Quizá toque abandonar poco a poco el Turó de la Peira para adentrarnos en territorios cercanos. Los lectores de Barcelonas a quienes agradezco las muestras de apoyo recibidas estas semanas, votaron ir a la Guineueta y no seré yo quien desatienda sus deseos. Para llegar al meollo de els Nou Barris, que ahora son trece, quizá convenga meternos de lleno en la colina mediante su parque, superviviente a pesar de todos los pesares e imprecisiones. La mayoría de fuentes lo datan en 1936, una fecha maldita para confirmar nada por el estallido de la Guerra Civil. Sí podemos saber cómo su diseño corrió a cargo del maestro Nicolau Rubió i Tudurí en uno de sus últimos encargos públicos, consistente en generar un tesoro verde en las 7,71 hectáreas de la vieja cantera de la marquesa de Castellbell, propietaria de metros y más metros en todo el entorno cercano.

Inicio del parque del Turó de la Peira desde el homónimo barrio. Foto: Jordi Corominas.

La obra del balear se mantuvo íntegra poco tiempo. Durante la contienda los vecinos impidieron la tala de su vasta pineda, una batalla ganada más tarde caída en saco roto porque el poder franquista no miraba con mucho amor los pulmones vegetales de la capital catalana y desde 1953, tal como consta en la Gaceta Municipal, apostó por reducir la extensión del recinto para favorecer el pelotazo inmobiliario de Romà Sanahuja.

Esto intentó subsanarse a partir de 1977 con los Ayuntamientos Democráticos. ¿Era posible? No, porque la elevada inversión en pisos a rebosar de aluminosis lo impedía, si bien ahora la base del parque acoge una serie de equipamientos municipales, desde el Institut Josep Pla hasta un espacio reservado a la gente mayor de Can Peguera, sin olvidar cómo esta altura, cuya cota máxima alcanza 138 metros, también contiene un campo de fútbol.

Antes de la Pandemia, cuando ignoraba por completo estos pequeños retazos de Historia, me aventuré en más de una ocasión hacia su cima, jalonada con una cruz metálica, indudable contribución a su atmósfera con toques surrealistas, como si el sitio fuera telúrico y siempre fuera posible encontrarse cualquier situación en su cristianísimo círculo.

Las tres chimeneas de Sant Adrià desde el Turó de la Peira. Foto: Jordi Corominas.

Los encuentros más frecuentes son las personas en el acto de practicar yoga, bien conscientes de ubicarse en un divino aislamiento, pues entre la pereza condal y el esfuerzo de subir pocos son los osados escaladores. Otras veces das con policías, rara vez con fotógrafos pese a las espectaculares vistas y en alguna ocasión con deportistas, los únicos empeñados de verdad en aprovechar las pendientes para ponerse en forma y oxigenarse en la soledad de un recorrido cargado con mucha lógica, tanta que, una vez lo has completado desde distintos ángulos, es fácil considerarla su mejor virtud, explicándonos cuál debió ser la idea inaugural de Rubió i Tudurí más allá de toda su belleza botánica.

En 1936 el Turó de la Peira era una novedad con discrepancias geográficas en la actualidad por el repertorio de los aledaños. Desde 1929 existía en una de sus faldas el polígono de Can Peguera, a la sazón sin muchos vecinos en la cercanía, salvo los pacientes del Hospital Mental de la Santa Creu, en nuestro siglo sede del Distrito de Nou Barris y parte de su parque central.

Este no llegaría hasta mucho más tarde. Los modestos residentes de Can Peguera miraban más hacía Pi i Molist o las callecitas de Porta, aún sin su desfiguración de finales de los años cincuenta y sencillo en sus edificios, sin la ambición de tocar el cielo desde la verticalidad y la vocación de crear arquitecturas humanas para dignificar a los habitantes, como acaecía en la mayoría de barrios barceloneses antes del golpe de Estado de los generales.

Vista dels Nou Barris desde el Turó de la Peira. Foto. Jordi Corominas.

Luego se optó por exaltar la densidad por encima de todas las cosas en el extrarradio. En 1929, pese a ciertos preludios en el Clot, esta tendencia distaba mucho de ser la tónica, por eso el polígono de Can Peguera podía constituir el modelo a seguir en posteriores intervenciones para poblar la Guineueta, Canyelles y otras barriadas más tarde edificadas a lo bestia, como mandaban los cánones franquistas. De haberse realizado, este párrafo es como soñar despierto, quizá hablaríamos de un conjunto idílico y valioso por tratar a lo pobre desde tesituras proclives a mutar esa situación.

Los inquilinos de esas casitas bajas al pie de la montaña podían desarrollar su vida en la proximidad llana, sin menospreciar tener al otro lado de la colina varios núcleos con más solera, aún no afectados por otras transformaciones nocivas.

De este modo, al menos hasta el horror perpetrado por las autoridades y el prohombre inmobiliario, el Turó de la Peira era una gran divisoria que, asimismo, podía leerse como oportunidad de ampliar miras desde un urbanismo benéfico al proporcionar a los más necesitados el doble don del verde y un caminito para ampliar sus horizontes existenciales mediante algo que aún no se ha entendido bien del todo: lo fantástico de potenciar la convivencia en los limes urbanos de las ciudades, perfectos para desarrollar intercambios no sólo comerciales, sino humanos, como si así se regalara a cada individuo la dicha de compartir más de una realidad en su rutina cotidiana, sudada en todo el cuerpo para alcanzar un mejor estado.

Vista de Can Peguera desde el parc del Turó de la Peira. Foto: Jordi Corominas.

Esto también es una imagen deseada, probable y quizá poco reproducida durante esos años. Me encantaría hablar con los primeros de Can Peguera para ver si sus dinámicas incluían lo narrado. Al fin y al cabo, son las personas las encargadas de hacer suyos los parajes y con este el reto sería el de enterrar ese muro con pendientes no muy disparatadas.

Sin embargo, sé cómo cualquier ciudadano de hoy en día, con excepción de los curiosos, no movería un solo dedo del pie para emular a esos ancestros. Esta barrera cumple con su cometido y demuestra cómo la división en Distritos de 1984 fue un desbarajuste cifrado en sus defectos por cómo abordó las periferias. El barrio del Turó de la Peira es de Nou Barris a nivel histórico por sus índices no resueltos de miseria, pero si fuéramos fieles a la orografía debería cifrar su quilómetro cero desde Can Peguera, donde se inaugura una unidad irregular de Horta a las afueras, un misterio con muchas luces, apagadas por la lejanía, íncubo para los humildes, cinismo para los mandatarios.

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