El año 1974 estudiaba cuarto de bachillerato en el instituto Alexandre Satorras de Mataró. Un día de primavera, lo recuerdo bien por la luz clara y azul que entraba por los ventanales de nuestra aula del primer piso, en clase de religión hice una exposición sobre la pena de muerte a raíz de las ejecuciones al garrote vil de Salvador Puig Antich y Heinz Chez. Se lo había propuesto unos días antes a sor Carme Rullo, una mujer valiente e inteligente de la congregación de las Francesas de Mataró, que por suerte nuestra se preocupaba más de salvar mentes que no espíritus. Después de clavarme esa mirada que parecía hosca con la que pretendía que nos interpeláramos sobre nuestros actos, preguntó si había participado en alguna acción contra la condena al joven anarquista. Le dije que había estado en la plaza de las Tereses días antes, y que era la primera vez que participaba en una reunión de carácter político. –Pues esta será la segunda, y te tocará ser el protagonista, sentenció.

Sin ser especialmente brillante, pero sí muy militante, mi debut político disfrazado de exposición sobre la pena de muerte en la clase de religión del instituto, fue un éxito. Basé el relato en una revista clandestina (portada rojo sangre con las fotos de los dos reos) que me documentó bien sobre las dos condenas pero que no recuerdo cómo conseguí. Con un cierto tono dramático y reivindicativo que fue creciendo poco a poco, conseguí captar la atención de la gente de la clase que, en los últimos minutos, incluso se atrevieron a hacer algunas preguntas. Sentada en la mesa del profesor, sor Rullo se lo miraba con un aire condescendiente; pero al acabar me dijo que me ponía un nueve.

Lee el capítulo 2 entero en París/BCN…

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