En los últimos meses se han llevado a cabo varios eventos locales y globales dedicados al futuro de las ciudades y, como sucede cada año, el otoño también estará lleno de eventos, principalmente con dos de referencia como el Foro Urbano Mundial, impulsado cada dos años por Naciones Unidas y que se celebrará en El Cairo, y el Smart City Expo & World Congress, con su cita anual en Barcelona. Ambos eventos, por cierto, coincidirán en la misma semana.
Uno de los temas que cada vez emerge con más fuerza en estos foros es el salto de escala urbano de las ciudades a las metrópolis. No hablamos solo del crecimiento de la mancha urbana que hace que algunas ciudades se expandan más allá de sus límites administrativos, sino que cuando hablamos de metropolización nos referimos a procesos voluntarios y conscientes de ordenar y gobernar estas aglomeraciones urbanas con herramientas específicas.
Teniendo en cuenta esta voluntad, es muy importante cuando hablamos de un área o región metropolitana tener claro si lo que se quiere articular es únicamente una mancomunidad y coordinación de servicios, para aprovechar, por ejemplo, las economías de escala en su prestación, o si estamos hablando de un proyecto compartido de territorio, que requiere una visión de futuro y unas estrategias comunes, además de un liderazgo político claro y destacado (aunque no necesariamente encarnado en una única persona o institución).
En este sentido, tanto por la experiencia de Barcelona como por el emergente interés en diversas ciudades del estado de dar el salto de escala (empezando por el Camp de Tarragona), puede ser interesante proponer un decálogo de cuestiones relevantes a considerar a la hora de impulsar un proceso de metropolización como proyecto compartido de territorio.
Existe una condición necesaria para impulsar un proceso de estas características: definir una estrategia compartida. Un plan estratégico, una agenda urbana/metropolitana o un instrumento similar que determine aquellos ámbitos en los que tiene sentido este proyecto compartido de territorio, los retos a los que se quiere hacer frente de manera conjunta y la dirección en la que se quiere ir de cara al futuro. Así se hizo en Barcelona antes de la creación del Área Metropolitana de Barcelona con el I Plan Estratégico Metropolitano del 2003 y el posterior del 2010, que claramente iban más allá de las funciones que ya ejercían las entidades metropolitanas del transporte y del medio ambiente, dedicadas a la prestación de servicios comunes. Y esto es lo que ha comenzado a explorar el Compromiso Metropolitano 2030, aprobado en 2023, para la región metropolitana de Barcelona, la ciudad de los cinco millones.
- La metrópoli es por definición un territorio dinámico y cambiante. En tanto que se basa en las interrelaciones cotidianas, cualquier intervención que suponga alteraciones en ellas cambia la configuración, y a menudo los límites, de la metrópoli. Una nueva infraestructura de transporte, nuevas promociones de vivienda, un nuevo gran equipamiento público o los desplazamientos, voluntarios o no, de carácter residencial o de sedes y establecimientos empresariales entre municipios, obligan a redefinir el territorio metropolitano. En sentido contrario, si fuese posible llevar al extremo el modelo de la ciudad de los 15 minutos dejaríamos de hablar de metrópoli, ya que nos encontraríamos con unos vínculos muy reducidos y acotados (algo que no toca juzgar aquí si sería bueno o malo). Por lo tanto, es lógico que un territorio como el anteriormente denominado “segunda corona metropolitana” o ahora “arco metropolitano” se encuentre cada vez más integrado en la dinámica metropolitana.
- Precisamente por el dinamismo inherente a la metrópoli, la existencia de instituciones para su gobernanza, sea global o sectorial, obliga a que estas tengan posiblemente una mayor flexibilidad que el resto, en el sentido de dotarse de instrumentos que les permitan adaptar progresivamente su capacidad de acción a las dimensiones del territorio metropolitano real. Esto significa que aunque haya una institución que necesariamente tenga unos límites territoriales y competenciales determinados, como es en nuestro caso el Área Metropolitana de Barcelona, es muy conveniente que se complemente con herramientas de coordinación y cooperación con su entorno inmediato (de nuevo, que se las tenga que procurar la misma institución, por interés propio, o que las proporcione una administración de rango superior es todo otro debate).
- La metropolización es demasiado importante para dejarla únicamente en manos de las administraciones públicas. Son los actores económicos, sociales y la ciudadanía en general quienes viven la experiencia cotidiana de moverse por el territorio metropolitano, con una elevadísima probabilidad de cruzar más de dos y más de tres términos municipales diariamente. Son, por lo tanto, los que mejor conocen los retos y los que pueden contribuir a relajar las tendencias localistas que a menudo, incluso existiendo instituciones metropolitanas, suelen emerger en determinadas circunstancias o cuando se abordan ciertos aspectos. Evidentemente, quien escribe este artículo es parte interesada (a la vez que, si se me permite, informada al respecto), dado que el PEMB es precisamente un espacio donde se produce esta confluencia de las administraciones públicas con los actores económicos y sociales metropolitanos y que constituye un observatorio privilegiado de los diferentes enfoques que sobre la cuestión metropolitana se dan entre todos ellos.
