Hay procesos que no son rápidos, que se cocinan a fuego lento. Para toda una generación, la batalla de Urquinaona supuso una ruptura. Una ruptura que alargó sus efectos mucho más allá del estallido de aquellos días. Decidimos que se habían acabado las sonrisas. Recuperamos la vieja tradición proletaria de llenar de fuego y barricadas las calles de Barcelona. Pero más allá de la espectacularidad, lo que se rompió fue político: entraron en acción las masas profundas del proletariado juvenil más empobrecido y colérico, que se escaparon de todo control y tutela de los líderes y partidos de la pequeña y mediana burguesía independentista. Volvíamos a hacer tambalear, durante unos días, su capacidad de teledirigir de manera ordenada y pulcra a las bases en sus reivindicaciones. Recuerdos de aquel Octubre que algunos hubiesen querido con colas ordenadas ante escuelas cerradas, pero que también desbordamos. Toda una generación de jóvenes trabajadores y estudiantes enfurecidos, estuviéramos donde estuviéramos aquellos días, celebramos con ganas los hechos de Urquinaona y la humillación a los políticos profesionales, al españolismo, a la policía y al Estado.
A pesar de todo, lo que vino después lo sabemos bastante bien: furia represiva, compartida entre quienes nunca nos perdonarán haber desobedecido su liderazgo y quienes tenían los mandos del Estado. Política de pactos, conciliación y gobernabilidad por parte de todos los supuestos partidos independentistas, amnistía pacificadora y hecha a medida, reparto del pastel y de cargos. Alfombra roja a los partidos de orden para recuperar sus mayorías parlamentarias, y a la extrema derecha y la reacción para crecer sobre los restos putrefactos de una revuelta truncada y de unos gobiernos “republicanos” y de “izquierdas” que solo se diferenciaron de la derecha y el españolismo en las promesas y la retórica. Asimilación y neutralización del conflicto, obviamente, sin que ni uno de los problemas que nos afectan como clase trabajadora en Cataluña se solucionasen, sino que se agraviaron.
La cuestión es que, casi cinco años después, una parte significativa de aquellos jóvenes trabajadores y estudiantes enfurecidos, podemos decirlo abiertamente: nuestro comunismo también es hijo de Urquinaona. Aquel punto de inflexión nos sirvió para decidir que la resignación o el recuerdo de unos bonitos disturbios no nos eran suficientes. Que en entender qué había pasado allí estaban las claves para entender el por qué de nuestra impotencia y sumisión. Y empezó un camino, un camino de preguntas y respuestas. Preguntas y respuestas, no solo en un sentido retórico, sino también práctico. Allí donde ha brillado el conflicto, la lucha o la contradicción en los últimos años en nuestro país, hemos estado planteando preguntas y buscando respuestas. Así fue, también, como una Izquierda Independentista fosilizada prefirió deshacerse toda una nueva generación de militantes antes que afrontar las preguntas que nos hacíamos.
Cinco años después, de este recorrido, hemos recompuesto algunas certezas y aprendido algunas lecciones. La primera lección que hemos aprendido los hijos comunistas de Urquinaona es que las posibilidades de confrontar y destruir hoy el orden burgués en el Estado español no residen en el enésimo frente nacional unitario con la pequeña y mediana burguesía. El pacto fiscal de Artur Mas o la financiación singular de ERC se han confirmado como el inicio y el final del Procés: por más radicales que fueran los desafíos que los partidos de la pequeña y mediana burguesía catalana plantearon a sus hermanos mayores españoles, al final, todo consistía en renegociar el reparto de cuotas de poder, representación política y ventajas económicas. El estado español (un estado español dentro de la UE), a fin de cuentas, es la forma política más funcional a sus intereses de clase y no la romperán.
Demasiados años perdimos discutiendo el ambiguo contenido de la palabra independencia: que si Estado nuevo en Europa decía la Assemblea Nacional Catalana, que si “España nos roba” de las JERC, que si primero la independencia y después el socialismo de Poble Lliure, que si independencia para que todo cambie de Endavant. Al final, cada uno lo llenaba con lo que le parecía bien. Pero el liderazgo era de quién era. Y ninguna posición cuestionó los fallos estratégicos de fondo que llevaron a la derrota y al desengaño de amplias capas de la clase trabajadora que habían puesto esperanzas legítimas en el Procés. A todos estos desengañados les decimos: el derecho a la autodeterminación que tenemos que defender es para la clase trabajadora de Cataluña.
