El 31 de agosto de 2016, la compañía naviera Hanjin se declaraba en bancarrota al no poder hacer frente a las deudas a corto plazo de sus acreedores, como un síntoma ineludible de la crisis del comercio internacional en aquellos años. En ese instante, la empresa surcoreana era la sexta del mundo en volumen de negocio marítimo, y el funesto anuncio dejó a 86 de sus 140 buques de carga varados en alta mar, sin autorización para entrar en ningún puerto, puesto que parte de la deuda acumulada hacía referencia a los impagados por atracar en el pasado. Uno de esos barcos fue incautado por el Gobierno de Panamá, justo cuando procedía a atravesar el Canal, con todo el cargamento, tomado éste como garantía. En uno de esos contenedores se encontraban los 10.000 ejemplares de un cómic que la editorial estadounidense Fantagraphics pensaba poner a la venta a finales de octubre, coincidiendo con la festividad de Halloween.

La empresa que realizó el trabajo de impresión era sita en China, un proveedor habitual de la editorial, escogida teniendo en cuenta la calidad del trabajo previo y las exigencias de este ejemplar, en cuanto a tamaño (más de cuatrocientas páginas), dimensiones y color. Que esta empresa, a su vez, escogiera a esa naviera fue completamente casual, y el resultado inesperado, totalmente imprevisible. El número de ejemplares de esa primera edición era una apuesta por parte de la editorial, ya que no era una cantidad habitual, y más teniendo en cuenta que se trataba de una autora desconocida, Emil Ferris, que debutaba con una obra con un título singular: Lo que más me gusta son los monstruos (My Favorite Thing Is Monsters, 2017), publicado en 2018 en castellano por el sello Reservoir Books, y en 2024 en catalán por la Editorial Finestres, en los dos casos con traducción de Montse Meneses Vilar. Pocos días antes de la venta del cómic, después de varios artículos publicados alabando la obra y con varias entrevistas a la autora en diferentes medios, la editorial anunció que los ejemplares estaban en Panamá y que retrasaba la venta hasta el 14 de febrero de 2017, un tiempo prudente para tomar una decisión sobre cómo solucionar el problema, y más aún si la única manera de hacerlo era volver a imprimir toda la tirada. Ante el infortunio de la situación y el desespero de los editores, la autora aceptó la situación de forma resiliente: «Estas cosas malas a corto plazo en mi vida siempre terminan siendo cosas buenas. Así que las acepto», afirma en las entrevistas.

Y ella lo sabe muy bien, después de estar más de seis años realizando esta obra, viviendo en condiciones precarias en varios sentidos, y teniendo en cuenta que le rechazaron la publicación de su cómic en cuarenta y ocho editoriales de las cincuenta a las que lo envió. Y la número cuarenta y nueve, después de aceptar editarlo, lo rechazaría cuando vio la dimensión final (más de ochocientas páginas) y la singularidad del estilo de la autora, muy alejado de la línea editorial de esa empresa. Fantagraphics apostó firmemente por la obra, sólo indicando la idoneidad de publicarlo en dos volúmenes, para facilitar la producción y, en consonancia, un precio final de cada producto más asequible, al dividirlo en dos entregas.

Curiosamente, la carga de los contenedores quedó liberada en Panamá a finales del mes de octubre, pero el daño ya estaba hecho (aún debía de llegar al país y distribuirse por todo el territorio y ya se habían anulado todas las presentaciones), así que se mantuvo la nueva propuesta de lanzamiento, con una fecha simbólica como es el día de San Valentín en Estados Unidos (y también en el cómic). Esos 10.000 ejemplares se vendieron de forma fulgurante en pocos días de febrero, y la editorial tomó una nueva decisión arriesgada, imprimir una segunda edición en marzo de ese año, esta vez con una tirada de 30.000 ejemplares, algo inaudito en su historial. Y acertaron de nuevo. El primer cómic de Emil Ferris se convirtió en un fenómeno editorial, apareciendo en todas las listas de ficción de los medios anglosajones como una de las obras más destacadas del año, en la mayoría encabezándola. Ese mismo año ganó dos premios Ignatz a la Mejor Obra y al Mejor Autor, una iniciativa que reconoce el trabajo de las pequeñas editoriales o de proyectos propiedad de los creadores publicados por editoriales más grandes. Emil Ferris triunfaba con su primer cómic a los cincuenta y cinco años.

