Acabar poco a poco con todos los testigos, todos los ojos, todas las voces. Prohibir la entrada de los medios internacionales y al mismo tiempo disparar contra cualquier cámara, cualquier persona que pueda dejar rastro del asedio y de la tragedia. Ayer eran los periodistas de Al Jazeera y hoy de agencias internacionales como Reuters, AP, NBC, entre otros muchos. La lista macabra no deja de crecer y van más de 270 periodistas e informadores fallecidos en los dos años de guerra abierta en Gaza. Más que en la Segunda Guerra Mundial, en la guerra de Irak, o la de Vietnam. Nunca se había llegado tan lejos en la destrucción de quienes quieren enseñar unos hechos.
Dice la periodista Rosa Maria Calaf, en el libro “Hotel Palestina” de testigos periodísticos que se publicará en septiembre, que antes los periodistas eran bienvenidos. Todos los gobiernos querían tenerlos a su lado para que explicaran su punto de vista en los conflictos y ahora son una molestia, un enemigo al que es necesario abatir, aniquilar, para que persista la impunidad y el relato oficial. Por cierto, “Hotel Palestina” fue donde el periodista José Couso murió por el disparo de un tanque estadounidense durante la invasión de Irak en 2003.
La barbarie gana
La barbarie gana terreno, el hambre aplicada a una población como nunca habíamos visto desde los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Más de 160 trabajadores de la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos también han caído bajo el impacto de las balas, los drones y las bombas durante el 2024. Mientras cientos de camiones cargados de ayuda humanitaria esperan en la frontera cerrada y el silencio cómplice se instala entre nosotros por miedo a las posibles reanudaciones.
Toda una maquinaria de guerra dispuesta a expulsar a los palestinos de su tierra y para ello es necesario acabar con los testigos que todavía quedan en el interior de la franja. Con equipos de comunicación destrozados, poca conexión a Internet y sin posibilidad de acceder a repuestos cuando una grabadora se rompe, una cámara se estropea o un transmisor explota.
No es la primera vez que se intenta acallar a los testigos de esta tragedia que se produce cerca de nosotros, al otro lado de este mediterráneo que nos acaricia. Aún recuerdo a un campesino de la población de Nil’in, Emad Burnat, que empezó a grabar con una cámara doméstica lo que ocurría en su población de Cisjordania, después de haber nacido su cuarto hijo, Gibreel. Corría el 2005 y durante años intentó documentar las protestas pacíficas de la población contra el robo de sus tierras ante el avance imparable de la colonización por parte de Israel. Las excavadoras habían llegado para acotar un nuevo asentamiento de colonos que significaría perder el 50 por ciento de las tierras de cultivo. El documental fue una colaboración con un productor de Israel, Guy Davidi y fue finalista en los Óscar. Durante los años de grabación le rompieron cinco veces las cámaras, de ahí el título del documental. Entonces podía encontrar nuevas gracias al colaborador israelí, pero ahora no podría.
Eliminar al mensajero
En lugar de avanzar, el retroceso de derechos y libertades es innegable. Acallar a los opositores, castigar las protestas, obstaculizar la información se ha convertido en algo habitual. Es una amenaza para todos nosotros y forma parte de un precedente que no ha parado de crecer. Eliminar al mensajero se ha convertido en normal en muchos lugares del planeta. Destruir la reputación de los medios de comunicación llamados “tradicionales”, también.
Aterrar a la población civil forma parte de cómo se desarrollan las nuevas guerras. Nos lo explica de forma magnífica el periodista Marc Marginedas en el libro “Rusia contra el mundo” donde se analiza este hecho en las guerras de Chechenia o de Siria (donde por cierto Marc Marginedas estuvo seis meses secuestrado por Estado Islámico). Sin concesiones, explora los métodos oscuros y violentos que han perpetuado el líder ruso en el poder. Allí donde protestar actualmente contra la guerra de Ucrania o informar de forma no oficial puede comportar 15 años de cárcel.
