Artículo publicado en agosto en CatalunyaMetropolitana
Hace unas semanas recibimos en la sede del Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona (PEMB) una delegación con representantes de varias instancias de gobierno de Turquía. La semana siguiente de este encuentro, casualmente, yo mismo tuve la oportunidad de participar en un congreso que se celebraba en Estambul. Me llamó la atención que en ambas ocasiones se me formulara la misma pregunta: ¿os genera conflicto el hecho de utilizar el nombre de Barcelona cuando os referís no solo a la ciudad, sino también a su entorno metropolitano?
Que la pregunta viniera en los dos casos de voces turcas se puede entender porque aparentemente allí no existe ahora mismo este dilema: Estambul, por ejemplo, ya hace años que es una ciudad que abarca lo que podría considerarse el conjunto de una metrópolis que hoy cuenta con casi 16 millones de habitantes y, de hecho, su gobierno local es la Alcaldía Metropolitana de Estambul. El actual alcalde, por cierto, el socialdemócrata Ekrem İmamoğlu, fue encarcelado el pasado marzo por el régimen de Erdogan, al cual debería enfrentarse en las próximas elecciones nacionales.
La cuestión es que en estos intercambios, cuando para explicar nuestro trabajo les proyectamos a nuestros interlocutores un mapa en el que se muestran superpuestos los límites del municipio de Barcelona, del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) y de la región metropolitana de Barcelona, inmediatamente les vino a la cabeza el conflicto que la confluencia de todas estas etiquetas “de Barcelona” puede representar.
Debo admitir cierta sorpresa, porque normalmente las preguntas que nos hacen suelen tener más que ver con la complejidad de establecer unos límites a lo que llamamos metrópolis o con las previsibles dificultades de coordinación entre entes administrativos. Pero, ¿sobre el nombre?
Pues, ciertamente, es un tema que no tenemos nada resuelto. Y que, si queremos profundizar en él, presenta tres derivadas, ninguna exenta de polémica: el nombre del espacio físico, el nombre de las divisiones administrativas y, en su caso, de la institución de gobierno correspondiente y, finalmente, el nombre que le da identidad a todo el conjunto.
Vamos por partes. Y atención, porque lo que sigue, aunque sea una versión muy simplificada del tema, es digno de un rompecabezas que os podéis tomar como pasatiempo veraniego. Coged papel y lápiz e id haciéndoos un esquema.
Las mil y una formas del espacio urbano
Si hablamos del espacio físico debemos tener en cuenta, de entrada, que no existe ninguna definición universalmente aceptada de “ciudad”, hasta el punto de que la agencia de Naciones Unidas para las ciudades, UN-Habitat, en una interesante publicación titulada ¿Qué es una ciudad?, se conforma con recomendar que cada Estado establezca sus criterios, pero que sean al menos unificados dentro del propio país.
Todavía más abierto es el concepto de “metrópolis”, teniendo en cuenta que los principales diccionarios en catalán, castellano e inglés simplemente las definen como la ciudad principal de un Estado (añadiendo, en el caso inglés, que se trata de una ciudad muy grande). Teniendo en cuenta la relatividad del concepto “ciudad”, acotar cuándo tiene sentido hablar de metrópolis y cuándo no se convierte en un ejercicio significativo de arbitrariedad.
La cosa se puede complicar aún más, ya que en muchos casos se hace referencia a un área metropolitana, normalmente para designar un continuo urbano de gran extensión, y a una región metropolitana cuando nos referimos a un territorio que suele ser aún más extenso y que combina espacios urbanizados interconectados con espacios abiertos.
Ciudad, área metropolitana, región metropolitana… Nombres a los que podemos añadir los de “conurbación”, “aglomeración” y una amplia variedad de términos más o menos académicos o más o menos sofisticados que, aun así, no acaban de conformar una guía suficientemente clara para diferenciar morfologías urbanas.
En cualquier caso, sea ciudad o metrópolis, hablamos siempre de variantes sobre una realidad conformada por un territorio altamente urbanizado, con un gran volumen y concentración de la población, con una actividad económica predominante desligada de la explotación directa de los recursos naturales y que aglutina todas las funciones y todos o la mayor parte de los servicios que facilitan la vida cotidiana de quienes residen en él.
