Nuestra mirada a veces busca el espejo para asegurarnos de que la imagen que damos es la que personalmente creemos que proyectamos. Además del narcisismo y sus excesos, a veces la mirada reflejada también reporta cosas que no somos capaces de vislumbrar y, por tanto, no podemos aceptar. Por eso, como no soy economista ni gestor aeroportuario, me atrevo a desafiar la mirada de quienes desde el poder, pero igualmente desde la ignorancia ambiental más superlativa, consideran la laguna de la Ricarda como una balsa artificial de patos que se puede suprimir. Esta laguna es Reserva Natural Parcial desde 1987 por Decreto del Gobierno de Cataluña, está integrada en el Plan de espacios de Interés Natural (PEIN) y está reconocida como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) en base a la Directiva de aves de la UE desde 1994. Es decir, tan prescincidible no será si hace tantos años que tiene reconocido un alto nivel de protección en base a la normativa específica. Este ejercicio que propongo en estas líneas nos proporciona una visión simétrica a la idea de desecación y entierro del humedal para alargar una pista preexistente del aeropuerto Josep Tarradellas, construir un campo aéreo ampliado y probablemente también una tercera terminal (aunque ya tenemos dos).
Este espejo intercalado ante los profetas del cemento me lleva a sugerir con el mismo poco rigor y barra que ya es hora de desmantelar íntegramente el aeropuerto de El Prat de Llobregat, lo que creará también muchos puestos de trabajo. Las propias empresas que ahora abogan por lo contrario, serán las que resultarán adjudicatarias. Al fin y al cabo la pericia para construir es la misma que para deconstruir. Los mil y pico millones de euros de coste previstos para la ampliación, con esta solución será menor y podrán destinarse –en parte– a mejorar los sueldos de nuestros sanitarios (por ejemplo). Barcelona será siempre una ciudad provinciana y nunca podrá competir con Madrid, la capital. Así, con esta solución acabaremos con un gasto muy grande de mantenimiento. Los ciudadanos iremos allí en AVE (que hay que amortizar porque ciertamente es carísimo) y tomaremos los vuelos. De paso, restauraremos toda la zona húmeda previa a los campos de aviación, de los años 20, y reaparecerán la Volateria, la Roberta, la Illa i el Pas de les Vaques para uso y disfrute de los catalanes. El coste de mantenimiento será increíblemente bajo y sólo precisaría de unos pocos empleados con sueldos precarios (como los que tienen ahora los trabajadores de los espacios naturales protegidos). Los pájaros en migración podrán detenerse en el Delta sin riesgo de ser tragados por una turbina de un avión en maniobra de despegue o aterrizaje. Alejaremos así la desaparición de la laguna de la Ricarda y conseguiremos que el Remolar vuelva a funcionar como lo que es: una laguna litoral. Todo son ventajas.
En resumen, una propuesta simétrica con poca seriedad y varias mentiras como punto de partida, pero que nos interpela sobre el doloroso tabú político (y económico): sigue siendo absurdo competir en infraestructuras con la capital del Estado. Además: ampliar, ¿con qué objetivo? ¿Traer más turistas en Barcelona? ¿Más aún? Y otro asunto desgarrador: ¿no nos quejamos amargamente del centralismo madrileño? Pues quizás nos reflejamos también en el espejo desde los otros aeropuertos catalanes…
Luego están los aspectos ambientales bien conocidos por los ciudadanos: ¿qué les explicaremos a nuestros jóvenes, que está bien ser ecologista en lugares muy lejanos como la Amazonia porque en casa “la pela es la pela”? ¿Daremos lecciones de sostenibilidad desplazándonos en patinete eléctrico por la terminal? ¿Nuestra lucha contra el cambio climático se limitará a obligar a nuestros diputados a ir en bicicleta al Parlamento? ¿Organizaremos un servicio de autobuses de hidrógeno en la terminal 3 para que se suban los pájaros en migración y se ahorren 150 km de trayecto hasta el Delta del Ebro?
Espero que alguna institución pública tenga la cabeza sobre los hombros para desestimar esta salida en tromba de todo el sector del fundamentalismo del crecimiento que, justo finalizado el estado de emergencia, generó ese falso debate. Me temo que es una esperanza puramente retórica, viendo cómo van las cosas… Básicamente estamos comprometiendo algo que debemos empezar a asumir: no somos nadie para destruir el patrimonio que hemos recibido de nuestros antepasados. Somos simples depositarios que lo transmitiremos a las futuras generaciones y así sucesivamente. Se trata de qué dejaremos como civilización pero, sobre todo, como especie. De lo contrario acortamos nuestra viabilidad…


Catalunya Plural, 2024 