Política

Algunas respuestas intolerantes que se perpetraron en numerosos ayuntamientos catalanes no tienen nada que envidiar a las reacciones aireadas de la ultraderecha. Probablemente el 99% de independentistas no son ultras. Pero se puede llevar la estelada y ser tan fascista como quien se envuelve en la bandera de la gallina

Después de la tensión vivida en las plazas durante las sesiones de investidura de este fin de semana, diversas voces destacadas como Arcadi Oliveres o Tica Font (ICIP) alertan de una polarización que responde a una frustración que se “vierte sobre los demás, no sobre los dirigentes”. Hablamos de esa jornada en que el escenario habitual de los improperios se trasladó de Twitter a las plazas y los salones de los Ayuntamientos

Este sábado se han cerrado dos semanas intensas de negociación de las que, como las elecciones, se auguraba que no se sabría el resultado hasta el final. Con un apunte bien diferenciado: la noche electoral Colau prácticamente renunciaba a la alcaldía y hoy, la alcaldesa del cambio reedita un pacto con el PSC, con el apoyo de Valls, y relega a Maragall en la periferia del gobierno

Lo que importa es continuar con un proyecto de reducción de las desigualdades. Cuando la bandera deja de ser la vivienda, la pobreza, la equidad… La izquierda pierde su sentido. Recibir los votos de los rivales políticos bajo estas premisas es la política, hacer política para ser útiles a la ciudadanía

Barcelona en Comú, el partido de Ada Colau, es un error del sistema porque ha conseguido poner en el centro asuntos que eran negados o silenciados. Y porque ha llevado a las instituciones otras maneras de hacer política. Ahora es necesario que se encuentren las opciones que quieran gobernar con estos criterios