestro país a abrazar nuestros orígenes. Para dejar a los que nos siguen un camino más llano que el que tuvimos que andar nosotros.
Fluyen los ricos, los privilegiados. Los que tienen colchón, padrinos, rentas, títulos y recursos socioculturales
Porque fluir, en la vida real, no es que de repente te llame un desconocido para ofrecerte el trabajo de tus sueños en Bali. Fluir significa que no sepas cómo cuidar de tu madre, porque no puedes pagar las atenciones que necesita, o que vuelvas a remendar con pegamento las zapatillas de la niña porque no puedes comprar unas nuevas hasta que te vuelvan a llamar de la empresa.
No fluimos, porque ni podemos ni queremos fluir. Nosotros somos trabajadores y trabajadoras porque no podemos vivir sin nuestro trabajo y no esa milonga de las clases medias que nos vacía, nos desune y nos descasta. El fluir en lo laboral es un desastre mayúsculo, se llama precariedad y hace imposibles nuestros proyectos de vida. Cambiar de trabajo veinte o treinta veces no es una sucesión de oportunidades de autorrealización y crecimiento, es un martillo pilón desmenuzando cualquier perspectiva de emancipación real y desarrollo personal y colectivo. Y es un enorme fracaso que gente que no podría sobrevivir ni un mes sin su trabajo romantice esta idea atroz.
No fluimos, porque construimos juntos nuestros proyectos. Porque nuestro patrimonio es lo comunitario, lo público, lo de todas. Porque al herido se le cuida y al que atraviesa una mala racha se le abre la puerta de la casa y de la nevera, no se le aparta llamándole tóxico.
Que menuda derrota también esto de la toxicidad. El capitalismo emocional en su máxima expresión declamando a los cuatro vientos en favor de abandonar a quien nos necesita y acelerar en salidas individuales e individualistas. Tóxico es tu compañero, que le pisa el cuello a quien haga falta para sentarse en un cubículo más cerca del despacho de dirección. Tóxico el que se mofa y ahonda en las vulnerabilidades de los demás para sentirse un escalón por encima. Tóxicos los medios de comunicación que nos venden ideales de vida que sólo hacen felices a nuestros jefes.
Tóxico el penúltimo que, a falta de agallas para enfrentarse a los del podio, se ensaña contra el último. Porque no fluye suficiente.



1 comentari
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