Hacia un mundo propagandístico
En el último Docs Barcelona, el festival internacional de documental, se estrenaba “Mr. Nobody against Putin”, donde un profesor de una escuela primaria rusa nos enseñaba desde dentro de la evolución del curso desde que Putin lanzó lo que él llama “la operación especial en Ucrania”. La escuela se había convertido poco a poco en un lugar de reclutamiento militar con cánticos al himno por la mañana y al anochecer, con nuevos libros de texto y donde el profesor que ganaba el premio de lo mejor, era el encargado de lo que aquí había sido “Formación del Espíritu Nacional”. La visión nacionalista y la propaganda del régimen no dejan ninguna brecha a la mínima crítica.
El profesor Pavel Talankin tuvo que marcharse al exilio para editar el trabajo y evitar la represión que le hubiera llevado a la cárcel sin lugar a dudas. Recordemos cómo terminó el disidente Aleksei Navalni y otros muchos opositores envenenados o encarcelados. La mínima apertura política ha desaparecido del mapa y el ex agente del KGB lleva en el poder desde el 2000 (como presidente o primer ministro). Un cuarto de siglo al frente del país.
Si miramos hacia la China de Xi Jinping, llegado a la presidencia en 2013, también podemos observar cómo la disidencia ha sido castigada sin piedad. China es el país donde hay más periodistas encarcelados de todo el mundo. Nadie puede discutir las directrices del partido comunista chino, ahora más poderoso que nunca, al haber logrado un crecimiento económico espectacular, sacando a millones de personas de la pobreza y creando una amplia clase media. Han sido 40 años de crecimiento económico imparable y esto se ha aprovechado para crear una vigilancia total sobre la población, donde el partido juega un papel determinante y dominante, en el que cualquier referencia a las revueltas y demandas democráticas de los estudiantes de la plaza de Tiananmén de 1989 han quedado borradas del mapa. El control sobre la población hace que tengan el dispositivo de reconocimiento facial más avanzado del mundo. Los periodistas no pueden salir del guion publicitario sin poner en juego su futuro y su sueldo. Nos lo describe el libro del ex embajador de España Rafael Dezcallar “El ascenso de China”.
Salta todo por los aires
La sociedad democrática, tal y como la teníamos concebida desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, con contrapoderes, un sistema judicial independiente y unos medios de comunicación fiscalizadores, está saltando por los aires bajo nuestros pies. Por eso también la reacción occidental a lo que ocurra entre Israel y Palestina, lo que ocurra en Gaza y Cisjordania, nos marcará para siempre.
Si se han terminado aquellos valores que se han defendido y que hacen las sociedades occidentales más tolerantes y permisivas, más inclusivas e igualitarias, donde la libertad de expresión, de protesta y manifestación forman parte de nuestros derechos conquistados y fundamentales o si seguimos la dirección autoritaria que gana peso, día a día, mes a mes, año tras año y que provoca. Nuestros derechos.
Y qué podemos decir de Donald Trump, el hombre que ha sacado al ejército a las calles de la capital estadounidense, Washington DC, para frenar –dice– la violencia, en contra de lo que dicen las estadísticas. El hombre que cuando ve datos sobre el paro que no son de su agrado despide a la responsable, como hizo con el economista Erika McEntarfer este mes de agosto o como ha hecho con el jefe de la Agencia de Inteligencia, el teniente coronel Jeffrey Kruse, tras dar a conocer un informe crítico sobre los efectos del ataque estadounidense a Irán. El hombre que dice que la verdad es lo que él explica, que la verdad no importa, que lo que importa es ganar, también hace todo lo posible por desprestigiar a los medios de comunicación utilizando todo tipo de amenazas. La última, esta misma semana, contra las cadenas televisivas ABC y NBC a las que considera un peligro por “su” democracia. La mínima crítica debe eliminarse al coste que sea.
Por cierto, el primer viaje oficial del presidente estadounidense en este segundo mandato fue para ir a ver al príncipe saudí Mohammed bin Salman. En el consulado de Estambul del Reino Saudí moría descuartizado en el 2018 el periodista crítico Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post. Entró para buscar unos papeles para casarse y nunca salió de nuevo. Trump no tiene aliados, sino únicamente negocios en la cabeza y no ve a Europa como parte de su universo.