2018 supuso su consagración definitiva y su expansión internacional. La ópera prima de Ferris consiguió cuatro nominaciones de los Premios Eisner, uno de los premios más prestigiosos a nivel internacional, de los que ganó tres y de gran relevancia: el premio al mejor álbum gráfico, al mejor autor completo (guionista y dibujante), y al mejor colorista. No ganó el de mejor rotulista, en un obra donde esta parte tiene una notable importancia. En 2019, ganó el Premio al Mejor Álbum del Festival International de la Bande Dessinée d’Angoulême, también conocido como Fauve d’Or, el más importante en Europa, además de numerosas nominaciones y premios en diferentes países, como el premio al mejor cómic de autoría extranjera del salón Cómic Barcelona de ese año, entre otros.

La campaña publicitaria original en Estados Unidos anunciaba la venta del primer volumen del díptico el 14 de febrero de 2017, y la segunda parte llegaría a las librerías ese mismo año, coincidiendo, esta vez sí, con la festividad de Halloween. Pero, tampoco fue así, a pesar de que, en las primeras presentaciones, la autora anunciaba que estaba a punto de acabar su trabajo. Ese segundo volumen no se publicó en Estados Unidos hasta finales de mayo, pero siete años después, también por Fantagraphics: Lo que más me gusta son los monstruos. Libro segundo (My Favorite Thing Is Monsters. Book Two, 2024), curiosamente, publicado pocas semanas antes en España, en castellano por el sello Reservoir Books, y en catalán por la Editorial Finestres, de nuevo, en los dos casos, con traducción de Montse Meneses Vilar, y, una vez más, con un soberbio trabajo de maquetación y de rotulación mecánica y manual de Toni Mascaró, Sergi Puyol y la empresa M. L. Maquetación. El primer número ya va por su cuarta edición en castellano, con más de 25.000 ejemplares vendidos hasta la fecha, todo un hito en el sector del cómic en nuestro país.

Aunque los años que dedicó a su obra fueron muy intensos, con muchas horas diarias trabajando en sus páginas, en realidad la idea se había empezado a gestar una década antes, como un trabajo final de sus estudios en la School of the Art Institute of Chicago, justo en la misma escuela donde se habían conocido sus padres, que le inculcaron su amor por el arte desde pequeña, además de reconocer la riqueza que supone su linaje hispano desde México indígena hasta España, además de su ascendencia judía libanesa, alemana, francesa, irlandesa y sefardí. Una multiculturalidad que es muy presente en su cómic.

En el año 2002, con cuarenta años, madre soltera y con una niña de seis años, en uno de sus trabajos nocturnos (además de encargos de ilustración y diseñando juguetes, también trabajaba limpiando casas, entre otras dedicaciones), recibió una picadura de mosquito con la que contrajo el virus del Nilo Occidental. El resultado no fue sólo encefalitis, sino también meningitis. Todo ello le provocó una parálisis corporal de cintura para abajo y la parálisis de la mano derecha, su mano dominante, además de perder la capacidad de hablar al inicio de su ingreso hospitalario. Estuvo inmovilizada durante semanas hasta poder desplazarse en silla de ruedas, mientras que el jefe de neurología le avisaba que no volvería a caminar nunca más. Pero, con esfuerzo y sacrificio y una dura rehabilitación, consiguió una cierta mejoría y la recuperación parcial de la mano derecha. Su incapacidad manifiesta le animó a querer estudiar a nivel universitario, y una beca le ayudó a conseguir su sueño, a pesar de la silla de ruedas, de la dificultad por la movilidad de la mano parcialmente paralizada, y de la edad, prácticamente doblaba la edad del resto de compañeros de clase. El trabajo que presentó como proyecto de final de curso, ya con una gran mejoría en su mano derecha, era la historia de una mujer lobo lesbiana que era defendida por los brazos protectores de un chico trans Frankenstein, una idea que se convertiría en la semilla del cómic que desarrollaría poco después, con ciertos matices. Ah, y lo presentó caminando, sin la ayuda de la silla de ruedas (así que sí ha vuelto a caminar), aunque con un bastón que ya no abandonaría jamás.

