Hace unos días, una performance en un acto institucional del Ayuntamiento de Barcelona para la presentación del Informe del Observatorio de las Discriminaciones 2024 desató una tormenta mediática y política. Un grupo de mujeres latinoamericanas alzó la voz para denunciar situaciones de racismo estructural, precariedad y desatención institucional. El mensaje era claro: es necesario poner el cuerpo y la palabra para defender derechos. Pero lo que debería haber sido entendido como una interpelación se convirtió en una acusación pública: catalanofobia.

Esta reacción, tan previsible como inquietante, revela una persistente fragilidad dentro de sectores que se autodefinen como progresistas. Cuando las personas migradas cuestionan estructuras de poder -incluyendo la lengua, la burocracia o el acceso a los servicios-, a menudo se encuentran con un muro de resistencia y deslegitimación. El racismo estructural incomoda especialmente cuando señala espacios considerados ‘nuestros’, como si sólo pudiera combatirse cuando se señala hacia fuera, pero no cuando nos mira de cara.

Ahora bien, es necesario reconocer que el catalán, a pesar de su cooficialidad, sigue siendo una lengua minorizada e históricamente perseguida, y que actualmente se encuentra en un proceso preocupante de pérdida, especialmente en la metrópoli de Barcelona, una región en la que conviven más de 300 lenguas. En este contexto, la defensa de la lengua catalana es legítima, urgente y debe ser activa. Algunas escenas representadas durante la performance pueden parecer desproporcionadas o alejadas de la realidad de la mayoría de catalanohablantes, que conviven con una lengua a menudo ignorada o menospreciada. Sin embargo, estas expresiones artísticas no pueden ser leídas como una verdad absoluta, sino como una forma simbólica de visibilizar tensiones reales.

Por eso, desde las instituciones, es necesario garantizar los recursos suficientes para que todas las personas recién llegadas que quieran aprender el catalán puedan hacerlo en condiciones dignas: con horarios compatibles, grupos accesibles, acompañamiento y continuidad. Pero la revitalización del catalán no puede depender sólo de las políticas públicas. La sociedad civil también desempeña un papel clave: mantener la lengua viva en el día a día, participar en programas como las parejas lingüísticas, y generar vínculos reales más allá del aula. El catalán no puede convertirse en una frontera. Debe ser un lugar de encuentro. Y esto sólo será posible si abrimos espacios reales de acceso, aprendizaje y uso.

Más de un millón de personas nacidas fuera de Cataluña quieren aprender o mejorar su catalán, y a menudo se encuentran con obstáculos estructurales para ello. La performance de un grupo de mujeres latinoamericanas es una de las muchas expresiones de una realidad diversa y compleja. No oímos voces en árabe, chino, urdu o rumano, pero podrían haber estado allí. Ésta no es una confrontación entre derechos, sino un llamamiento a garantizar que el derecho a vivir plenamente en catalán debe ir de la mano del derecho a vivir con dignidad para todas las personas que habitan este territorio.

Precisamente, el Informe del Observatorio de las Discriminaciones 2024 ofrece una radiografía detallada de las desigualdades y vulneraciones de derechos en la ciudad, y ayuda a poner contexto al debate que se ha generado a raíz de la performance. Según el informe, el principal motivo de discriminación registrado en Barcelona sigue siendo el racismo y la xenofobia, con un 30% de los casos, seguido de la discriminación de género, que ha experimentado un aumento del 127% respecto al año anterior. Las discriminaciones por motivos de salud y LGTBI-fobia ocupan el tercer y cuarto puesto, respectivamente.

En quinto lugar, se sitúa la discriminación por motivos lingüísticos, que genera situaciones de vulneración de derechos, especialmente entre personas mayores catalanohablantes. Es importante remarcar que un 44% de todas las situaciones reportadas fueron interseccionales, combinando dos o más factores, como salud y género, o racismo y LGTBI-fobia. Estos datos permiten entender mejor cuáles son los ejes de discriminación que hoy tienen mayor incidencia en la ciudad y muestran la necesidad de abordarlos desde una mirada sistémica e interseccional.

El debate sobre la lengua catalana no puede ser ajeno a ese conflicto. El catalán, como lengua históricamente minorizada, ha sido -y debe seguir siendo- una herramienta de cohesión social. Pero cuando se convierte en una barrera para acceder a la salud, a la vivienda o a un puesto de trabajo, es necesario realizar una lectura crítica. El derecho a ser atendido en catalán no puede invisibilizar el derecho a ser entendido, a tener intérpretes, a entenderse cuando una situación vital es crítica.

En este punto, es urgente recordar que el problema no es la lengua, sino su uso desde el poder. Denunciar barreras lingüísticas en el ámbito sanitario o judicial no es rechazar el catalán, sino exigir que este territorio -y sus servicios públicos- estén a la altura de su diversidad. Además, es necesario denunciar cómo algunos sectores, aprovechando la polémica, han instrumentalizado el discurso en defensa del catalán para atacar y estigmatizar las luchas migrantes, feministas y antirracistas. Esto no sólo divide, sino que refuerza los discursos de odio y legitima prácticas excluyentes.

Como mujer colombiana, llevo casi una década viviendo en Barcelona. He podido aprender catalán, integrarlo en mi vida y defenderlo como parte de ese país que también es mío. Pero no puedo olvidar que este aprendizaje ha sido posible gracias a privilegios concretos: estabilidad económica, redes de soporte, tiempo. Muchas compañeras no tienen estas condiciones. Cuando reclaman lo básico —documentación, seguridad, reconocimiento—, no lo hacen para atacar, sino para sobrevivir. Y cuando lo hacen en voz alta, no son menos válidas.

Por eso es tan peligroso exigir que las personas migradas “pedagogicen” su malestar, que hablen con delicadeza, que no incomoden. Esta exigencia de educación constante sólo sirve para mantener las jerarquías intactas. Lo que realmente necesita la sociedad metropolitana de Barcelona no es silenciar el conflicto, sino escucharlo, comprenderlo y transformarlo en políticas valientes.

La lengua catalana y la lucha contra el racismo pueden —y deben— andar juntas. Pero para que esto sea posible, debemos dejar de ver como una amenaza lo que en realidad es un llamamiento a hacer mejor las cosas. Escuchar las voces migrantes, incluso cuando incomodan, es la única forma de garantizar que esta sociedad sea, realmente, para todos.

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1 comentari

  1. La llengua propia de Catalunta es el catala. Si algu no li va be, cap problema, el mon es molt gran, bon viatge i bona sort. El teu pais amb 10 anys a BCN? No en tens ni idea… en fi.

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