No hace falta ser ingeniero ferroviario para darse cuenta de que Rodalies hace aguas. Lo sé porque he sido usuario habitual durante años. Lo que ocurrió ayer —otro robo de cobre, otra mañana de retrasos en la R4 y RL4— no me ha sorprendido. De hecho, me ha desesperado, pero no me ha sorprendido. Y eso es precisamente lo más grave: nos estamos acostumbrando al desastre.
Cuando usas Rodalies cada día para ir a trabajar, estudiar o cuidar de alguien, los retrasos no son solo una molestia. Son entrevistas de trabajo perdidas. Son horas extra no pagadas. Son niños que llegan tarde a la escuela. Son oportunidades que se escapan. Y la impotencia crece cuando te das cuenta de que esto no es un caso aislado, sino un patrón.
En este país, nos hemos acostumbrado a un servicio de transporte público ferroviario que funciona como si fuera una lotería. Cada mañana, la angustia de si el tren llegará, si alguien te avisará, si habrá una avería, un robo, una incidencia eléctrica… Y todo ello sin ningún tipo de compensación ni responsabilidad por parte de quien debería garantizarlo.
Nos hemos acostumbrado a un servicio de transporte público ferroviario que funciona como si fuera una lotería.
El robo de cobre de ayer por la mañana —como tantos otros antes— es solo la punta del iceberg. Es el síntoma de un sistema infrafinanciado, fragmentado y mal gestionado. Y mientras tanto, las personas usuarias —millones al año— quedamos atrapadas en un círculo de desatención y precariedad.
Hay quien dice que la culpa es de Adif, otros que es de Renfe, o de la Generalitat, o del Ministerio. Pero para nosotros, la gente que coge el tren, la culpa es de un sistema que nos ha fallado durante demasiado tiempo. No queremos más excusas. No queremos más ruedas de prensa. Queremos soluciones reales.
Hace falta inversión. Hace falta mantenimiento. Hace falta seguridad en las vías. Hace falta un servicio público a la altura de lo que merecemos. Y hace falta, sobre todo, que alguien asuma responsabilidades y escuche de verdad a la ciudadanía.
Porque mientras esperamos que alguien haga algo, el tren sigue llegando tarde. Y la vida, esa sí, no espera.


Catalunya Plural, 2024 