Viejos y nuevos dirigentes
Vladimir Putin, 72 años, presidente del mayor país del mundo, 143 millones de habitantes. Xi Jinping, 72 años, presidente de la nueva gran potencia, 1.409 millones. Donald Trump, 79 años, el país más poderoso del mundo hasta ahora, 340 millones. Benjamin Netanyahu, 75 años, el gran aliado de Occidente desde la creación de Israel, 10 millones. Todos ellos quieren recuperar unos imperios y posesiones que ya no tienen. Quieren reescribir la historia y cambiar los libros de texto en las escuelas, o el nombre de los océanos. Ellos quieren escribirnos el futuro. Nos merecemos algo mejor, pero ¿seremos a tiempo para parar una ola que puede arrasar con todo? ¿Podremos detener lo que está sucediendo ante nuestros ojos en el Mediterráneo? ¿Qué papel puede jugar Europa?
Úrsula von del Leyen, presidenta de la Comisión Europea, 66 años. 449 millones de habitantes, divididos en 27 países y múltiples lenguas que deben ponerse de acuerdo por unanimidad en los grandes temas, como el presupuesto o el gasto. Ésta es la gran riqueza europea, los acuerdos y la negociación, pero también la debilidad y la dificultad.
Depende de cómo acabe la guerra de Gaza, Europa habrá perdido toda posibilidad de ser escuchada y respetada. Habrá perdido la esencia y el motivo, se habrá convertido en un cómplice necesario. Los ojos cerrados nunca pueden ser una solución. Y prohibir las voces críticas, esconder lo que no gusta, tergiversar la historia, arrasar poblaciones y matar de hambre a un pueblo, no debería permitirse ante nuestras narices.
Alerta de la ONU
La ONU ha decretado una emergencia por hambre hace unos días y su secretario general, António Guterres acaba de decir que es el fracaso de la humanidad recordando a Israel que tiene la obligación de garantizar el suministro de víveres y que no se puede retrasar ni un día más la entrada de alimentos. Pide un alto el fuego inmediato. Pero ningún acto de represalia se ha tomado para quienes están causando este drama inimaginable desde hace ya un tiempo.
Una de las voces que clama en el desierto es la de Josep Borrell, ex alto representante de la Unión Europea por Asuntos Exteriores y actual presidente de CIDOB, que dice que Europa ha perdido su alma. Que nunca más podrá ser escuchada cuando hable de derechos humanos al no tomar ninguna acción para detener la muerte segura y el hambre opresora que amenaza a todo un pueblo, el pueblo palestino. Habrá un antes y un después. Borrell declara que esto no es una guerra; son cientos de miles de personas indefensas que han sido bombardeadas durante dos años sin piedad. La división europea es tal que estamos paralizados. Y denuncia que la mitad de las bombas que caen sobre Gaza han sido fabricadas en Europa. Desengañado del todo por la respuesta europea, ha pedido que actúen de oficio las autoridades judiciales por crímenes contra la humanidad.
Únicamente acciones aisladas no podrán detener todo lo que viene, pero se han empezado a mover algunas fichas como las del fondo soberano noruego, el mayor del mundo, que ha empezado a vender sus participaciones en empresas israelíes a causa de la guerra de Gaza. Y lo ha justificado por las graves violaciones a los derechos humanos.
Europa dividida
¿Tendremos que asistir impotentes a este crimen contra la humanidad? Europa dividida ha perdido la capacidad de ser escuchada y actuar. El consenso que no existe y la debilidad ha quedado retratada con toda claridad en los ojos de todo el mundo, donde se impone la ley del más fuerte y donde la verdad vive bajo la amenaza y el terror. Se han abierto las puertas al infierno, terminando con todos los consensos que nos habían hecho avanzar moralmente y en su conjunto. Las leyes que nos regulaban internacionalmente, nacidas después de la Segunda Guerra Mundial, se han convertido en papel mojado.
La única respuesta posible debería ser el compromiso en los valores democráticos, en las leyes internacionales, en los convenios firmados que pongan en vigor el castigo al que incumpla las mínimas normas que incluso la guerra debe respetar. Sin ese mínimo, nuestro futuro como miembros de la comunidad occidental habrá quedado dañado para siempre. Será también nuestro fin, nuestro epitafio. El fin de Occidente tal y como lo habían concebido hasta ahora. Y ya vayamos tarde.


Catalunya Plural, 2024 
1 comentari
No hablar de como devia Kapuchinsky, cuando el periodisme es negocio, la verdad ya no interesa, deja cojo este articulo, que podria ser redondo entonces.