Nota al margen. Las dificultades terminológicas no acaban aquí, dado que también genera conflicto la manera en que nombramos lo que no es considerado urbano. Entre nosotros parece haberse impuesto en los últimos tiempos, no sin controversia, el término genérico de “territorio”. Pero en otros momentos se ha hablado de “retropaís” o simplemente de “país”. Referirse al “mundo rural” o a “comarcas” ya ha quedado desfasado, sea por excesivamente simplificador o por adivinarse en ello connotaciones peyorativas.
El rompecabezas administrativo
Pasemos a la segunda derivada, la de las divisiones administrativas y las instituciones de gobierno que las gestionan, si es que existen.
Aquí destaca muy claramente el municipio, una división administrativa prácticamente universal y que tradicionalmente ha concentrado las otras dos derivadas, de tal manera que la asociación entre municipio y ciudad forma parte de nuestro imaginario con tal fuerza que nos cuesta mucho disociar los dos conceptos.
Tiene mucho que ver la administración que lo gestiona, el ayuntamiento, y el hecho de que cada cuatro años elijamos de manera directa a las personas que nos representan en él y que, a su vez, escogen al alcalde o alcaldesa. Este vínculo democrático tiene un gran efecto sobre el aspecto identitario. Para la mayoría de nosotros, nuestro municipio es nuestra ciudad, y al revés.
Probablemente por este motivo resulta tan difícil aceptar el hecho metropolitano: aunque vivamos en la misma calle, vayamos a comprar al mismo mercado y nos encontremos en la misma biblioteca, si la vecina de la acera de enfrente se encuentra en otro término municipal, consideramos que pertenece a otra ciudad. El factor identitario pasa por delante del territorial y del funcional.
Aun así, la creación del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) en el año 2010 ha puesto sobre la mesa de manera más clara una realidad metropolitana que conlleva la relativización de las fronteras administrativas al poner precisamente por delante la funcionalidad del espacio urbano. No deja, sin embargo, de provocar un efecto similar de identificación entre metrópolis (espacio físico) y área metropolitana (división administrativa e institución). No es un vínculo tan fuerte, no obstante, como en el caso de la ciudad con el municipio/ayuntamiento, dado que la AMB no se conforma por elección directa y todavía es un ente percibido como lejano, cuando no desconocido, por gran parte de la ciudadanía.
Trasladémonos ahora más allá de los límites que abarcan los 36 municipios de la AMB. Entremos en un nuevo espacio que, junto con el anterior, conforma la Región Metropolitana de Barcelona (RMB), denominación vinculada en el presente al ámbito de las siete comarcas que abarca el Plan Territorial Metropolitano de Barcelona del año 2010, pero que se encuentra en discusión desde la modificación del mapa de las veguerías (nueva división territorial creada por el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006). Resulta que dos de las siete comarcas de la original veguería de Barcelona, equivalente inicialmente a la RMB, pasaron a la novísima veguería del Penedès (2017). Por otra parte, la veguería, como la región, es una delimitación administrativa sin instituciones de gobierno propias. Una situación que cambiaría en el caso de hacerse efectivas las disposiciones estatutarias, ahora suspendidas por acción del Tribunal Constitucional.
Cabe señalar que los dos ámbitos metropolitanos (AMB y RMB) han recibido otros nombres a lo largo del tiempo. Por ejemplo, entre los años 50 y 70 lo que hoy es área metropolitana se llamaba comarca (de ahí el Plan Comarcal de 1953), mientras que el nombre de área se aplicaba a lo que hoy llamamos región, que también en algún momento se identificó administrativamente como Región I. “Gran Barcelona” ha sido igualmente una locución utilizada esporádicamente, pero que parece gustar más a los medios que a las instituciones o a la ciudadanía.
Para completar el panorama, contamos desde 2023 con una Asociación de Municipios del Arco Metropolitano de Barcelona, que reúne 10 municipios metropolitanos, pero de fuera de la AMB: 7 capitales de comarca y 3 con un peso específico en términos demográficos o geográficos. Su función fundamental es actuar como lobby para reducir las disparidades en la capacidad de actuación de estos municipios respecto a la de los que se encuentran bajo el amparo de la AMB.
Municipios, comarcas, veguerías, área y región metropolitana, arco metropolitano… También podríamos añadir aquí el centenar largo de mancomunidades, consorcios y otras instituciones creadas a lo largo del tiempo y que, con mayor o menor éxito, se dedican a la prestación de servicios a la ciudadanía al tiempo que complican la vida a quien quiera entender cómo funciona realmente nuestro país.
