Entender el descontento democrático

En los últimos años, tanto en Europa como en las Américas, se observa un progresivo rechazo a la democracia y un auge del voto a partidos de extrema derecha. Desde los medios de comunicación, pero también desde el mundo académico se intenta entender ese fenómeno que paradójicamente se está dando en una sociedad que nunca había disfrutado de tanto bienestar, paz y progreso.

Pero antes de pasar a analizar las causas de ese rechazo en la sociedad actual, es conveniente recordar que desde la antigua Grecia hasta nuestros días ha habido numerosos críticos del sistema democrático. Quizás la crítica más antigua y sorprendente fue la de Platón, que, a lo largo de su vida, no sólo creyó que la democracia era un sistema político corrupto e ineficiente, sino que también lo detestaba profundamente a nivel personal por haber condenado a muerte a su maestro Sócrates bajo acusaciones falsas. La percepción que tenía Platón de la democracia ateniense (que expresa en su obra “La República”) era que se trataba de una asamblea anárquica constituida exclusivamente por los ricos y propietarios, donde sólo se representaban los intereses de las clases privilegiadas, estando el resto de la población excluido lo que provocaba constantes rebeliones populares.

Las democracias avanzadas actuales son muy diferentes ya que toda la ciudadanía tiene derecho y libertad de voto para elegir a sus representantes de manera regular. A pesar de ello, algunos de los argumentos en contra de las democracias actuales son válidos. Por ejemplo, el hecho de que los líderes cambien constantemente, generando por tanto inestabilidad; el basarse en la lucha política y en los juegos de poder (con escaso margen para la moralidad y la solidaridad) y el hecho de que en las democracias haya que consultar a tanta gente y sectores, que producen demoras o enlentecen la toma de decisiones. El descontento democrático se refleja en varios indicadores y tendencias que muestran una erosión de la confianza ciudadana en las instituciones democráticas, en los líderes, partidos y procesos. Esa situación se constata en diferentes encuestas de opinión en numerosos países, pero lo que es más alarmante es que queda claramente reflejada en el creciente apoyo a los partidos y líderes autoritarios y populistas de la extrema derecha.

Los datos sociológicos indican que el descontento con la democracia ha crecido debido a la percepción de que los gobiernos no están respondiendo a las necesidades de la ciudadanía, ni poniendo remedio a la falta de representación efectiva, el aumento de la desigualdad y la corrupción, y la creciente polarización. En definitiva, nos encontramos ante un progresivo descontento de la ciudadanía hacia las democracias. Estamos ante un fenómeno complejo que posiblemente responde a múltiples factores pero que estamos todavía lejos de entenderlo y por tanto de poner remedio. Los estudios hechos hasta la fecha indican que las causas son diversas, pero entre ellas las más relevantes son las siguientes.

En primer lugar, las crisis económicas parecen afectar directamente a la percepción que la sociedad en general tiene sobre el funcionamiento de la democracia. Parecería que existe una incómoda convivencia entre el sistema capitalista liberal actual y la democracia, puesto que las diferencias sociales tanto a nivel individual como entre Estados no dejan de aumentar. A todo ello debemos añadir los escándalos de corrupción política y falta de transparencia que sin lugar a dudas acentúan el descontento cuando no la decepción del ciudadano hacia la democracia. Estas situaciones crean frustración en las clases medias y bajas, quienes sienten que sus necesidades no son atendidas por los gobiernos y que el poder está en manos de élites económicas. Al percibir la democracia como un sistema que no reduce estas desigualdades, aumenta el descontento.

La incapacidad para resolver los problemas sociales y la corrupción en los gobiernos democráticos alimenta el escepticismo hacia las instituciones y las élites políticas. Los escándalos de corrupción recurrentes y la falta de rendición de cuentas erosionan la confianza en los políticos y en el propio sistema democrático. Esto se traduce en un desencanto hacia el sistema en su totalidad, ya que se percibe que los intereses privados están por encima del bien común. La consecuencia de todo ello es que muchos ciudadanos consideran que los políticos y las instituciones están desconectados de sus realidades y no representan sus intereses y que la democracia se perciba como un sistema que no responde a sus necesidades, sino a agendas propias de las élites políticas.

La democracia es un sistema que, por su propia naturaleza, implica largos procesos de deliberación y consenso, lo que puede hacerla menos ágil en situaciones de crisis o ante problemas urgentes. Esto puede llevar a la frustración cuando se compara con sistemas autoritarios que, en teoría, son más “eficientes” a corto plazo, aunque comprometan derechos y libertades en el proceso. Las redes sociales y los medios de comunicación también han influido en el descontento democrático, ya que amplifican las noticias negativas, los escándalos y las divisiones políticas. Además, la proliferación de noticias falsas y teorías de conspiración ha contribuido a una percepción distorsionada de la democracia y sus instituciones. Sin lugar a dudas, la polarización que surge de este entorno mediático contribuye al descontento.

Este conjunto de elementos ha hecho que el populismo haya ganado fuerza en muchos países, al ofrecer soluciones simples y fáciles que casan bien con el descontento de los ciudadanos. Muchos líderes populistas han explotado esta frustración, promoviendo una visión de la democracia que enfatiza “el pueblo” contra “la élite”, lo cual mina la legitimidad de las instituciones democráticas tradicionales. Es cada vez más frecuente que los líderes populistas propongan modelos autoritarios como soluciones a los problemas de las democracias consolidadas.

Por otro lado, desafíos como el cambio climático, las crisis migratorias y los conflictos internacionales requieren una respuesta global que la democracia local o nacional no siempre puede ofrecer. La percepción de que las democracias no logran dar soluciones efectivas a problemas de alcance mundial ha reforzado la sensación de impotencia y desconfianza. Las sociedades se están volviendo más diversas y, en algunos casos, esto ha generado conflictos culturales y políticos. La polarización que surge de estos conflictos (derechos civiles, género, religión o identidad nacional) lleva a que los grupos dentro de la misma sociedad tengan visiones irreconciliables, dificultando el consenso y alimentando el descontento.

Finalmente debe decirse que la democracia ha creado muchas expectativas sobre derechos, bienestar y calidad de vida. En algunos contextos, la incapacidad para satisfacer esas expectativas genera frustración. Por todo ello, especialmente las generaciones jóvenes que se enfrentan a dificultades económicas, como desempleo o la inaccesibilidad a la vivienda, tienden a ver la democracia con desilusión, ya que sienten que el sistema no cumple con las promesas hechas y que funcionaron en los casos de sus padres o abuelos.

Resumiendo todo lo expuesto, podríamos concluir que el descontento hacia las democracias es resultado de una combinación de factores internos y externos, económicos y culturales. Para contrarrestarlo, los gobiernos democráticos necesitan hacer ajustes profundos en términos de justicia social, participación ciudadana y rendición de cuentas, así como responder de manera más efectiva a los desafíos globales. No está de mas decir, que cuanto más se tarde en resolver esos problemas, más difícil será parar el avance del populismo y la extrema derecha. No hay tiempo que perder.