Las elecciones americanas del 5 de noviembre fueron seguidas con mucha expectación. “La victoria de Trump refleja un giro a la derecha de los Estados Unidos y la aceptación de una forma de hacer política basada en insultos, amenazas y mentiras que ha crecido en la última década”, escribía la periodista María Ramírez al día siguiente de las elecciones en elDiario.es. Desde esta perspectiva, que evidentemente no todos aceptarían, la mayoría de analistas se preguntaban qué sectores de la población – género, color de piel, procedencia, edad, estudios… – habían favorecido la elección de este candidato, atendiendo tanto a la forma de presentarse como a la perspectiva política de su futura presidencia. Comentaré la variante del nivel de estudios, siguiendo una encuesta a pie de urna que recogía el mismo diario digital.
En otro artículo, La demografía de las elecciones de EEUU, en gráficos, también del día siguiente de las elecciones, Raúl Sánchez y Marta Barandela afirmaban que “los resultados reflejan una gran brecha por nivel de estudios. Las personas con menor nivel educativo, en particular las blancas, apoyaron mayoritariamente a Trump”. Este apoyo “mayoritariamente” fue del 54%. Cierto, mayoría, pero no muy amplia, no parece “una gran brecha por nivel de estudios”. Está muy arraigado y publicitado el mantra de que los votantes contrarios a las opciones “progresistas” (o, simplemente, a “mis” opciones) son personas ignorantes o sin estudios, una imagen a menudo extendida entre la población con estudios y que tiene como consecuencia la afirmación de que a la política conservadora o “a los políticos” en general les interesa un pueblo ignorante. No es difícil encontrar en las redes: “El poder nos quiere ignorantes y sumisos”, o “El éxito de un manipulador depende del grado de ignorancia de sus seguidores”; y en los periódicos de diversa tendencia podemos leer: “Los políticos no quieren un pueblo ilustrado, quieren un pueblo tonto” o “Al poder le interesa la ignorancia del pueblo: cuanto más ignorantes son los súbditos y más miedo le tienen, mucho mejor para el príncipe que gobierna”.
Contemplando el escaso interés de todos los partidos políticos – y de las administraciones públicas resultantes de las mayorías surgidas en las urnas – en la potenciación y transformación de los centros y de las entidades de formación en competencias básicas de personas adultas, podríamos modificar el mantra de que los poderes nos quieren ignorantes por “los poderes no tienen mucho interés en potenciar una formación básica de personas adultas”. Es similar, pero el primero, “nos quieren ignorantes”, pone el énfasis en el efecto, y el segundo, “no se potencia la formación en competencias básicas de personas adultas”, lo pone en una de las causas.
La falta de estudios superiores ha sido determinante en los resultados
La falta de formación en competencias básicas es uno de los factores, repetido con contumacia histórica y presente en la actualidad, de los futuros abandonos escolares prematuros, ciclo perverso que preocupa por sus consecuencias y es observado con indiferencia en una de sus concausas: la escasa y en gran parte decepcionante oferta adulta en formación en competencias básicas para la vida. Pero volviendo al objeto del artículo, hay que decir que históricamente la barrera cultural tiende más a favorecer la abstención que a magnificar la diferencia de voto entre las opciones políticas. Se podría argüir que la abstención puede perjudicar a opciones concretas e influir en los resultados, pero no lo señalan los análisis periodísticos de las elecciones norteamericanas. En cambio, sí resaltan que la falta de estudios superiores ha sido determinante en los resultados. Y, sin embargo, consideramos que no ha sido “la gran brecha”.
En las elecciones americanas, un 41% de los votantes, hombres y mujeres con estudios superiores, también votaron a Trump, que el diario citado describía como “delincuente condenado, mentiroso compulsivo, que desprecia el orden institucional, un macho que se opone a las ideas feministas”. Si aceptamos esta descripción, ¿cómo se puede explicar que este porcentaje importante de personas con estudios superiores, un 41%, lo hayan votado? ¿Con estudios superiores, se puede ver al aspirante a la presidencia, sus afirmaciones, promesas, proyectos, medidas políticas a emprender de forma tan opuesta?
Pueden existir varias explicaciones: la primera, la más lógica, que los votantes de Trump con estudios, atendiendo a sus fuentes de información, sus intereses personales, sus identidades profundas previas, sus experiencias negativas y positivas, etc., lo consideraron en su conjunto el candidato más válido, lejos de los calificativos anteriores o a pesar de creer que alguno de estos calificativos pudiera ser cierto. ¿Podríamos concluir que los estudios académicos en sí mismos no son tan determinantes, no aseguran la competencia de un pensamiento crítico operativo, sino que las vivencias y los réditos posibles esperados del elegido son tanto o más determinantes?
Por experiencia profesional he podido compartir opiniones con personas con dificultades lectoescritoras y, también, reuniones con universitarios. Más de una vez, a mi entender, me han parecido tanto o más consistentes las opiniones de las primeras, “ignorantes”, que se basaban en la inteligencia natural y sus experiencias vitales, en comparación con algunas valoraciones de personas de los ámbitos académicos. Eso sí, envolvidas las segundas con lenguaje y argumentos dialécticamente elaborados en contraposición con la forma de expresarse de las otras. Y todas, como las mías, construidas más bien a partir de las idiosincrasias que nos ha ido creando la vida, donde los títulos académicos han aportado su parte más o menos relevante, pero no determinante. Esto explicaría que un 44% de los y las votantes norteamericanas sin estudios superiores hayan votado la alternativa a Trump. 44%, porcentaje no menor. Hay que alentar a todos a estudiar, pero no siempre los estudios nos conducen por sí solos a un pensamiento crítico, contrastado con la realidad, y con el que podríamos nombrar un pensamiento que tienda o se cuestione de forma permanente nuestras creencias profundas, los prejuicios que arrastramos y las fuentes de información que acostumbramos a consultar, sin caer en el relativismo.
Hay que alentar a todos a estudiar, pero no siempre los estudios nos conducen por sí solos a un pensamiento crítico
Una segunda explicación: sigue siendo una quimera suponer que los valores que intenta comunicar la academia – de forma implícita o explícita – se mantendrán y dirigirán nuestros criterios y acciones durante toda la vida. Hace falta una formación continuada en aquellas competencias básicas personales, emocionales, ciudadanas o sociales para encarar con criterios fundamentados los nuevos entornos y situaciones vitales, diferentes, disruptivas, los cambios económicos, tecnológicos, políticos o sociales, con más o menos incidencia personal. La formación académica y sus valores (tácitos o manifiestos) recibida hace 20 o 40 años no siempre será suficiente para enfrentar los nuevos retos. A menudo, con el entorno familiar o de amistades es suficiente para asumir razonablemente las nuevas circunstancias, pero también sería necesario poder tener a disposición suficientes ofertas formativas – en competencias básicas para la vida – que ayudaran a enfocar las nuevas realidades con puntos de vista contrastados.
Por último. Mientras escribía este artículo pensaba en la cantidad de personas con estudios superiores que apoyan las políticas genocidas del gobierno de Israel dentro y fuera del país, envolviendo estas políticas con el derecho a la defensa y el nombre de “guerra”, cuando al otro lado nunca hemos visto ni tanques ni un ejército como tal.


