Hace unos días pude ver la película La zona de interés (Movistar). Habla sobre el Holocausto como otras docenas de filmes que han financiado millonarios judíos o gentiles con mala conciencia, pero con un guión mucho más original que otros productos culturales rutinarios destinados a explotar comercialmente la vergüenza y la indignación que provocan en cualquier mortal con alma una de las mayores barbáries cometidas en el siglo XX o no dejar que se desvanezca el sentimiento de culpa de la sociedad alemana.
En La zona de interés no aparece ningún hebreo. Pero el espectador sabe que están ahí. Están detrás del muro que separa el campo de exterminio de Auschwitz del primoroso jardín con piscina que cuida la numerosa familia de quien fue comandante de aquella instalación nazi, Rudolf Höess.
Con su obra, Jonathan Glazer describe con frialdad germánica la vida diaria del matrimonio Höess y sus cinco rubios y sanos hijos. Él monta a caballo hasta la entrada del campo y recibe a unos ingenieros que le explican un sistema de cremación más eficiente; mientras, la mujer recibe con alegría la visita de su madre, que unos años atrás había trabajado como criada de una judía burguesa que reunía en su casa un club de lectura –“seguramente bolchevique”–, dice la suegra de Höess. Al final del día, uno de los mayores artífices de las matanzas en masa del siglo XX se dedica a leer cuentos de Grimm a sus hijitas en la cama. Höess es descrito como un teniente coronel sin trastornos mentales que cumplía órdenes sin reflexionar en sus consecuencias morales. Igual que el Adolf Eichmann que retrata la filósofa Hannah Arendt en su famoso “informe sobre la banalidad del mal”.
Mientras miraba el precioso jardín de los Höess, con un estremecedor humo negro que subía hacia el cielo gris más allá del muro tapado por buganvillas, no podía evitar pensar en las imágenes que vemos cada día de las matanzas israelíes de Gaza, y también en Cisjordania. Y, mientras pensaba en los niños ensangrentados y vendados que cada día vemos en el suelo de los hospitales palestinos –porque ya no quedan camas–, me decía que Benjamin Netanyahu también debe ser un padre y un abuelo cariñoso y entregado, como Höess.
Cariñosos y entregados padres y abuelos como los colonos que asesinan y expulsan impunemente a palestinos en Cisjordania. Lo han hecho durante hace años, pero ahora han intensificado los ataques y las amenazas sobre los árabes, justo cuando los focos están puestos principalmente sobre Gaza. Uno de ellos recordaba lo que dijo Ben Gurion, el legendario líder sionista, cuando un político occidental le preguntó dónde estaban las escrituras notariales que confirmaban que esas tierras con olivos y matorrales eran suyas y no de los palestinos. “¡Este es mi título de propiedad!”, dijo Ben Gurion blandiendo una Biblia. Cuando se aducen argumentos sagrados, el debate racional es imposible.
Es lo que le ocurrió al padre de Fred Uhlman, un pintor judío que escribió una obra maestra, Reencuentro, basada en su experiencia juvenil. Se sitúa en los años 30 del pasado siglo. El padre de Uhlman es un médico reputado de la ciudad de Stuttgart. Luchó en la Gran Guerra con el ejército del káiser, resultó herido y se ganó la Cruz de Hierro, la máxima condecoración alemana. Un buen día recibió la visita de un sionista, que estaba recolectando dinero para Israel. “Mi padre –dice Uhlman– detestaba el sionismo. Consideraba que la simple idea era una tontería total. Exigir Palestina después de dos mil años le parecía tan insensato como si los italianos exigieran Alemania porque en una época había sido ocupada por los romanos. Sólo podía conllevar un derramamiento de sangre inacabable y los judíos deberían enfrentarse con todo el mundo árabe. Y, en todo caso, ¿qué tenía que ver él, un stuttgartés, con Jerusalén?”. Pronto se cumplirán cien años de esta reflexión tan lógica como premonitoria. El derramamiento de sangre sigue, interminable. Como la banalidad de los criminales de guerra que por la mañana bombardean escuelas y hospitales en Gaza y por la noche leen cuentos (¿bíblicos?) a sus hijos.


