Un limbo en el limbo de la frontera

Desde hacía un tiempo me movía una imagen para despedirme, aunque uno nunca lo hace del todo, de Can Peguera. Se trata de una calle interna dentro de un complejo creado a mediado de los años 90 por, quizá, Emili Donato. El carrer d’Ogassa es medio invisible porque su formato no se pliega a las normas.

Me impresionó una vez fui más allá, desperezándome de amarras, disipadas si curioseas como es debido. Ese interior es una fantasía, una genialidad y una locura que volverá con nuestro cierre, aunque merecería el inicio al ser Numero 1 en la página del nomenclátor, una afirmación tramposa, o no, quién sabe.

Si lo apreciamos desde mapas actuales lo detectaremos una vez abandonamos Can Peguera hacia La Guineueta, de larga frontera, aquí jalonada con el ingreso al Parc Central de Nou Barris, factor esencial del presente, si bien en este punto, uno de tantos limbos condales, lo remarcable en el pasado era su condición ya independiente a los dominios del manicomio o si prefieren el Asilo Mental de la Santa Creu, enorme y bien aprovechado como sede del Distrito de Nou Barris, con sinfines de  espacios para la ciudadanía.

Uno de los focos de este enclave donde nos hallamos es su calidad de múltiple aperturas y significados, ahora muy sutiles por la preponderancia del parque. Uno de estos últimos recae en el passeig Urrutia, dedicado en 1929, diríase a la par que Can Peguera, a un capitán general de Catalunya, reorganizador del somatén catalán y después hábil al terminar en 1795 la guerra grande con Francia. Lo del somatén era muy del gusto de la dictadura de Primo de Rivera y como es normal nadie se ha parado a pensar mucho en si tiene sentido mantener la denominación, con anterioridad bautizada con lógica en favor de Can Carreres, imprescindible en la zona desde el siglo XIX, con más pujanza si cabe por rodearse de las aguas de un torrente cambiante en su nomenclatura y aquí dirigiéndose disparado hacia lo que es el passatge del Nil, uno de esos puntos mágicos en su decadencia y también una advertencia de la manía municipal en ubicar aparcamientos al aire libre junto a torrenteras, como en el Lligalbé del Baix Guinardó o junto al carrer d’Aiguafreda, en Horta.

En 2024 Can Carreres debería ser, sin serlo, uno de los estandartes del Parque Central de Nou Barris, con un enorme potencial de belleza y una prodigiosa opción de enlace de verdes con su hermano, el de la Guineueta. Más allá de estas conjeturas su aspecto tiene un aura triunfal, aunque desmerecida.

Dentro de cinco años se cumplirá un siglo de la defenestración del camí de Can Carreras en favor de Urrutia. Quizá haya llegado el momento de revertirlo, así como también se agradecería una dignificación de la ruta del torrente que luego será Maladeta, Piqué, Parellada o Estadella. El passatge del Nil, como sus afines, sería un magnífico espacio verde con valor patrimonial, intergeneracional, sostenible y lo que te rondaré morena, con el extra de poder jugar con la pedagogía urbana. La idea aquí lanzada desde hace años se refleja en esos códigos QR en los sitios del Va passar aquí de Betevé. Ojalá ese paso sea el debut de una modernización real de ese contacto de la historia de la ciudad con sus habitantes/paseantes, que desde su teléfono podrían aprehenderla, complementándose esto con pequeños escritos accesibles sin tanta parafernalia tecnológica.

En el bloque Ogaassa hay un puentecito y sí, bingo, es un guiño del torrente. Si desde esta excepción miramos hacia Can Peguera no podemos sino admirar su diferencia y cómo su estructura tiene algo de penitencia por lo escarpado de sus callecitas, blancas y mediterráneas junto a la montaña, a esa Peira, aún más maltratada en otro matrimonio anómalo y muy inesperado de los alrededores, aquí en la pobreza y la geografía.

Ogassa era la número 1 de Can Peguera y sólo accedió a ese abecedario de poblaciones de la provincia de Girona en  mayo de 1945, tres semanas después de la rendición alemana. En las fotos aéreas su especificidad geométrica previa a su revolución la convierte en una muralla entre dos mundos que no sólo separaba al tener una personalidad propia, distinguiéndose de sus vecinas a la vera del loquero, orgullosa porque durante décadas este confín tuvo unas arquitecturas muy marcadas en sus miserias y Ogassa era alfa y omega, un destello o la chispa de Can Peguera.

La batalla de contrarios estéticos entre universos vecinos es muy chocante. Una fuente en Can Peguera, sin duda icónica en lo cotidiano, discrepa millas de esos laberintos de Ogassa, un remanso de silencio por las mañanas, alegres de acoger a adolescentes enfrascados con sus móviles, a amantes del recreo o futbolistas con aroma a la Catalunya de Lamine, la del Milagro en Barcelona de Pérez Andújar y Joan Guerrero, viva en los barrios, muy mejorados y con esperanzas, pese a ostentar índices de pobreza vergonzantes, una de las tantas caras B de Barcelona.

Ogassa es una cápsula, un limbo dentro de otro limbo. Ogassa es única y la frontera, ajena a tanta secreta exuberancia, se perfila con minucias, de los cromatismos a las alturas, de la uniformidad morfológica de Can Peguera al percibir muchas alteraciones al travesar el passeig Urrutia, pues el parque y los edificios adyacentes son como una antípoda demasiado repleta de estímulos, de una de esas piezas lúdicas para niños a la misma Ogassa, la perla sinsentido para la mayoría si optas por la calle desde lo práctico mientras ignoras rincones a rebosar de preguntas que son invitaciones.en tierra de nadie.