- Apostar por la metrópoli representa romper con la idea de una ciudad central y una periferia. Lógicamente, las centralidades existen y suelen ser más potentes conforme nos acercamos al núcleo de la metrópoli, que suele corresponder con la considerada ciudad principal. Pero uno de los objetivos de la metropolización debe ser precisamente promover una redistribución y refuerzo de otras centralidades. Si tenemos una ciudad metropolitana y otras que son “metropolizadas” y pasan a ser subsidiarias o incluso subordinadas de la primera, tenemos un problema. Las oportunidades deben distribuirse por el territorio tanto como las cargas que implique su funcionamiento. Como decimos en el despliegue de uno de nuestros eslóganes, Barcelona es ciudad de los cinco millones, el Masnou es ciudad de los cinco millones, Sabadell es ciudad de los cinco millones, Pallejà es ciudad de los cinco millones. Todas forman parte de la misma ciudad de los cinco millones.
- Como ya apuntaba en un artículo anterior, la metropolización no debe suponer un menosprecio del resto del territorio. Al contrario: la adecuada articulación de la realidad metropolitana resulta imprescindible para el sostenimiento del conjunto del país. Si no reconocemos las interdependencias territoriales y nos damos cuenta de que el territorio urbanizado es el que tiende a concentrar población y actividad, este se convertirá en un agujero negro respecto a su entorno. Por lo tanto, es necesario planificar el sistema de ciudades para compensar una incipiente macrocefalia del centro de la metrópoli, a la que acabarían conduciendo las dinámicas del mercado. De esta manera, un país debe poner la fuerza de sus metrópolis (y del mundo urbano en general) al servicio del progreso del conjunto del territorio, y no de su depredación y empobrecimiento. Es en este sentido que una de las medidas clave del Compromiso Metropolitano 2030 es la configuración e impulso de un pacto urbano-rural que contribuya a resolver de manera ponderada los conflictos de intereses territoriales en materias esenciales como el agua, los alimentos, la energía o la misma distribución de población y actividad económica.
- Hacer políticas metropolitanas no es hacer políticas municipales en un territorio más grande. Más allá de la coordinación y cooperación entre los municipios que conforman la metrópoli, se trata de identificar los ámbitos en los que esta escala es la más adecuada para enfrentar determinados retos y seguidamente determinar y diseñar las políticas correspondientes, que en muchos casos pueden complementar las políticas municipales para hacerlas más efectivas. Tal sería el caso, por ejemplo, de la alimentación, un ámbito que desde 2015 tiene un marco general de actuación a escala local, el Pacto de Milán por las Políticas Alimentarias Urbanas, y que en nuestro país ha sido trasladado a la Carta Alimentaria de la Región Metropolitana de Barcelona, impulsada por el PEMB en 2020. Abordar la alimentación en la escala metropolitana significa tener la visión de un territorio que principalmente actúa como consumidor de alimentos, pero en el que también es posible ir ganando espacios para la producción y, sobre todo, para dar salida a las explotaciones, necesariamente pequeñas en este territorio, hacia el amplio mercado de la metrópoli.
- Por este motivo, una buena articulación de la gobernanza metropolitana nunca será un ataque a la autonomía municipal. En gran medida se puede considerar que la mejora significativamente desde el momento en que facilita concentrar esfuerzos y recursos de los municipios en lo que son sus competencias y sus mejores capacidades. La lucha en solitario contra la emergencia climática, por ejemplo, no solo es costosa y agotadora, sino bastante inútil. Dedicarse individualmente a promocionar el propio suelo industrial va en la misma línea. De nuevo, pues, identificar cuáles son las políticas que funcionan mejor a escala metropolitana es fundamental.
- Para conseguirlo, necesitamos datos, indicadores e información a esta escala. Ya no es solo la posibilidad de agregar datos (de calidad) de los municipios que conforman el ámbito metropolitano, sino que se necesitan indicadores y análisis específicos del conjunto, como por ejemplo el funcionamiento de su metabolismo o la huella ecológica. La labor de instituciones que se dedican específicamente a ello, como el Institut Metròpoli, debe verse reforzada por la incorporación de la dimensión metropolitana en los principales centros de investigación sectorial. Asimismo, en el ámbito metropolitano la gestión del big data y la obtención de datos en tiempo real es insustituible, teniendo en cuenta tanto la gran escala (y, en consecuencia, el gran volumen de datos que se generan) como la naturaleza dinámica del hecho metropolitano que ya se ha comentado anteriormente, que requiere una monitorización continua de los diversos flujos y fenómenos que se dan.
Finalmente, la participación ciudadana a escala metropolitana es muy compleja y debe situarse siempre en la perspectiva adecuada, dado que difícilmente satisfará unos requisitos cuantitativos mínimamente exigentes. En el caso de la región metropolitana de Barcelona, un proceso participativo con 40.000 personas no llegaría a representar ni el 1% de la población total. Es necesario, pues, diseñar procesos con muestras muy afinadas y utilizando una combinación de herramientas que proporcione una diversidad y representatividad suficientes. La utilización de plataformas online, como Decidim, debería facilitar este tipo de procesos, pero, como ya se ha dicho, en combinación con otras herramientas y metodologías.
En definitiva, construir una gobernanza metropolitana no es nada sencillo, ni siquiera contando con instituciones a esta escala, y supone una tarea constante de adaptación a la realidad cambiante. Una tarea que desde el Pla Estratègic Metropolità de Barcelona asumimos como propia, compartida con el resto de instituciones metropolitanas, ya no solo de cara a nuestra “ciudad de los cinco millones”, sino a las demás realidades metropolitanas del país y del mundo.


