El calor apretaba en Barcelona. Era mediodía y las barrigas rugían. K. U., un bangladesí de 38 años, abogado en su país, y que llevaba unos días en la capital catalana como turista, esperaba a un amigo para comer cerca de la parada de metro de Liceu. Pero aquel día K. U. no comió y, para cuando se encontró con su amigo, ni siquiera podía masticar: un policía le había destrozado la mandíbula minutos antes, en 42 segundos en una sala sin cámaras en una comisaría, y previa detención sin motivo justificado. El amigo de K. U. denunció los hechos, pero la causa se archivó. Era julio de 2011.
Cuando las operaciones para reconstruir su maltrecha mandíbula le dieron respiro, K. U. acudió al Servicio de Atención y Denuncia para las Víctimas de racismo y xenofobia (SAiD). Desde allí le proporcionaron un abogado, Josep Granados, que tras interponer un recurso consiguió reabrir el caso. Hicieron falta cinco años de intenso trabajo penalista para que en junio de 2017 el juez fallara a favor de K. U. y condenara a un agente de la Guardia Urbana a un año de prisión, que no cumplió por no tener antecedentes, y a pagar 10.000 euros por los hechos.
Meses después de aquella sentencia, Granados valora el regusto agridulce del fallo. Se condenó –apunta el abogado– “extraordinariamente” a un policía, pero ni siquiera un caso “tan evidente” de motivación racista en la agresión fue tenido en cuenta, ni siquiera se aplicó el agravante de abuso de autoridad.
Según Granados, sin la persistencia y la motivación antiracista del SAiD (servicio que ahora cumple 25 años), la carrera judicial de K. U. jamás hubiese prosperado. “Son muchas las personas que ni siquiera quieren denunciar, pasar un periodo tan tenso y amargo después de unos hechos tan traumáticos… El racismo hace que para algunas personas la administración de justicia sea un campo minado”.
Josep Granados, ya fuera del SAiD y dedicado al ámbito académico, destaca que sus defendidos lo han tenido “todo siempre en contra” y que el caso de K.U. fue especialmente aterrador y largo. Tuvo que luchar contra viento y marea para lograr una condena que dejó a K.U. insatisfecho. “Hablé con él la semana pasada. Sigue tomando una pastilla diaria para los dolores y no sé cuántas operaciones lleva. A él le ha quedado la sensación que le han roto la vida y que su agresor sigue libre”, comparte Granados desde el mismo lugar, en plenas Ramblas de Barcelona, en que K. U. empezó su vía crucis hace ya siete años.
Más allá del incidente, K.U. sufrió diversas “vulneraciones” durante sus seis años de causa abierta en el juzgado. Motivos que hace que muchos tiren la toalla. Granados los enumera.
Según el abogado, K. U. fue recibido como un mentiroso desde el primer momento. “Un caso clarísimo de prejuicio”. Tal y como recuerda Granados, el juez incluso los “humilló” en el pasillo antes del juicio y le preguntó a K. U. si tenía papeles. Él dijo que no, a lo que el magistrado respondió: “Ya sabemos qué pasa con los extranjeros…”. Granados propuso al juez que le mirara la boca, y que tomara nota del informe médico que constaba que se la habían roto. “¿No había hipótesis alternativa… Lo había hecho él mismo?”.
Durante el mismo juicio también hubo problemas con la traducción. Los técnicos consideraron que un traductor pakistaní que hablaba bengalí era suficiente para que se diese la comunicación. “Pese a que el bengalí y el bangla no se parecen en nada, nos adjuntaron una hoja de Wikipedia que mostraba que era la misma lengua”, rememora Granados.
Más allá del caso de K. U., el abogado cita en tres los niveles de vulneración para las víctimas de racismo con los que se ha encontrado en sus años de servicio en el SAiD. “Uno acaba casi celebrando que hayan absuelto a la víctima de racismo, porque los niveles de vulneración son tantos… El primero, cuando se sufre el ataque racista; luego cuando se accede a una administración de justicia y se niega que nada haya pasado; y el tercero, cuando es incluso la propia persona que ha recibido el ataque acaba siendo acusada por las autoridades, por atentado o falta de respeto a la autoridad”.
Para Granados haría falta un cambio profundo que dejara de proteger a las autoridades. K.U., en un relato recogido por SOS Racismo tras el fallo de junio de 2017, apoya la tesis de su abogado: el hecho de ser extranjero mina las posibilidades en los juzgados. “No tenía opción de poner ningún otro recurso. No hubiera ganado nada mejor. Soy extranjero. Muchos papeles y malas personas en el mundo de los juzgados. No me he sentido tratado igual que los policías. Me he quedado enfermo hasta la muerte. Dolor de cabeza, dolor de dientes. No puedo comer bien, y no puedo hacer muchas otras cosas. No puedo trabajar fuerte. Siento que nadie lo ve y nadie lo sabe. Sólo Dios”, zanja K.U.


Catalunya Plural, 2024 