La semana pasada dos hermanas murieron –o mejor dicho, fueron asesinadas– por un sistema económico –con unos responsables directos– que en el marco de la vivienda pone por delante los intereses y grandes beneficios de los privados en vez del acceso a un bien tan necesario e imprescindible para la vida como es tener un techo.
Al mismo tiempo, hay que tener presente que este mercado no funcionaría sin unos políticos que allanan el camino e incentivan unas políticas que no garantizan el acceso a un derecho universal como es la vivienda; unos políticos, como Jaume Collboni, que pese a las políticas nefastas que está haciendo para las vecinas de Barcelona todavía puede salir y –sin que se le caigan los anillos– decir que “el suicidio de las dos hermanas es la cara más dura de la emergencia habitacional en la ciudad de Barcelona”. Él, el mismo que pone día tras día la alfombra roja para que la industria turística y el gremio de hoteleros se lucren cada vez más a expensas de las personas que humildemente quieren desarrollar un proyecto vital digno en los barrios de esta ciudad. O, también él, quien tiene como uno de sus principales proyectos modificar la normativa que obliga a dedicar un 30% de vivienda protegida a las nuevas promociones y grandes rehabilitaciones.
Al escuchar y leer todo esto, lo que nos sale pensar a muchas es la inmensa hipocresía que se desprende de esta forma de actuar; por un lado, se incentivan políticas que van en detrimento del acceso a una vivienda para la mayoría de personas de la ciudad, así como la expulsión continuada de las vecinas de los diferentes barrios, y por otra, cuando estas políticas llegan a tener las consecuencias para las vidas de las personas y su salud mental, entonces salen en rueda de prensa y se ponen las manos en la cabeza.
Esta forma de hacer es insoportable. Pero, aunque sea insoportable, no deja de ser la realidad que nos ha tocado vivir; el vacío de las palabras, la hipocresía hecha cotidianeidad. Y lo es en el terreno de la política institucional, donde día a día vemos frases con palabras vacías de acción y también de contenido, pero también lo es en lo personal y profesional –que también es político– con personas que abrazan el discurso de los cuidados, de la comunidad, pero que después muestran su egoísmo a partir de sus actos a la hora de relacionarse con las personas, de anteponer de forma sistemática sus intereses a los del colectivo. Incluso en el ámbito laboral lo vemos con personas que quizás nos hemos encontrado por el camino que se han aprovechado de nuestros trabajos, de nuestras ideas, de nuestros recursos mientras iban a diferentes organizaciones a explicar cómo debía trabajarse en equipo o cómo desarrollar la empatía y la confianza entre diferentes personas de una organización.
Y con todo esto, también nos damos cuenta de que somos muy duros cuando vemos estas contradicciones en los demás; cuando las vemos en las formas de hacer política institucional, en el sistema que nos rodea; en las contradicciones y la crudeza del sistema capitalista y patriarcal. Aquí somos implacables, con los de fuera somos absolutamente contundentes; pero ¿qué ocurre cuando estas contradicciones, estas hipocresías nos tocan de cerca? ¿Las señalamos? ¿Las denunciamos? ¿Las confrontamos?
Un amigo me dijo un día que algo que le sorprendía mucho era ver cómo la gente era capaz de ver todas las contradicciones y las crudezas de los demás y de los sistemas de opresión, pero en cambio lo fácil que era para esas mismas personas asumir contradicciones en su día a día: en relación a sus relaciones interpersonales, sus hábitos cotidianos, su realidad laboral, familiar o comunitaria. Y es que quizás algunos de los problemas que tenemos provienen de aquí; pensar que nuestras acciones por sí solas no son significativas y que sólo atacando las contradicciones y las desigualdades creadas por los sistemas saldremos adelante. Pienso que esto es erróneo; evidentemente es necesario atacar a los sistemas, a las estructuras e ir a la raíz de las causas provocadas por engranajes complejos; sin embargo, de la misma forma que sin lucha colectiva no hay cambio posible, sin una coherencia y lucha individual nunca podrá existir una coherencia colectiva. Creo que necesitamos una reflexión y volver a llenar de contenido aquellas palabras que quizás sólo han sido deseos y voluntades pero no realidades; confrontamos nuestras contradicciones, asumimos trabajar por una coherencia que nos permita avanzar. Y hagámoslo de forma individual, pero sobre todo de forma colectiva: desde la honestidad y la humildad.


