La semana pasada vivimos la que, probablemente, sea una de las semanas más negras del año: Se iniciaba el juicio en Francia del caso Pelicot contra más de 50 hombres acusados de violar a una mujer durante casi 10 años mientras se encontraba inconsciente por la sumisión química que el propio marido de la víctima generaba sobre ella. A su vez, Rebecca Cheptegei, atleta ugandesa que había participado en los Juegos Olímpicos de París 2024, fue asesinada por su marido después de que éste la quemara viva. Paralelamente, se hacía eco de una notícia de marzo de este mismo año en la que un cuidador violaba a dos ancianas de 100 y 91 años en la residencia dónde se hospedaban y éste trabajaba. Y, por si nos pareciera poco, se detuvo al futbolista Rafa Mir, del Valencia CF. C., por una presunta agresión sexual.
Estos han sido los casos más sonados, pero es evidente que no los únicos, pues tal vez hace falta recordar que en nuestro país solamente se denuncian un 8% de las violencias sexuales. Sin embargo, rápidamente, ante la ola feminista e indignada que salió a denunciar los hechos y a exigir una acción inmediata para que se deje de derramar sangre morada, se hizo trending topic el famoso eslógan: #NotAllMen (No todos los hombres).
Hace meses que escucho ensimismada – y con cierta disociación – el debate que surge en ciertos espacios sobre cómo las mujeres, especialmente las feministas, debemos orar y reivindicar nuestras vidas. Son muchas las personas, sin duda expertas y calificadas en el arte de la oratoria, que diariamente están corrigiendo nuestra expresión. Se dice que debemos rebajar el tono, que no debemos parecer enfadadas – ni mucho menos rabiosas -, que debemos hacer un discurso más amable, calmado y menos radical y que debemos dejar de señalar a todos los hombres porque los alejamos de nuestras ideas, como si la lucha de nuestras vidas necesitara de una ardua negociación para que el género masculino decida apostar por ello.
Lo más sorprendente de todo ello, es que una parte del propio feminismo compra estas correcciones con la intencionalidad de ganar derechos de forma más rápida, pues creen que siendo más “amables” vamos a lograr más adeptos masculinos y, por lo tanto, un cambio social más apresurado. Sin embargo, la pregunta que a mi me ronda por la cabeza es: ¿Podemos tener un tono amable cuando nos están asesinando?
De entrada, soy plenamente consciente que leer o escuchar dichas afirmaciones pueden asustar o, incluso, ofender, pero ¿acaso no es cierto?
En nuestro país se asesinan anualmente alrededor de 50 mujeres por violencia de género, se denuncian violaciones cada 2 – 4 horas y cada semana suceden acontecimientos internacionales que nos dejan sin aliento: países como Afganistán que pretenden exterminar al género femenino; políticos como Donald Trump que cuentan con total impunidad para insultar y denigrar a una candidata a la presidencia de Estados Unidos por única y exclusivamente ser mujer – y negra -; o, yendo un paso más allá, países que a día de hoy siguen prohibiendo el aborto, el matrimonio entre el mismo sexo o la existencia libre de personas LGTBIQ+.
Me sigue sorprendiendo ese afán por tener que recalcar que no todos los hombres son malos, que no todos son violadores, que no todos son “los que vemos en las notícias”, cuando la realidad es que el 80% de los agresores son personas conocidas o del entorno cercano de la víctima.
Me sigue sorprendiendo ese ímpetu que tienen muchos hombres por mostrar la diferencia: “yo no soy así”, como si hubiera alguien que les estuviera señalando a ellos directamente y personalmente y no a un sistema que perpetúa la violencia machista.
Y me sigue sorprendiendo, aún más, que tengamos que ser nosotras, las mujeres, las que tengamos que seguir cuidando nuestro tono para no ofender a ningún hombre que se cree que la denuncia de la violencia machista es una cuestión personalísima hacia su persona, como si las víctimas fueran ellos, como si el sujeto activo que necesita cariño y apoyo fuera la masculinidad, como si todo girara entorno a ellos, a sus sentimientos y a su honor, y no al de todas las mujeres que diariamente y sistemáticamente están siendo asesinadas, maltratadas, violadas o silenciadas.



1 comentari
Como mujer comparto completamente esta reflexión. Lamentablemente, los datos que expones son certeros y frustrantes a partes iguales.