Ana se sienta en el borde del escenario de madera que encabeza una de las salas grandes de la Lleialtat Santsenca, en Barcelona. Las luces todavía están apagadas y, en la penumbra, todavía destaca más su camiseta verde de la PAH, que luce por encima de su ropa de calle. Acompañada de cuatro mujeres más, activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), la Alianza para la Pobreza Energética (APE) y el Observatorio DESC, cuenta su historia. Que es la de cientos de mujeres que son desahuciadas y sufren cortes de suministro eléctrico.
Hace más de 15 años que Ana dejó Bolivia, y con ella a amigos, familia y unos estudios a medias que aquí nunca continuó. En cambio vino con su marido, con quien compró una casa, aún siendo “indocumentados, porque el mercado no nos dejaba alquilar”. Situación irregular, trabajo en negro y una burbuja inmobiliaria a punto de explotar son tres ingredientes básicos que han sentado las bases de la emergencia habitacional actual. “La hipoteca comenzó a subir y no pudimos pagar. Esto derivó en problemas familiares: fui maltratada por mi marido, que me echó de casa”, recuerda Ana. Ahora, su ex pareja se encuentra expulsado del país, pero se llevó a los hijos con él, y Ana todavía no los ha recuperado. Espera poder pagar la deuda de la hipoteca que, por cierto, a su marido le ha sido condonada.
Con un sueldo de 600 €, trabajando 40 horas a la semana, y una deuda de 171.000 €, fue el mismo banco quien recomendó a Ana que se dirigiera a la PAH, después de que su piso fuera adquirido por un fondo buitre. A pesar de la amenaza de desahucio, gracias a la presión de la Plataforma, Ana no forma parte de los 43 desahucios que se producen cada día en Catalunya, “pero con rentas inferiores a los 600 euros y alquileres en un promedio de 800 en Barcelona, no hay que hacer muchos números para ver la situación de emergencia”, asegura Irene González, miembro de la APE.
¿Dónde están los datos de la feminización de la pobreza?
El riesgo de pobreza es una situación en la que se encuentran cientos de personas, incluso con un techo bajo el que dormir y un trabajo, pero que afecta con mayor incidencia a ciertos colectivos vulnerables. Migrantes, trabajadores poco cualificados etc. Y las mujeres. Ellas son víctimas de una doble vulneración de la que se habla mucho pero sobre la que se trabaja poco. “Últimamente todo el mundo tiene en la boca el término feminización de la pobreza, pero ¿cómo lo sustentamos? ¿Dónde están los datos? “, Se pregunta González, quien añade que sin cifras no hay políticas públicas posibles.
Hay mucha dificultad para encontrar datos disgregados por género que soporten las hipótesis de la feminización de la pobreza y, más aún, que se realicen en base a una interseccionalidad de varios factores. Por ejemplo, tomando los datos de riesgo de pobreza elaboradas por el IDESCAT (2016) las mujeres se sitúan en un 19% mientras que los hombres en un 18.9%. Estos datos desmontan, aparentemente, por completo la feminización de la pobreza, pero la cosa cambia si se presta atención a cómo se han elaborado las estadísticas. Y es que esta cifra surge de tomar la situación económica de cada hogar. Por lo tanto, la realidad se refleja mejor tomando el indicador de riesgo de pobreza bajo supuesto de autonomía, que se calcula en base a los ingresos individuales. Así, mientras la tasa masculina es del 25,7%, la de las mujeres sube hasta el 49,7%.
Estos datos se acercan mucho más a las realidades que organizaciones como la APE y la PAH conocen de cerca y que, además, arrojan luz sobre una realidad cruda que no suele ser cuantificada en las encuestas: “mirando la diferencia entre el supuesto de autonomía y la situación en el hogar, entendemos que la situación económica hace que muchas mujeres víctimas de violencia de género no puedan abandonar el hogar sin pasar por el riesgo de no poder subsistir”, apunta González. Volvemos, pues, a la múltiple vulnerabilidad de las mujeres. “Los colectivos más oprimidos, dentro de las mujeres como genérico, como las que viven violencia de género, las ex convictas, jubiladas, cuidadoras, paradas, migrantes o madres solteras sufren, en un tanto por ciento muy alto, pobreza energética o emergencia habitacional “, aseguran desde la APE.
