Salvador Illa salió bastante airado del primer debate de política general. La política del hablar, la política sofista, se basa principalmente en la capacidad de dialogar y de exponer una serie de argumentos para convencer al espectador. En esto, Illa está demostrando que funciona, que juega el papel que le toca. De hecho, quizá no es tanto que Salvador Illa sea un brillante orador capaz. Quizá, simplemente, es que su forma de llevar a cabo esta actividad política entronca con la necesidad general de la población catalana de tener, al menos, una temporada de calma sin gritos ni estridencias innecesarias.
En esta línea, Artur Mas decía recientemente en una entrevista que Salvador Illa reconoce en el actual presidente de la Generalitat “un poco” de tradicional “talante convergente”, propio de aquella CiU hegemónica que ya parece quedar muy lejos. Quizá se trate de eso: de todos los recuerdos que traen los veintitrés años de dominio convergente en Cataluña, es en la sofística convergente donde la nostalgia de tiempos mejores (la nostalgia siempre distorsiona positivamente el pasado) es más acentuada. Esto y que Albert Batet, portavoz de Junts per Catalunya en ausencia del líder supremo, no da la talla. A menudo, los caminos que conducen a las posiciones más elevadas de un partido no tienen tanto que ver con la meritocracia explícita, sino con la capacidad de forjar alianzas internas. Debe ser esta —a falta de una explicación más sólida— la razón por la cual Albert Batet ha conseguido llegar a donde está.
Illa sabe que necesita directa o indirectamente a Junts per Catalunya. No los necesita estrictamente en el ámbito autonómico, ya que podría ir tirando en su “tercera transformación” de Cataluña solo con el apoyo que le garantizan los compañeros de investidura, ERC y Comuns. Pero, si Junts no accede a apoyar al PSOE en Madrid, la financiación singular no saldrá adelante. Y si no sale adelante, ERC puede hacer caer a Illa. La situación de Illa, por tanto, es de una extrema vulnerabilidad. Los límites de la sofística exceden el discurso en la tribuna y deben materializarse en hechos. Si no, retrospectivamente, las palabras pierden la supuesta validez que tenían en el momento en que fueron pronunciadas.
Y aquí es donde realmente se juega la partida que, analizada en clave de izquierdas, puede dejar mucho que desear. La primera de las decisiones tomadas por el presidente de la Generalitat la tomó cuando aún no lo era, y ha consistido en cambiar la cúpula de los Mossos y volver a situar al Mayor Trapero al frente. En este punto, el nuevo socialismo se parece mucho a la vieja Convergencia, y existe el peligro de que los cambios efectuados tiren por tierra parte del buen trabajo realizado por el conseller Joan Ignasi Elena, que intentó elaborar unas políticas de seguridad que buscaban un camino híbrido entre el punitivismo clásico de la derecha y el discurso de la reinserción, característico de posiciones más críticas con el uso legítimo de la violencia por parte de las instituciones.
Otra de las decisiones tomadas por el actual govern, y que merece ser cuestionada en la misma línea que el punto anterior, es el cese de Sergi Raventós al frente de la Oficina para el Plan Piloto de la Renta Básica, así como la voluntad explícita de “reformular” el contenido y la dirección de un proyecto que ha sido único a escala mundial por su diseño y ambición. Es mala señal que el PSC se niegue, ya no solo a aplicar la propuesta de la renta básica, sino también a estudiarla detenidamente. Vuelve a coincidir con la derecha.
La tercera, y quizá la más importante, es el anuncio de Illa de construir 50.000 nuevas viviendas, celebrado por David Cid —portavoz de los Comunes en el Parlamento—. Ciertamente, a Cataluña le falta un parque público de vivienda digno que iguale el país a la media europea. Pero para solucionar de una vez por todas el llamado “problema de la vivienda” también es necesario hilar fino por otros lados, y actuar para regular los alquileres turísticos o tapar las brechas de la ley de vivienda. El actual PSC ya ha explicitado en más de una ocasión el error cometido en las décadas de los años ochenta y noventa con la política de vivienda pública, donde una parte de la construcción fue directamente al mercado de venta. Después de “salvar” a unas pocas familias afortunadas, el parque público pasó inmediatamente a manos privadas. Será necesario que lo tenga presente, si quiere satisfacer ya no solo los deseos de justicia de la izquierda, sino también las necesidades vitales de la mayoría.
La legislatura acaba de comenzar y no hay dudas de que Illa, en el plano de la sofística, se desenvolverá sin problemas. Lo difícil viene después.


