Veo en la televisión una breve noticia sobre un barrio empobrecido de Catalunya. Aparecen vecinos mayores y jóvenes que explican sus dificultades, a menudo dramáticas, y los problemas de salud mental asociados a éstas. Nada que no conozcamos, pero explicado en primera persona siempre impacta. A continuación, aparecen entidades que trabajan en el barrio y que apoyan a los vecinos. Trabajadores de organizaciones que ayudan a hacer la vida más fácil y que realizan un trabajo muy importante. Lo que no aparece en ninguna parte son los servicios públicos y sus trabajadores. Como ocurre a menudo en muchos medios, los trabajadores y los servicios públicos somos invisibles.
Conozco bien el barrio –llevo 18 años trabajando en él– y conozco también a muchos de sus vecinos y a muchos de los trabajadores públicos. Sé que hay muchos servicios públicos: una docena de centros educativos, ambulatorio, servicios sociales, biblioteca, casales de barrio, centro cívico, viviendas públicas, una zona deportiva recién estrenada e infinidad de programas de entidades sociales financiados con recursos públicos. Sin embargo, todos estos recursos y todas las horas de trabajo de sus trabajadores casi nunca son noticia. ¿Por qué ocurre esto? Creo que, por lo menos, por cuatro motivos.
- En primer lugar, los servicios públicos carecen de épica. Los medios y la sociedad necesitan épica y emoción. Los vecinos organizados reclamando recursos tienen épica; las organizaciones sociales luchando por la justicia tienen épica, incluso la empresa privada y los emprendedores tienen épica. En contraste, los servicios públicos parecen grises y aburridos y afectados por una extraña modestia.
- Otra razón importante es el neoliberalismo imperante que glorifica a la empresa privada y que impregna toda la vida social. La idea de que sólo la empresa privada crea riqueza y de que los deficitarios servicios públicos son un lastre está muy extendida. Esta absurda visión (como si médicos, enfermeras, maestros, bomberos, policías, hospitales o pensiones de jubilación no aportaran ningún bienestar a la sociedad) es compartida por muchísima gente, incluso dentro de la administración pública.
- Un tercer motivo y muy importante es que los gobiernos en general han creído poco en la administración pública y sus trabajadores a menudo se han sentido maltratados. Mencionar, sólo como ejemplo, el altísimo grado de interinidad que han sufrido siempre los trabajadores públicos, y que sólo ha empezado a resolverse gracias a una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y el trabajo negociador de algunos sindicatos.
- Finalmente creo que los discursos de ciertos partidos políticos y sindicatos también contribuyen a invisibilizar el trabajo de los trabajadores públicos. Parece que para reivindicar unos mejores servicios públicos es necesario presentarlos como absolutamente hundidos. Algunos partidos que cuando gobiernan defienden que todo va bien y, cuando hacen oposición, pintan un panorama desastroso. Esto puede ser útil electoralmente, pero impide que los ciudadanos conozcan y valoren los servicios públicos de los que disponemos. Luchar por una sociedad más justa e igualitaria debería ser compatible con valorar y reconocer lo que ya tenemos y lo que funciona bien. Y de cosas que funcionan bien hay muchísimas.
En nuestra sociedad existen servicios que en otros países son ciencia ficción. Por citar algún ejemplo, cada mes 10 millones de pensionistas cobran su pensión, millones de ciudadanos tienen acceso a servicios sanitarios gratuitos y, en la ciudad de Barcelona, 40.000 niños tienen garantizada una beca comedor cada día. Estas políticas seguramente no hacen desaparecer las desigualdades, pero garantizan derechos y proporcionan vidas dignas a muchísimos ciudadanos. Seguro que hay países en los que hay más servicios, y donde las cosas funcionan mejor, pero también hay muchos otros en los que éstos son inimaginables.
La democracia está en crisis en todo el mundo, y uno de los motivos es que muchos ciudadanos ven la administración pública como un losa, e incluso como un enemigo. Una ciudadanía que no conoce ni valora los servicios que recibe por parte del estado puede tener la tentación de apoyar otros modelos menos democráticos. Milei triunfa en Argentina defendiendo que todos los servicios públicos son literalmente un robo, y que hay que recortarlos con una motosierra… En nuestro país, Alvise triunfa afirmando sin rubor que “los políticos” se quedan con la mayoría de impuestos que pagamos. En todo el mundo se abre paso a una ofensiva reaccionaria antipolítica y antiestatal que es, a su vez, también anti-servicios públicos.
Si queremos defender la democracia y creemos en el estado de bienestar necesitamos una épica de los servicios públicos. Necesitamos creer que tienen valor y necesitamos vivirlos como un triunfo colectivo y como un tesoro a proteger. Los ciudadanos debemos conocer y valorar todo lo que tenemos, y los trabajadores públicos necesitamos levantar la voz y proclamar que estamos garantizando derechos y proveyendo bienestar. Sin los recursos estatales y sin el esfuerzo de los trabajadores públicos esta sociedad sería un sitio mucho peor. Esta propuesta es tan difícil como urgente. Nos jugamos derechos y bienestar y nos jugamos la democracia.