Identidad local: ¿de dónde es usted?
Entremos ya en la tercera derivada, la de la identidad, con un nombre que en todo este territorio del que estamos hablando destaca claramente sobre el resto: Barcelona. El nombre de la capital, omnipresente en las diferentes denominaciones de todo lo que vaya más allá de su propio término municipal, y que despertó la curiosidad de nuestras colegas turcas.
Es evidente que el nombre de Barcelona tiene la fuerza y la legitimidad histórica para estar presente en las configuraciones territoriales que contengan su término municipal, es decir, en las diferentes formas que adquiere el hecho metropolitano. Pero también se constata que la mencionada simbiosis ancestral entre ciudad y municipio, unida a una desconfianza sobre unas supuestas pretensiones expansionistas barcelonesas, genera bastantes anticuerpos.
Recuerdo que cuando en el año 2020 fuimos a visitar a los alcaldes y alcaldesas de lo que hoy es precisamente la Asociación de Municipios del Arco Metropolitano de Barcelona para invitarlos a participar en el proceso “Barcelona Mañana” y les preguntamos si se sentían cómodos colaborando bajo este nombre y con un logotipo que jugaba con una B expansiva. Y la respuesta generalizada fue que ningún problema, que eran conscientes del peso del nombre de la capital catalana, sobre todo hacia fuera.
Pero, fieles a lo que sería el espíritu fundacional de la asociación, también manifestaron que era necesario que Barcelona, con su ayuntamiento a la cabeza, asumiera a su vez la responsabilidad de esta influencia sobre el entorno y lo escuchara y lo tuviera en cuenta a la hora de tomar determinadas decisiones.
Ya no hablemos cuando las relaciones entre ciudades/municipios que se tejen en el ámbito metropolitano se extienden progresivamente y aquello que lleva el apellido de Barcelona tiende a acercarse a las dimensiones, sobre todo demográficas, de Cataluña. Porque, ¿dónde acaba la región metropolitana de Barcelona y dónde empieza la Cataluña-ciudad?
Este debate eternamente pendiente, que tanto miedo da afrontar a las fuerzas políticas mientras que entidades como Fem Vallès hacen lo imposible por activarlo, también tiene un trasfondo terminológico que lo desincentiva. Bien lo sabían quienes, en oposición al movimiento independentista en los momentos fundacionales del “procés”, acuñaron el provocador topónimo Tabarnia, tratando de confrontar el grueso de la realidad urbana catalana (los entornos de Barcelona y Tarragona) con una presunta “Cataluña catalana”.
Quizá, para suavizar el peso de tanta “Barcelona” en el nomenclátor se podría rescatar para designar la metrópoli barcelonesa la denominación “Barcelonés”, teniendo en cuenta que la comarca, una vez desposeída de su órgano de gobierno e incluida en su totalidad dentro de la AMB, ha perdido su presencia pública.
A cambio, Barcelona podría seguir siendo la bandera hacia el exterior. En esto, como hemos dicho, parece haber acuerdo (siempre y cuando se haga un tándem equilibrado y respetuoso con Cataluña) y respondería a la práctica popular. Muchas veces hemos oído como argumento aquello de “la gente de aquí cuando sale al extranjero dice que es de Barcelona, aunque viva en X”, como prueba de cargo del innegable hecho metropolitano. En esto, hay que reconocerlo, somos un pueblo práctico y preferimos que nos entiendan a la primera y, si hace falta, ya profundizaremos. Pero no descartemos que algún apego hacia la barcelonidad exista en el inconsciente.
Visto, pues, el panorama, quien haya conseguido llegar hasta aquí, no ya con una idea clara de cómo podemos salir de este laberinto terminológico sin hacernos daño, sino simplemente entendiendo las dificultades que conlleva dar nombre a las cosas, en especial cuando se tocan cuestiones identitarias, nuestras felicitaciones.
Para quien no, utilizaré la fórmula que empleo con estas delegaciones extranjeras, cuando tengo la obligación de explicarlo de la manera más sintética posible: nosotros en el PEMB trabajamos por “la ciudad de los cinco millones”. Y, como el turista metropolitano que va por el mundo, si hace falta ya profundizaremos.
¡Y un deseo de buen verano para todos!


Catalunya Plural, 2024 