De hecho, nosotros no defendemos ningún derecho para la burguesía. La burguesía no tendrá ningún derecho en nuestra democracia; ni imponer su dictadura, ni mantener los cimientos de su poder. Hacer efectivo el derecho a la autodeterminación pasa por la construcción de una fuerza capaz de confrontar la realidad del mundo hoy: asegurar ser capaz de un enfrentamiento no solo con el Estado español, sino con la UE y la OTAN, que son las principales escalas de poder del enemigo que al que nos enfrentamos. Siendo así, nuestros potenciales aliados son el proletariado del Estado y de toda Europa, la mayor parte de la clase trabajadora migrante de nuestro país que ha permanecido ajena al proceso independentista, y no la pequeña y mediana burguesía.
La segunda lección es que, a día de hoy, el progresismo está muerto, por mucho que sigan intentando vender el cadáver del eje izquierda-derecha como algo con sentido. Nadie les cree. Muertos en términos de dinamismo, muertas sus ideas y sin capacidad de cambiar nada. Las izquierdas se han asimilado a las derechas en un programa de mera gestión de lo existente. Y lo existente son los planes de contención de la oligarquía financiera europea y otanista para mantener los márgenes de ganancia y beneficio capitalista en tiempos de crisis.
Planes de contención contra la principal fractura que atraviesa nuestras sociedades: la ruptura social, el estancamiento económico crónico que desde el 2008 sigue conduciendo a amplias capas de la población, por primera vez en décadas, a no creerse las promesas de estabilidad deseables bajo el sistema capitalista. Algo de aquella ruptura ya brillaba en Urquinaona y estaba en la base del mismo Procés. Pero si miramos más allá de nuestro hogar, el patrón es común: en todo el mundo, mientras no toman consistencia política propia, los efectos de esta ruptura son reprimidos, anulados, asimilados por los Estados o utilizados para los intereses particulares de las disputas internas entre diferentes sectores de la clase dominante.
Así pues, recomponer una política para la clase trabajadora en el siglo XXI pasa por saber dar a esta ruptura social la forma de una ruptura política. Dar una consistencia propia a aquella chispa que brilló los días de Urquinaona, para que no se apague: organización, ideología, estrategia, programa y arraigo. Dar forma política a los intereses de quienes no tienen nada que perder ante este mundo, los proletarios. Hacerlo de manera independiente ante todas aquellas fuerzas interesadas en mantenerlo inmóvil. Construir el Partido de la clase trabajadora revolucionaria, frente a las hipotecas y el desacredito que arrastra la izquierda, más o menos radical, y contra la política de orden de quienes quieren contener la crisis.
Los hijos comunistas de Urquinaona hemos tomado nota, nos hemos armado de ideas y estamos construyendo el Movimiento Socialista. Porque queremos recomponer las fuerzas dispersas que sembraron la protesta y la inestabilidad durante los últimos años, pero queremos hacerlo sobre una base diferente de la que nos ha llevado a la derrota. Porque entendemos que la juventud trabajadora tiene que tener una posición de liderazgo, coherente con su posición de vanguardia de la ruptura social que se da en el seno de las sociedades del capitalismo decadente contemporáneo. No tenemos prisa, ni nos seduce la victoria fácil. La cuestión es saber ser una fuerza y saber dar vida a nuestras ideas en la sociedad. Aparecer progresivamente como una alternativa. Preferimos optar por el camino difícil a seguir vendiendo humo a la clase trabajadora.
Y es así como encaramos la Diada del 11 de Septiembre de este año. Una diada que siempre ha sido para los comunistas un día de lucha y sacrificio por las libertades y derechos nacionales de nuestra clase. Lo encaramos, cuando se acerca el 5º aniversario de aquella fecha que marcó un punto de inflexión, con todos los actores que habían planteado un liderazgo para confrontar la opresión nacional desactivados, carentes de autocrítica o manchados por el desacrédito. Una diada donde nosotros, por el contrario, después de años de cocinar a fuego lento las posibilidades de una ruptura política, participaremos con unas herramientas vivas y en construcción con la energía de una nueva generación organizada y dispuesta a poner freno a los embates, borrachos de victoria, que la ofensiva españolizadora está asestando en Cataluña.
Hemos aprendido, en definitiva, que el pueblo catalán solo existe en su proletariado y no en los pequeños, ni medianos, ni grandes burgueses por muy independetistas que digan ser. Cinco años después de Urquinaona, algunos de sus hijos lo hemos dicho y lo seguiremos diciendo claro: hoy, el contrario de ser de derechas o unionista no es ser de izquierdas o independentista, es ser comunista, es ser revolucionario.


