2024 ha sido un año intenso y en Barcelona repleto de paradojas. Si no pasa nada hasta es probable que Jaume Collboni gane las elecciones de 2027 de manera holgada entre no abrir la boca, ejecutar las obras de sus antecesores en el poder y ver cómo estos caen en la irrelevancia, quizá por eso mismo se han puesto las pilas y empiezan a votar con los socialistas ahora que Ada Colau se ha ido, aunque no estuviera como jefa de la oposición desde mayo de 2023, cuando no aceptó su derrota electoral.

Collboni ganó el voto de la izquierda entre la inacción de los Comuns en los barrios, quienes nunca se preocuparon por conocer de verdad pese al deseo de algunos, como servidor, y el envejecimiento de su población, acostumbrada a depositar la papeleta en favor del clavel por inercia ante la ausencia de propuestas reales del progresismo.

Nosotros llevamos semanas entre Can Peguera y ahora empezamos a recorrer la Guineueta. Mi interés por lo que queda de las Casas Baratas de los años veinte, unido a obligaciones laborales consistentes en pasear con mis alumnos, me ha llevado estas últimas semanas a sumergirme en el Bon Pastor entre el pasado y la actualidad.

Vista de un sector del polígono del Bon Pastor. | Jordi Corominas

El primero me conduce a un toque inaugural de invisibilidad. Bajo desde Sant Andreu y en la calle de Parellada topo con un muro divisor. Si todo fuera bien, así llegó a plantearse, tendríamos un enorme parque para miles de ciudadanos, pero ahora ese tramo es un imposible, como casi imposible es acceder al limbo entre zonas por donde quiero caminar, el torrent de l’Estadella, hoy en día un polígono con hierbajos en sus lados, una característica bien normal por las aguas, sin incidencia en la superficie.

Este tramo, un verdadero páramo salvo para sus trabajadores, es una línea zigzagueante con mimbres para explicar muchas historias, entre ellas la del Bon Pastor, una de las últimas agregaciones, la de 1944, cuando Barcelona optó por añadir a su territorio este pedazo de Santa Coloma, así como el Baró de Viver. Esta anexión jamás figura en los manuales, prueba de cómo su existencia es discutible, incluso en la contemporaneidad, como veremos a continuación.

Fachada en ruinas del polígono del Bon Pastor. | Jordi Corominas

Ambos espacios comparten en su seno tener grupos de viviendas de casas baratas. Nuestro protagonista era con anterioridad el dominio incontestado de Enric Sanchis i Ros, empresario químico y benefactor del sitio, al que arribamos notando sin muchas dificultades su morfología, apartada de cualquier otro centro urbano, indicio de marginalidad, algo corroborado al ver la fábrica del gran hombre, emblemática para los vecinos y medio cayéndose, nada sorprendente en la capital catalana si conocemos un poco las acciones en el extrarradio.

La situación del inmueble es la misma desde hace años y, sin duda, no hay que ser un genio para plantearlo, la situación se revertiría con un equipamiento, bien un centro de memoria, bien una Casa del Bon Pastor multiusos. Ejemplos hay en la ciudad para aplicarlos, otra cosa es que alguien del Ayuntamiento haya puesto sus pies en ese entorno, muy mejorado en los últimos decenios y con intervenciones notables, del nuevo mercado al realojamiento de los habitantes del viejo polígono de 1929, aquí bautizado en honor de Milans del Bosch, no el del 23F, sino su familiar, con galones durante de la dictadura de Primo de Rivera.

Eran 784 casas y las erigieron en pleno llano de aluvión. El dato podrá recordar a los lectores lo acaecido en Valencia y el gusto del poder por tratar bien a los más pobres. Durante décadas estas fincas de planta ganaron peso y fueron míticas a su manera. Su anunciada demolición entra dentro de las dinámicas del supuesto Progreso, en este caso beneficioso para los herederos de los pobladores de los orígenes.

Mural sobre la vivienda, sin fecha, en el muro de la vieja fábrica Sanchis. | Jordi Corominas

Escribir sobre esto, al tener muy presente cómo ahora los nietos tienen pisos modernos, recuerda demasiado a la posguerra europea y a películas italianas en las que la aspiración de los clanes era dejar atrás la miseria de las barracas para tener un piso gracias al estado, una anomalía en España muy mencionada estas semanas, de momento desde la sólita retórica vacía, máxime cuando en Barcelona aumentan las tiendas de campaña casuales, a colocar en cualquier rincón, des de la Rambla a monumentos del Eixample, basta ir para ratificarlo.

Las casas baratas del Bon Pastor, en diciembre de 2024, son un poema épico y trágico. Unas pocas son un museo de recuerdo, las demás fallecen poco a poco a la espera de ser barridas. Mi visita pretendía ser una despedida para fotografiar sus restos. Lo conseguí mediante otra muestra de la invisibilidad, pues si pude acceder a toda su extensión fue gracias a sus actuales inquilinos, los chatarreros africanos, quienes la usan para almacenar sus fortunas, recolectadas entre contenedores y donaciones de todos aquellos ansiosos por librarse de mierda, esa es la palabra, no nos engañemos.

Finca del polígono del Bon Pastor ocupada por chatarreros antes de su demolición. | Jordi Corominas

Un veinteañero del Senegal me invita a pasar y a inmortalizar el desastre. Sería bonito contarle el motivo de mi presencia y cómo todas esas bigas, puertas y ventanas carecen de narrador, un hecho querido. Así como él aprovecha el abandono otros transcurrieron sus existencias entre esas cuatro paredes rotas, ajenos a la civilización barcelonesa, feliz por enmarcar su biografía en un marco irreal que no comprende sus quilómetros por entero, como si se avergonzara de la pluralidad emanada por todas las urbes en su tejido; algunas fueron antiguos pueblos, otras condescendencias municipales, cuerpos exiliados de los demás por decreto, prohibidos de historia, excepto para el anecdotario.

Ando por el polígono y el sentimiento es bello a la par que angustioso. Cuando termino la sesión rehago el camino. En la fábrica de Sanchis hay un mural que tendrá más de veinte años y diagnostica con precisión clínica los males del mercado inmobiliario en España. Deberían declararlo patrimonio. Su error es lucir en el Bon Pastor, un poco como el de la calle Monturiol del Clot sobre el uso de la bici. Lo hicieron los vecinos hace más de treinta años y su desconche es crítico por el desinterés de los gobiernos progresistas en la izquierda a la izquierda que son los movimientos vecinales auténticos. Esta Barcelona que lucha desde su terruño no tiene los ingredientes de la fachada perfecta para publicitar la marca pese a ser real e ignorada. Feliz año nuevo.

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