A lo largo de los últimos meses algunos hemos planteado nuevas premisas, basadas en hechos lógicos, para alterar el paradigma del centro de Barcelona. Éste, como bien es sabido, ha sufrido varias transformaciones durante los últimos decenios, algunas más consolidadas y otras truncadas o en fase de gestación, ralentizadas por la Pandemia.

Quiere el tópico, en general acertado porque siempre contiene algo de verdad, que el meollo del Eixample, pongamos de plaça Catalunya a la Diagonal y de passeig Sant Joan al carrer d’Aribau sea uno de los arquetipos más claros del parque temático.

Para los que tenemos una cierta edad, y experiencia a la hora de abordar los retos de la ciudad, el impulso para consolidar una centralidad excluyente a la ciudadanía cuajó con mayores garantías a partir del mandato del alcalde Trías, cuando se catapultaron determinadas medidas para generar una especie de línea sinuosa de hoteles de lujo. Ahora, con el socialista Jaume Collboni, esta tendencia no es tan prorrumpente, si bien uno tiene todo el derecho a sospechar cómo la lucha contra los apartamentos turísticos es más bien una alianza para facilitar el trabajo a los complejos hoteleros y devolverles la hegemonía, para así, oh qué sorpresa, fraguar un pacto muy del gusto del empresariado.

Mientras todo esto sucede el alcalde asiste a inauguraciones de librerías, como el pasado miércoles 17 de septiembre, cuando pronunció un discurso recibido con sumo escepticismo por la audiencia de La Central del carrer Consell de Cent, que no acogió con mucha credibilidad toda la palabrería del primer regidor sobre los libros y la libertad de Palestina, hecho válido ahora para salir del paso de cualquier situación, más si cabe desde la creación de un undécimo distrito condal que menoscaba la pobreza de algunos de los existentes antes de tan populista invento.

La nueva Central del carrer Consell de Cent | Jordi Corominas

Las palabras Collboni fueron una argucia más del alcalde que dice pasear, quizá al carecer de apoyos para enhebrar políticas municipales de verdad. Si pensara más allá de las redes y la publicidad vería cómo el Ayuntamiento podría tomar la iniciativa en un perímetro donde la izquierda de Barcelona en Comú triunfó no hace tanto con la súper illa.

Podemos ver el eje delimitado en un párrafo anterior como un maná de las firmas de ropa. En passeig de Gràcia la moda ha anulado la miríada de cines que lo coparon años atrás, pero en 2025 la baraja se ha movido de modo inesperado por el futuro centro Thyssen, la apertura de la tercera Central y la ampliación de los feudos de Finestres en Diputació.

El crecimiento de estos dos gigantes ha resucitado la conciencia de una numerosa comunidad de librerías en este radio, igual o más cuantiosa que la destinada al textil, sea este barato o imposible para los bolsillos del consumidor barcelonés.

El Seminari | Jordi Corominas

A partir de este punto existe una opción diáfana para modificar la visión de lo central mediante una serie de combinaciones. Estos últimos meses, además de estas novedades regeneradoras desde lo libresco, hemos asistido al cierre de Seminario, síntoma de cómo un mundo se hunde y un edificio emblemático queda libre una vez muerto el dúo decimonónico que combinaba laicismo, con sede primigenia de la Universitat de Barcelona, y religión.

¿Podríamos juntarlos con una gran biblioteca? Esto es soñar en voz alta, disculpen. Sin embargo, sí es cierto que nadie atiende mucho a cómo es viable otro matrimonio, quien sabe si más sólido con la participación económica del municipio, muy ufano por vender un falso renacimiento cultural en algunas radios mientras no pisa el suelo desde donde debe ejercerse.

La Universitat de Barcelona | Jordi Corominas

Si lo hiciera comprobaría como la boda a realizar sería la de museos, centros culturales y librerías en el área más frecuentadas por locales y turistas. Basta fijarse un poco, prescindir de las marcas comerciales y remarcar las culturales, desde el mal gestionado museu del Modernisme del carrer Balmes, las galerías supervivientes en Consell de Cent, la Fundació Tàpies del carrer Aragó, la Sunyol de passeig de Gràcia, el museo del Perfum en la misma avenida, la astracanada del White Rabbit, la Pedrera y bien, qué voy a contaros, el patrimonio modernista visitable quizá merecería tener más repercusión sin tanta tontería, así como algunos Institutos Culturales, como el italiano, sito en el histórico passatge de Méndez Vigo, donde el Barça tuvo su sede social en el primer Franquismo.

La Pedrera | Jordi Corominas

Si seguimos con la retahíla, que podría ir del Coliseum hasta las casas Cerdà en Consell de Cent, nos daríamos cuenta de cómo estamos ante un tesoro ignorado desde varias ópticas. Una, la esencial, estriba en la escasa distancia entre todos estos lugares, todos ellos con ofertas diferentes que se conforman con, si la tienen, tiendas más bien misérrimas, muy adecuadas desde el provincianismo imperante, como si sus responsables no hubiesen viajado por museos, lo que justificaría la pobreza de libros y material cultural digno de ese nombre en su repertorio.

Si estas instituciones fueran listas, y con ellas el Ayuntamiento, debería activarse una simbiosis con el alud de librerías, que además de proporcionar a los lectores la idiosincrasia de cada uno, alargarían su criterio para tener a disposición del público títulos que versaran en profundidad sobre las exposiciones y propuestas de la temporada, como es normal en el resto del Viejo Mundo.

La Fundació Tàpies | Jordi Corominas

De este modo, este sector del Eixample podría devenir un mosaico de muchísimos quilates, con las librerías y los demás equipamientos culturales como teselas de una totalidad interconectada entre sí para mostrar, sin muchas dificultades, una riqueza poco comprendida tanto por las autoridades como por algunos recién llegados.

La Thyssen, en vez de pensar en destrozar un inmueble patrimonial como el Palau Marcet debería ser la primera en apuntarse a la idea, para así desestimar una Cultura basada en el neocapitalismo y promover otra que vertebrara la ciudad desde parámetros opuestos a los actuales, algo nada descabellado porque los ingredientes están en la mesa del cocinero y sólo con mezclarlos de manera adecuada podría lograr un gran plato de consenso que rompiera la dinámica homologadora y más bien reacia a crear un tejido ciudadano original con relación a otras urbes del Viejo Mundo. El temor, huelga decirlo, no es solo el ponerse una venda en los ojos del poder, sino la prolongación de su cinismo, donde los trenes funcionan bien y ampliar aeropuertos es lo más urgente del universo mientras entonan Free Palestine sin despeinarse ni siquiera pestañear.

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