Artículo publicado originalmente en el blog Transformar l’educació del Diari de l’Educació

Actualmente, estamos ante un escenario claro: una de cada cuatro personas tiene más de 65 años. Si aceptamos que la educación es una herramienta imprescindible a lo largo de toda la vida, este dato pone de manifiesto la necesidad de adaptar los servicios y espacios de aprendizaje a sus realidades y necesidades. Ante los datos de 2025 del Idescat, la población total de Cataluña es de 8.113.490 personas, de las cuales las personas mayores representan el 25,96%. Son más de dos millones de personas que necesitan actualizar conocimientos básicos para no permanecer al margen de la vida social básica.

Este grupo de población se encuentra con diversas dificultades para adaptarse a los cambios y características de la sociedad actual. Como dice el pensador Zygmunt Bauman, la sociedad líquida de la que nos habla implica adaptaciones imprescindibles como, por ejemplo, las que se derivan de las transformaciones tecnológicas y sociales. Los cambios ocurren a un ritmo vertiginoso, dejando atrás a aquellos que no pueden seguirlos.

En el taller de Cultura Digital que realizamos en el Barrio de Canyelles con la asociación Canyelles Aprèn, una participante me dijo: «El problema es que todo va muy rápido. Cuando yo he aprendido a añadir a alguien a mi teléfono móvil, la forma de hacerlo ya ha cambiado». Esta sensación de inestabilidad y de no llegar a tiempo genera una brecha digital que, a su vez, crea importantes barreras para su participación como ciudadanos activos.

Existe una fuerte relación entre la brecha digital y la desigualdad social, puesto que esta brecha provoca que una parte de la sociedad quede excluida del nuevo paradigma tecnológico y social. Esta exclusión afecta especialmente a las personas mayores, que a menudo se encuentran con barreras tanto materiales como culturales a la hora de integrarse digitalmente.

Existe una fuerte relación entre la brecha digital y la desigualdad social, puesto que esta brecha provoca que una parte de la sociedad quede excluida del nuevo paradigma tecnológico y social

Según la Fundación Ferrer i Guardia, esta brecha se puede analizar desde tres dimensiones fundamentales. La primera, el acceso, haciendo referencia a la disponibilidad de infraestructuras tecnológicas como dispositivos, conexión a Internet y servicios digitales básicos. Aquí encontramos que las personas mayores de 75 años tienen un índice de uso de internet mucho más bajo. La segunda dimensión hace referencia a la capacidad real de utilizar las tecnologías. No se trata sólo de tener un móvil o un ordenador sino de saber cómo utilizarlas con seguridad y autonomía. Cuando desarrollan el taller vemos que muchas personas mayores temen “tocar” por si se equivocan, y eso limita mucho sus posibilidades de práctica y aprendizaje. Es básico trabajar esa dimensión más actitudinal. La última dimensión es el aprovechamiento, probablemente es más importante y al mismo tiempo invisible. Habla de la capacidad de las personas para integrar el mundo digital en sus vidas cotidianas de forma útil y significativa. Esto es, que la tecnología sea una herramienta para resolver problemas, comunicarse, acceder a servicios públicos, participar políticamente o tener ocio. Cuando este aprovechamiento no se produce, no sólo existe una exclusión digital, sino una pérdida de derechos y oportunidades.

La brecha digital no es sólo un problema tecnológico, sino social y educativo. Requiere acciones concretas, como la que desarrollamos en Canyelles, que partan de las necesidades reales de las personas, desde el respeto, paciencia y reconocimiento de sus saberes previos. En palabras de Freire, no se trata de transmitir conocimiento, sino de construirlo junto a ellas, desde el diálogo y pensando en mejorar la vida de este colectivo.

La experiencia de Canyelles parece pensar que el aprendizaje sólo puede ser significativo si se fundamenta en las experiencias y códigos culturales propios de los aprendices. El pedagogo Paulo Freire, en sus trabajos por la transformación social en Guinea-Bissau, remarcó que el aprendizaje de la lengua portuguesa para los habitantes de Guinea “era completamente ajena a las prácticas sociales diarias del pueblo […] una forma de código lingüístico que era imposible de descifrar, y que sería inútil aprender, no teniendo aplicación en el contexto. Esta crítica a la “esquizofrenia cultural” impuesta por los sistemas educativos desconectados de la realidad puede extrapolarse al mundo digital actual, donde muchas personas mayores se ven enajenadas. Desde nuestra práctica, buscamos revertirlo mediante una pedagogía del diálogo y el acompañamiento, que parta de lo que les es significativo: comunicarse con los nietos, realizar gestiones básicas o participar en la vida del barrio, tener presencia y actuar en el mundo digital.

La carencia de conocimiento tecnológico crea una sensación de inseguridad a menudo reforzada por el entorno

El objetivo de este proyecto no es otro que aprender contenidos útiles para la vida cotidiana de las personas mayores, para la comunidad y continuar la lucha contra la desigualdad social y digital. Las sesiones han sido diseñadas para responder a necesidades reales y cercanas, priorizando siempre una metodología basada en el respeto, el ritmo individual y el acompañamiento personalizado.

Las actividades que hemos realizado pueden parecer acciones aparentemente insignificantes, pero son fundamentales para moverse con autonomía. Enfrentarse a las herramientas digitales tiene un componente de incertidumbre, miedo a hacerlo mal. La carencia de conocimiento tecnológico crea una sensación de inseguridad a menudo reforzada por el entorno. Sin embargo, por ejemplo, el aprendizaje para añadir contactos a la aplicación WhatsApp permite mantener e incentivar los vínculos familiares y sociales. Del mismo modo, enviar fotografías desde la galería del móvil al correo electrónico o al Google Drive hace posible, no sólo conservar recuerdos personales, sino también participar de forma más activa en procesos administrativos digitales que a menudo exigen este tipo de acciones.

También hemos introducido el uso de inteligencia artificial como herramienta accesible para resolver dudas, redactar textos o buscar información, acercándolos a la inteligencia artificial desde una perspectiva práctica y no intimidante. Este aspecto ha sido especialmente relevante para romper el estigma de que las personas mayores no pueden aprender tecnología o que ésta no es para ellas.

El proyecto ha sido una apuesta por una alfabetización digital con sentido, construida desde el diálogo, la paciencia y la complicidad, siguiendo el pensamiento de Freire. Más allá de las competencias técnicas, lo importante ha sido restaurar la confianza en sí mismas, hacer que se sientan protagonistas del aprendizaje y demostrar que, con las condiciones adecuadas, ninguna edad es una barrera para seguir aprendiendo y conectándose con el mundo.

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