En esta década se han dado respuesta a las demandas que se generaron en el ciclo inmediatamente anterior. Se ha respondido a la apuesta equivocada por la austeridad de los Gobiernos catalanes, españoles y europeos, que prolongó la recuperación de una economía en recesión, de crecimiento débil y con niveles de paro que superaban récords históricos.

ERC forja una alternativa económica coherente. En lugar de un Estado que se retrae, propone un Estado emprendedor capaz de atraer inversiones y liderar la transformación hacia un modelo económico de alto valor añadido; en lugar de políticas de austeridad que cargan los costos de la recuperación económica en los más débiles, apuesta por una fiscalidad justa y progresiva que garantice la sostenibilidad de la acción pública.

Si evaluamos la acción del Gobierno republicano según estos criterios, no solo aprueba, sino que lo hace con buena nota. Incluso tenemos la prueba de algodón de la Covid-19, que permite responder a una crisis económica con una receta alternativa que no repita los errores de la gran recesión. En lugar de austeridad, se apuesta por estimular la economía de forma estratégica y por desplegar ayudas que permitan, en la medida de las capacidades de la Generalitat, que nadie quede atrás. El Gobierno de la Generalitat ha sido el primero de todo el Estado en desplegar ayudas, tanto en valor absoluto como en gasto per cápita.

También hay que poner en valor la política industrial desplegada por el Gobierno de la Generalitat, que ha culminado en esta última legislatura. Cuando ERC concentró la presidencia, la consejería de economía y la consejería de empresa y trabajo, se obtuvieron inversiones récord en reindustrialización y creación de empleo. Si empezamos la XII legislatura desarrollando un plan de choque para el empleo, ha terminado con cifras récord de ocupación.

Frente a esta respuesta republicana, existe una agenda alternativa, que responde a las mismas inquietudes generadas en 2010, pero de forma conservadora. Es la agenda que enarbolan Fomento, el IBEX, y que la pinza sociovergente defendió en el Parlamento en la legislatura anterior. Es una agenda de respuesta rápida y dinero fácil, para evitar una nueva crisis. Sin importar que estas soluciones “fáciles” conlleven altos costos ambientales, concentren la riqueza en pocas manos y que su rentabilidad dependa de un trabajo precario y empobrecido.

A la hora de hacer retrospectiva, es importante contar tanto los aciertos como los errores. Con frecuencia, esta vocación de transformación republicana se ha visto limitada por una estrategia que buscaba ocupar el mayor número de espacios posible, llevándonos a proyectos que no siempre han sido coherentes con dicha vocación transformadora. Esto nos ha debilitado a la hora de confrontar el modelo sociovergente.

Si evaluamos la acción económica de ERC no desde los problemas del pasado, sino desde los retos actuales, aún queda trabajo por hacer. Los desafíos que tenemos sobre la mesa son, en parte, consecuencia del éxito de las soluciones aplicadas. Hoy, el problema no es solo generar empleo, sino garantizar que este permita llevar una vida digna. El problema no es solo atraer inversiones, sino garantizar que estas sean coherentes con la lucha contra la emergencia climática. No se trata solo de movilizar recursos liderando desde el sector público, sino también de garantizar un reparto equitativo.

El ámbito económico donde este choque es más relevante es el del turismo. Este fue un sector clave para mantener vivo el tejido económico durante la recesión post-2008. Solo en este contexto se explica la competencia entre Madrid y Barcelona por el proyecto de Eurovegas. Y es en este ámbito donde más se ha fallado al confrontar el modelo conservador. Con frecuencia hemos pecado de querer demasiadas cosas a la vez, impulsando proyectos pero intentando darles un giro que no era posible.

El ejemplo más evidente de esto es la Copa América, un proyecto que se quiso acercar a la ciudadanía y repartir sus beneficios, pero donde, pendientes de una evaluación más extensa, no parece que haya sido posible. Al contrario, ha supuesto una privatización de espacio y recursos públicos para eventos disfrutados y deseados solo por una pequeña élite.

No podemos seguir cayendo en la trampa del debate económico del IBEX y Fomento, que se complace en presentar un dilema entre equidad y crecimiento, entre empleo y emergencia climática. El crecimiento, si no es equitativo ni sostenible, tiene un recorrido limitado. La izquierda transformadora debe contar con una brújula propia que evite las trampas discursivas del IBEX y la sociovergencia.

Sin duda, es un debate que vale la pena abordar bien, antes que hacerlo rápido, pero en este artículo ponemos sobre la mesa algunos elementos que nos deben orientar y a los que, por supuesto, se deben añadir más.

Una primera orientación: resolver la tensión entre democracia y economía a favor de la democracia. En su libro “¿Cómo terminará el capitalismo?”, el economista Wolfgang Streeck señala una ruptura entre capitalismo y liberalismo, en la que los mercados son cada vez más autoritarios y jerarquizados. Menos competencia, menos democracia y más poder de mercado. En este contexto, es imprescindible remar a favor de una economía más democrática, que también significa una economía más soberana. Una globalización económica más democrática, que garantice que sectores estratégicos como las finanzas, la energía o la agricultura sigan arraigados al territorio y la sociedad. Y también una economía donde el mundo del trabajo deje de ser una isla de jerarquía, apostando por la co-decisión y la democratización del trabajo, donde reequilibremos la relación entre capital y trabajo. Y, finalmente, una economía más representativa, más feminizada, más abierta a los jóvenes y a colectivos tradicionalmente excluidos de la actividad productiva.

Una segunda orientación: garantizar una economía para la vida, que sea fuente de prosperidad compartida. Debemos evitar un debate tramposo entre crecimiento y decrecimiento, pero asumiendo plenamente que el crecimiento económico no es un objetivo en sí mismo. Es positivo que el PIB crezca cuando lo hace alineado con los objetivos que tenemos como sociedad: conocimiento, innovación, adaptación a una población cada vez más envejecida y donde los cuidados son cada vez más relevantes y, sobre todo, la lucha contra la emergencia climática. Debemos tener claro que sin combatir la emergencia climática, no habrá actividad económica.

Dos orientaciones para transformar y dos herramientas para implementarlas.

Una alianza amplia entre las fuerzas de la izquierda transformadora. Demasiadas veces, el narcisismo de las pequeñas diferencias o la voluntad de crecer a costa del compañero de lucha han frustrado buenas iniciativas: contratación social, regulación de la vivienda, propuestas de peatonalización y movilidad sostenible. Iniciativas que demasiadas veces han fracasado por no presentar un frente unido.

Entender que los cambios más ambiciosos solo se lograrán como fruto de una sucesión de cambios menores y rápidos de implementar. Asumir la tesis del sociólogo Erik Olin Wright, que señalaba que, una vez que el cambio revolucionario se ha mostrado inviable, la izquierda debe apostar por lo que él llamaba “utopías reales”: cambios factibles que alteren la lógica del mercado. Partir de un discurso menos grandilocuente, pero ser más audaces en las propuestas que se ponen sobre la mesa.

Esta necesidad es más relevante que nunca, hoy cuando el centroizquierda más conservador gobierna en el Estado y en Cataluña. Son gobiernos que pretenden vestirse con el discurso de la transformación, pero son incapaces de enfrentarse a los oligopolios, rentistas y al statu quo del IBEX. Necesitamos forzarles a confrontar medidas transformadoras, que los desborden y hagan aflorar sus contradicciones. Para ello, es imprescindible contar con espacios de colaboración entre la izquierda, pero primero, es necesario construir una izquierda nacional que tenga claro que su papel es el de ser punta de lanza en la transformación económica y social de Cataluña y Europa.

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1 comentari

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