Hay dos palabras clave en su intensa existencia: la libertad, “la búsqueda incesante de la libertad”, y la pasión por la escritura, algo que practicó desde muy joven. Basta con dar una breve ojeada a la bibliografía de Rosa Regàs para darse cuenta de dos aspectos que determinan y singularizan su producción literaria.

El primero es que nos encontramos ante una escritora que conocía muy bien el mundo literario, sus grandezas y miserias, la trama de intereses ideológicos y económicos que desde bambalinas ha movido y mueve la tramoya editorial.

Ella misma ocupó cargos de responsabilidad directiva en algunos de los sellos editoriales más emblemáticos de los años sesenta: la revista semanal Siglo XXI, cerrada por las autoridades franquistas, la revista Arquitectura Bis, y la revista filosófica Cuadernos de la Gaya Ciencia; también conviene recordar que durante los años ochenta fue traductora y editora en Naciones Unidas, trabajo que realizó en Ginebra, Nueva York y París hasta 1994.

Muchas fueron las personas y personajes que se cruzaron con Rosa Regàs durante aquellos años de pulsiones culturales entrelazadas, pero Carlos Barral fue una referencia ineludible en su biografía profesional y también literaria por la profunda huella que el poeta-editor catalán dejó en su obra. Todo ello hizo que conociera de primera mano las operaciones generacionales llevadas a cabo por un grupo de poetas e intelectuales como el mismo Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo.

Su figura era carismática a primera vista: Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, la convirtió en su discípula literaria siguiendo el consejo de los sabios de Seix Barral, y los escritores latinoamericanos que llegaban a España la buscaban fascinados por su personalidad desafiante y atractiva. Cuando aquel ambiente de ebullición cultural cuajó en una manera de vida más libre, Regàs ya estaba en el centro de todo: era jurado de los premios más importantes y miembro de los consejos editoriales de las revistas de la discoteca Bocaccio, era protagonista en todas las fiestas y en todas las protestas políticas.

El segundo aspecto que se pone de manifiesto es su naturaleza de escritora tardía. Rosa Regàs vivió -y se puede decir que intensamente- antes de ponerse a escribir su obra. Por lo tanto, pertenece a esa estirpe de escritores que escriben desde la experiencia y la memoria, que permanentemente indagan sobre los significados de los actos humanos que les ha tocado vivir.

Debutó con un ensayo literario sobre Ginebra en 1988. Poco después se sumergiría en la ficción con ‘Memoria de Almator’. Empezó a sentirse especialmente segura y se convirtió en una novelista a tener en cuenta, multipremiada: con ‘Azul’ ganó en 1994 el premio Nadal, una ficción de amor y mar; en 2001, consiguió el Premio Planeta con ‘La canción de Dorotea’, donde mezcló la ciencia y la memoria.

Observar, pensar por uno mismo y no callar eran los lemas de la autora. Quizás por eso, Regàs tuvo la necesidad de especializarse en filosofía, entendida en un sentido profundo. No podía evitar ser pesimista sobre la condición humana y abogaba por reducir las desigualdades entre ricos y pobres. Dudaba del progreso y de la posibilidad de un mundo mejor y hablaba sin tapujos: “El egoísmo que acumula el poder del alma humana es inacabable, así que no me es posible imaginarme un futuro lleno de alegría”.

Como intelectual lúcida, acusaba los males de la política nacional y abrazaba los ideales republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, que simboliza Francia: “Lo que tengo claro es que, si ahora volviera a tener veinte años, me nacionalizaría francesa; este país, no tiene solución”. Rosa Regàs no militó en ningún partido, pero el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero la nombró directora de la Biblioteca Nacional en 2004, cargo que dejó con polémica y decepcionada al cabo de tres años.

En mayo, coincidiendo con la publicación de ‘Un legado. La aventura de la vida’, un texto memorialístico de carácter testamentario, la escritora confesaba que, a pesar de su temperamento, había aprendido a aprovechar circunstancias como la vejez y la soledad: “He disfrutado de la soledad y el paso del tiempo; ambas, situaciones negativas, pero que, en el fondo, no resultan tan malas”.

En Llofriu, en el Baix Empordà, donde vivía desde hace años, Rosa Regàs ha terminado de escribir las últimas líneas de un libro cargado de libertad y pasión por la vida.

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