Una parte de la generación de la clandestinidad antifranquista se diluyó con la muerte del dictador. Sus objetivos políticos fueron superados por el hecho biológico (eufemismo de la época), y provocó que el colectivo de los nacidos a partir de finales de los cuarenta diera gradualmente por acabada la época de compromiso. Fue el final de la gauche divine y los clones, el aletargamiento del movimiento universitario y la profesionalización de una nueva clase política hija de aquella generación.

Pero una vanguardia de aquella quinta, escondida hasta entonces, encabezó una revuelta social y cultural que agitó los años setenta creando una idea de yo colectivo, de que los nuevos tiempos tenían que ser la aventura de todo el mundo y que, solo desde la toma de conciencia de los derechos de cada uno, se conquistaría la justicia y la libertad. Movimientos vecinales, homosexuales, mujeres, artistas y todos los grupos marginados de la oficialidad antifranquista protagonizaron la última rebelión que ha vivido el país. Con la consigna no escrita de “me rebelo, luego existimos”, una autentica proclama contra las desigualdades de hecho, se creó un lugar común que sirvió para sacar a la generación del baby boom de su soledad juvenil, y le otorgó un papel de actor desobediente en la nueva sociedad que se vislumbraba.

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