El virus se encarnizó en su ya de por sí delicado cuerpo, debido a las complicaciones en su columna vertebral que tenía prácticamente desde nacimiento y que tanto influyeron en su vida. La escoliosis le retrasó prácticamente hasta los tres años de vida la capacidad de caminar, con dos longitudes diferentes en las piernas. Una operación en la infancia para corregir en parte la desviación de la columna le obligó a permanecer completamente escayolada e inmóvil durante nueve meses, desarrollando esa capacidad de resiliencia que le ayudaba a resolver los diferentes obstáculos con los que se iba encontrando (aunque, cuando nació su hija, los problemas de la espalda se agravaron). Y, uno de esos obstáculos era muy cruel: el colegio, y todo lo que conlleva, como no poder hacer educación física, no poder asistir a todas las clases, el acoso escolar o permanecer sola durante el recreo, o casi.

La autora cuenta que aprendió a dibujar antes que a caminar. Sus padres y su abuela le inculcaron un amor por el arte, en especial por las pinturas y la escultura (su madre es una eminente pintora), y las visitas al museo y los libros de arte se convirtieron en una parte esencial de su formación (en algunas entrevistas afirma, literalmente, que es su verdadera religión). Y una constante en su vida fueron los cuadernos, en los que dibujaba todo lo que veía y todo lo que pasaba por su imaginación, muy influenciada por las historias de terror de la serie Creature Features (1971-1984) que no se perdía cada sábado por la noche en la televisión, además de las películas clásicas de monstruos de Universal Studios, y una película que pudo ver de pequeña, a pesar de que no estaba precisamente dirigida a infantes: El manantial de la doncella (Jungfrukällan, 1960), dirigida por Ingmar Bergman. Esos siniestros dibujos que plasmaba en su cuaderno llamaron la atención de sus compañeros en el patio, hasta el punto de que ella descubrió que podían estar pendientes de ella cada día si les iba contando una historia a través de esas imágenes. Y esa es la esencia de su primer cómic.

La historia del díptico Lo que más me gusta son los monstruos acontece en 1968 en el norte de Chicago, en la zona residencial de Uptown. Está protagonizada por Karen Reyes, una niña de diez años que ama a los fantasmas, vampiros y otros muertos vivientes. Incluso se imagina que es una mujer lobo (y así se representará siempre en sus dibujos), y piensa que es más fácil en esta sociedad ser un monstruo que ser una mujer, con todo lo que ello implica. «Sentí esta creencia, implícitamente sostenida, de que las mujeres tenían muy poco valor para contribuir, aparte de sus cuerpos como objetos de deseo masculino o (a ojos de Karen) como sacrificios voluptuosos a monstruos», afirma la autora, en una de sus entrevistas promocionales.

El detonante de la historia sucede el día de San Valentín, cuando su vecina, la hermosa Anka Silverberg, se suicida, supuestamente, por un disparo en el corazón, aunque su cuerpo aparece en su cama, lejos de la sala de estar donde se había producido el suceso. Karen no cree en el suicidio con el que la policía cierra el caso y decide dilucidar ella sola este misterio, actuando incluso ataviada como un detective, con su gabardina y sombrero fedora. Pronto descubre que Anka sobrevivió a un campo de exterminio en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y que además sufrió abusos sexuales en su infancia. Todos los habitantes del edificio son sospechosos a priori de su muerte: el marido de la víctima, el mafioso dueño del edificio y su mujer, el conserje e incluso el propio hermano de Karen, un joven apuesto, mujeriego, artista y con un comportamiento turbio en la vecindad.

