La Generalitat anunció el viernes 13 de junio que, a partir del próximo curso escolar, se prohibirá por completo el uso de los teléfonos móviles en las aulas en todas las etapas obligatorias, también en la ESO. La prohibición incluye los relojes inteligentes y una eliminación progresiva de las tabletas y pizarras digitales en educación infantil. La medida llega años después de que organizaciones de padres se hayan movilizado para restringir su uso a escuelas. Una de las últimas fue la concentración a principios de junio en 10 ciudades españolas de familias, profesores y expertos en infancia para pedir una edad mínima legal por el acceso a los smartphones a los colegios.
En paralelo, la gran preocupación sobre el efecto de las pantallas en la salud mental de niños y adolescentes ha generado avidez de conocimiento científico, pero también confusión ante la gran cantidad de información casi contradictoria sobre el tema. La dificultad metodológica para establecer de forma concluyente una relación causa-efecto entre el uso de los móviles y una peor salud mental ha encendido un gran debate científico. Por ahora no hay consenso que permita concluir con rotundidad que los móviles están detrás de la crisis de salud mental de los más jóvenes, pero sí existen asociaciones entre ambas cosas y un interés urgente por salir del entramado.
Una reciente revisión sistemática de 117 estudios publicada por la Asociación Americana de Psicología (APA, en inglés) ha encontrado una relación bidireccional entre el tiempo que pasan los niños de menos de diez años con los dispositivos electrónicos y los problemas emocionales. Por una parte, aquellos que pasan más rato frente a una pantalla tienen mayor riesgo de desarrollar problemas de salud mental; por otra parte, los niños con estas afectaciones aumentan su uso como forma de evasión.
La investigación —que recoge las conclusiones de estudios realizados en torno a un mismo tema— revisa los resultados de artículos que han realizado un seguimiento de más de 300.000 jóvenes a lo largo del tiempo, lo que le da más solidez. Otra de sus conclusiones es que aquellos que utilizan con mayor intensidad las pantallas con cinco años tienen más problemas emocionales después, con siete años.
Los autores del estudio creen que el uso excesivo de las pantallas en muchos casos es un síntoma de los problemas emocionales y no su causa. Y ahí se abre uno de los puntos más calientes del debate sobre los efectos de las pantallas: con la evidencia actual, las grandes revisiones no han podido demostrar una causalidad clara de los efectos nocivos de los móviles.
Hasta ahora, se han hallado correlaciones, es decir, asociaciones entre dos factores, que no siempre son fuertes. Por ejemplo, otra revisión sistemática publicada en el Nature Human Behaviour en 2023 encontró, en el caso de las redes sociales, “efectos pequeños” como un mayor riesgo de depresión y comportamientos de riesgo. Otra de estas revisiones halló una “correlación débil” entre el uso de redes sociales y la ansiedad, la depresión y el estrés en adolescentes.
Esto contrasta con la tesis de Jonathan Haidt, psicólogo estadounidense y autor superventas con su libro “La generación ansiosa”, donde afirma que el aumento en las cifras de ansiedad, depresión y suicidios en los adolescentes en todo el mundo es culpa directa de los móviles. Para afirmarlo, señala que cuando empezaron a aumentar exponencialmente estas cifras en Estados Unidos fue a partir del 2010, cuando comienzan a hacerse mayores las primeras generaciones de adolescentes con las redes sociales a mano.
Por qué es tan difícil llegar a una conclusión firme
Sin embargo, afirmar que existe esta causalidad con contundencia no es tan fácil desde el punto de vista científico. Que dos factores coincidan en el tiempo también puede deberse a otras cosas. Por ejemplo, ¿son las pantallas las que causan los problemas emocionales, o los niños con más problemas de salud mental tienden a consumir más las redes sociales? Además, existen otros factores que pueden influir en los problemas de salud mental, como apuntaba una editorial de la revista Nature hace unos meses. “Los investigadores coinciden en que los orígenes de los trastornos de salud mental -que a menudo se manifiestan durante la adolescencia- son complejos y están influidos por factores genéticos, familiares, de amistad y otras experiencias personales”, decía.
A esto se le suman los problemas para diseñar investigaciones completas y escalables. Algunos estudios se centran en el tiempo que se pasa delante de las pantallas en general y no en qué contenidos se consumen, pero ¿es lo mismo el rato dedicado a leer en un libro digital que a revisar TikTok en el móvil? En otros casos, están hechos con informes de autoregistro, es decir, son los propios afectados quienes dicen cuántas horas pasan al día mirando el móvil.
Según UNICEF España, uno de cada tres jóvenes entre 11 y 18 años pasa más de cinco horas diarias conectado a internet entre semana (31,6%). El comité de expertos del Gobierno sugería en su informe el término uso problemático de Internet para referirse a la posible dependencia en Internet y las redes sociales, sin llegar a incluirlo en los manuales diagnósticos, un término que también recogen muchos otros estudios académicos.
Este uso se caracteriza por un alto grado de interferencia en la vida cotidiana, con un impacto tanto a nivel personal, como familiar, académico o laboral, y podría ir acompañado de una sintomatología clínica.
Marina Fernández, presidenta del grupo de familias de Adolescencia Libre de Móviles, que se ha movilizado para defender escuelas e institutos libres de móviles, se preguntaba hace unos meses en el Debate Verificat al respecto hasta qué punto hay que tener evidencia firme para tomar medidas preventivas y citaba la importancia de la precaución por un colectivo.
Desfake, el programa educativo de Verificat, propone un programa educativo en el que el alumnado aprende a relacionarse con las pantallas de forma consciente y crítica.


Catalunya Plural, 2024 