En 2022 se viralizó un video corto titulado I’m a ladyboy en el que un hombre occidental iba haciendo preguntas a desconocidas en una calle de Tailandia. Al inicio del video, el hombre empieza agasajando a Sugus, la primera entrevistada: “You’re beautiful” [Eres muy guapa], a lo que ella responde: “but I’m not a lady… I’m a ladyboy” [Pero no soy una chica, soy una ladyboy]. En los últimos años, la proliferación de este tipo de testimonios en redes sociales ha servido para visibilizar la multitud de formas con las que concebimos la identidad y los límites que plantean nuestros discursos para comprender otras realidades.
El término tailandés kathoey, un término desconocido en occidente, refiere a la identidad sexual comúnmente conocida en inglés como ladyboy. En el documental dirigido por Stéphane Rodríguez Encuentro con el Tercer Sexo (2011), la modelo tailandesa Poy Trechada describe la experiencia kathoey con una frase “I grew up a girl’s heart in a boy’s body” [He desarrollado el corazón de una chica en el cuerpo de un chico.] Testimonios descontextualizados como este facilitan que el espectador occidental haga una traducción simplista del concepto kathoey y lo asimile al discurso trans que se ha popularizado en occidente. Un discurso que, empujado por la práctica médica y legal, obliga a estas personas a definirse ajustándose al paradigma del cuerpo equivocado que activistas y teóricos como Miquel Missé tanto han criticado. Lo interesante de que se viralicen testimonios como los de las kathoey no es que puedan servir como argumento para reforzar este tipo de discursos identitarios sino que, en su aparición, apuntan a los posibles puntos de fuga de nuestro marco teórico. Como Sugus, muchas kathoey aseguran que, aunque se sienten mujeres, no han dejado de ser hombres. Para ellas, identificarse como ladyboy significa habitar esta dualidad.
En los estudios trans y antropológicos es fundamental reconocer la diversidad y tomar en consideración discursos alternativos. Del reconocimiento de esta diversidad surge un proceso de traducción e hibridación que requiere de valentía para desprendernos de nuestras propias ideas y empatizar con ciertas lógicas que, aunque a priori son irracionales, están ancladas a la cultura a la que pertenecen. En el caso de las kathoey, esta dualidad inconcebible para el discurso trans occidental encuentra justificación –aunque injuriosa– en la religión.
El budismo, la religión mayoritaria en Tailandia, justifica la existencia de las kathoey. En el propio documental Encuentro con el Tercer Sexo unos monjes afirman: “We Buddhists believe that if we misbehave in a previous life, if we transgress Buddha’s teaching by committing adultery, then we are condemned to be reborn as Kathoey” [Los budistas creemos que, si no nos hemos comportado en una vida pasada, si hemos violado las enseñanzas del Buda cometiendo adulterio, se nos condena a reencarnarnos en kathoey.] Entendiendo la experiencia ladyboy como una imposición divina es más fácil comprender por qué las ladyboys no reniegan de su parte masculina, incluso después de pasar por cirugías; ¿cómo podrías luchar contra una maldición?
Durante el documental, en un giro casi almodovariano que recuerda al personaje de la Agrado en Todo sobre mi madre, las kathoey pasan por alto su naturaleza maldita y confiesan que, más que divino, el obstáculo que encuentran en la búsqueda de su autenticidad es material: La belleza y el precio a pagar por alcanzarla es un tema recurrente que envuelve la experiencia kathoey.
Muchas están dispuestas y deseosas de someterse a cirugías estéticas y de reafirmación de género. Sin embargo, se encuentran con obstáculos económicos que las colocan en una situación de vulnerabilidad. Un ejemplo de esto es el caso de Bee, de 37 años, que comparte su testimonio en el documental. Bee se vio obligada a someterse a una cirugía en un establecimiento sin garantías sanitarias, en una sala que no estaba esterilizada, en la que no había anestesistas. Para reducir costes, durante la operación no la sedaron por completo, incrementando el riesgo de complicaciones.
Aunque algunas kathoey optan por intervenciones quirúrgicas para modificar su apariencia física, otras ladyboys continúan identificándose como tal sin necesidad de dichas operaciones, ¿por qué? Porque el deseo de modificar su cuerpo no responde ni única ni principalmente a un intento de reafirmar que son mujeres, sino a un anhelo por alcanzar una belleza sensual comúnmente asociada a lo femenino.
En el documental aparecen algunas niñas que, refiriéndose a las kathoey, dicen: “I want to be as they are” [Quiero ser como ellas.] Este anhelo, aunque principalmente referido al físico, también refleja el deseo por performar una actitud, una delicadeza al andar, al hablar,… En el caso de las kathoey, el sentimiento de ser mujer y la performance de la feminidad no se ven motivados únicamente por un ideal de género como en occidente, sino también por un deseo de autenticidad casi almodovariano, por alcanzar una belleza ideal que las aproxime a lo que han soñado de sí mismas. Para las ladyboys el género no está definido prioritariamente por una norma vinculada al sexo, sino a un espectro de belleza donde la mujer encarna todo lo bello, lo sensible y lo sensual.
La viralización de testimonios no occidentales como el de las kathoey o ladyboys nos permite pensar el género desde una perspectiva alternativa al discurso sexo-género occidental para, así, avanzar hacia una inclusión basada en el entendimiento, que nos permita habitar cómodamente los discursos y dejar de sufrirlos como imposiciones.