Con su hermano visitará a menudo el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, y aprenderá con él a observar los cuadros y realizar un trabajo de inmersión para interpretarlos. Pero, sobre todo, le servirá para seguir las revistas pulp de terror que se venden en los quioscos, en las que su hermano ilustra alguna portada y algunos de los artículos de su interior, en especial de tres colecciones ficticias de terror: Dread, Spectral y Ghastly. Karen dedicará parte de su tiempo a copiar esas portadas en su cuaderno, y las veremos desperdigadas a lo largo de los dos cómics de Emil Ferris (algo que ayuda a ralentizar la lectura, marcando el ritmo y el tono), porque esos cómics, en realidad, son el diario gráfico de Karen, y, por eso, el acabado debía respetar la imagen de los cuadernos que la misma autora rellenaba desde pequeña. Por eso, las hojas de los cómics tienen en cada páginas las líneas horizontales, la línea roja vertical, la marca de los tres agujeros y la espiral impresa en los márgenes, característico de los cuadernos.

Estas decisiones artísticas son muy importantes. Aportan autenticidad al relato, transformando un libro de ficción en un diario de una niña de diez años, empatizando los lectores con la intención de la protagonista, de utilizar su cuaderno como un lugar de refugio, un lugar donde sentirse segura y poder escribir sus inquietudes ante todo lo que le va sucediendo, en algunos casos, de una gran tensión, como la muerte prematura de su madre por un cáncer de mama durante el verano de ese año, o el reconocimiento, ya sin el yugo materno, muy conservador, de su identidad sexual, al proclamar que le atraen las chicas. El uso de bolígrafos Bic para los dibujos, de lápices de colores y de líneas paralelas e intersecantes para sombrear y dar textura, tal y como la autora utiliza desde pequeña, dota de una originalidad inédita a todo el conjunto, impregnado de experiencias próximas a Ferris, como el de situar la historia en su propio barrio, las visitas al museo o inspirarse en las memorias que le explicaban algunos de sus vecinos de su infancia, supervivientes del holocausto. La autora inventa una nueva forma de componer y diseñar la página y la viñeta, transformando la forma de leer la obra, potenciando una narración experiencial.

La misma autora definía su primer cómic como un 38% de misterio, un 15% de ficción histórica, un 5% de romance, un 20% de memoria histórica, un 10% de humor, un 5% de crónicas del vecindario y un 2% de thriller sobrenatural. Un caleidoscopio forjado con los numerosos personajes secundarios que acompañan a la protagonista a lo largo de las más de ochocientas páginas en total, plagados de aforismos de diferentes procedencias hacia Karen, que irán forjando el carácter de la joven. Una historia salpicada de noticias reales que se entremezclan con el relato, como el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968, por ejemplo.

El cine también está muy presente en todo momento, viendo en las marquesinas de las salas estrenos de películas como El planeta de los simios o La semilla del diablo. Karen es una niña muy influenciada por la película El hombre lobo (The Wolf Man, 1941), dirigida por George Waggner e interpretada por Claude Rains en el papel del mítico Sir John Talbot. Y Ferris reconoce su admiración por el guionista de la película, el prolífico Curt Siodmak (1902-2000), que escribió algunos de los guiones de terror más populares de la historia del cine, empezando por la del mismo Hombre Lobo. Siodmak era un judío alemán que tuvo que huir después de haber experimentado la marca forzada y el registro de judíos impuesto por Hitler.

Para la autora, era muy importante tener el respeto de un autor que ha destacado también por una obra centrada en el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial: Art Spiegelman y su novela gráfica Maus: Relato de un superviviente (Maus: A Survivor’s Tale, 1986, 1991), que, curiosamente, también se publicó en dos volúmenes, con cinco años de separación entre el primero y el segundo (disponible en castellano y catalán). La obra, ahora ya publicada en un tomo único de cerca de trescientas páginas, fue el primer cómic en ganar el Premio Pulitzer en 1992, considerada una obra universal. Spiegelman tuvo la oportunidad de saludar a la debutante Emil Ferris, y decirle en persona que era «una de las autoras de cómic más importantes de nuestra época», tal y como las diferentes editoriales recogen en su material promocional. Háganle caso, lo dice el autor de Maus.

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