En el umbral de los baby boomers, José Montilla (1955) gobernó al margen de la política (actitud que, precisamente, define a los supervivientes en política). Con un perfil de presidente de diputación llamado a Palacio para inaugurar obras e invitar a meriendas, tuvo el honor de estrenar los últimos hospitales que se han construido en la Cataluña metropolitana, y el escaso mérito de cortar la cinta de un aeropuerto sin aviones; quiero decir, que su gloria se reparte al cincuenta por ciento.

Con ese carácter amansado, el ex alcalde de Cornellà solo hizo que propiciar el retorno al poder de Convergència, cosa que sucedió en las elecciones de noviembre de 2010. Un año más joven, Artur Mas (1956), fue pionero de la generación mayoritaria del cambio que llegaba a la presidencia de la Generalitat. Con pose de pijo de la época de la Cota 74 (paradigma de los chicos acomodados de aquella quinta) y discurso profundamente neoliberal y épicamente patriótico deslumbró a muchos de sus coetáneos que, por la edad y las cornadas de la vida, ya empezaban a ir justos de vista, algunos de razón, y la mayoría de bolsillo; porque los embates de la crisis, como siempre, se estaban encarnizando en la sufrida clase media.

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