Es por ello que estas asociaciones se han decidido a realizar el informe Perspectiva de género sobre el derecho a la vivienda y la pobreza energética en Barcelona, que nace de la imposibilidad de encontrar datos disgregados por género pero también con la voluntad de paliar “la visión reduccionista de la mayoría de informes basados en datos. Las cifras son necesarias, pero también hay que añadir realidades cualitativas a estos informes para representar el cuadro de verdad “, asegura González. Así, el informe se basa en el cruce de datos (recogidos en 166 encuestas de 247 preguntas por el Observatorio DESC, Ingeniería Sin Fronteras, la APE, la PAH y la Agencia de Salud Pública a sus usuarios) con entrevistas cualitativas a 8 personas. “Los datos solos no dan voz a quien pasa por este proceso de inseguridad”, concluye González.
Hogares monomarentales y mujeres dedicadas a los cuidados, las más vulnerables
“La fuerte vinculación de las mujeres con las tareas de cuidados y su poca consideración, a pesar de estar en el centro de la vida, hacen que las dificultades de generar ingresos recaigan más fuertemente sobre nosotras”, apunta González. Cuidar de los niños o personas mayores, limpiar o cualquier otra tarea de cuidado, ya sea en el propio hogar o externalizada, es un trabajo que recae mucho más en las mujeres que en los hombres (es la actividad principal del 20,6% de mujeres en edad activa, frente a la del 2,5% de los hombres). Pero no es sólo que se trate de una actividad altamente feminizada, sino que la precariedad de las personas que se dedican a los cuidados sólo recae en las mujeres: el 82,4% de de mujeres que trabajan en este sector están en riesgo de pobreza. Entre hombres la tasa es del 0%.
Ana es una de esas mujeres que se dedican a las tareas de cuidados; después de trabajar como limpiadora durante 14 años en la misma empresa, ahora se ha quedado en paro. “La limpieza, y mucho menos los cuidados, son trabajos que no se reconocen en ningún gremio ni como ocupación. Sumar esto a la situación de inestabilidad en la vivienda hace que te increpen aún más diciéndote cosas como que quieres vivir por la cara y que te busques un trabajo, cuando en realidad ya lo tienes”, se lamenta Ana .
Este acoso que se vive, no sólo por parte de los bancos y de las compañías, sino también social, lleva a una de las peores y más escondidas consecuencias de la emergencia: la vergüenza y la depresión. “Yo bajaba la cabeza cuando pasaba frente a la sede bancaria. No me atrevo a iniciar el proceso legal para recuperar a mijs hijos, que aún están en Bolivia”, se lamenta. Ella ahora vive, pues, sola, pero la situación de los hogares monomarentales es aún más grave. Aunque realmente son dos sectores, el de las mujeres cabeza de hogares monomarentales y el de las que se dedican a las tareas de cuidado, que se interrelacionan.
De entre las usuarias de la PAH y la APE que han respondido a las encuestas del informe pertenecientes a hogares monomarentales, el 40% se dedican a tareas de cuidados (por cuenta propia o ajena). Siguiendo la línea, el 40% de desahucios se hacen en hogares monomarentales. Y es que las mujeres que viven solas cuentan con unos ingresos medios de 550 euros, mientras que cuando residen en pareja, la cifra sube hasta los 700. “Estas evidencias, que no son más que recopilaciones de experiencias, nos hacen ver que padecemos un sistema de protección patriarcal y machista que todavía no ha entendido que la figura familiar tradicional está mutando y que se deben crear espacios y normativas de atención y protección a núcleos no normativos”, asegura González.
Datos feminizados, recogidos en asociaciones feminizadas
Así como las encuestas oficiales esconden a los colectivos vulnerables, en el informe de la PAH y la APE están “sobrerrepresentados”, tal como ellos mismos afirman. Y es que, recordemos que las cifras han sido recogidas entre los y las usuarias de estas organizaciones, que están “tremendamente feminizadas”, apunta González. De 166 encuestas realizadas, 140 eran mujeres y de éstas, el 40% formaban hogares monomarentales y el 50% eran inmigrantes: “esto es porque son ellas las que hacen red, las que necesitan el colectivo y las que aún se ven discriminadas por una distribución de roles desiguales entre géneros”.
“El sistema no está pensado para ser mujer, y mucho menos sola y migrante”, como es el caso de Ana. Asegura que no es hasta que recurrió a las alianzas colectivas de la PAH, que volvió a recobrar la fuerza que la depresión y la vergüenza de su situación le habían robado. Sobre la pregunta de si estos datos victimizan aún más las mujeres ella, ya con las luces del escenario de la Lleialtat Santsenca brillando sobre ella, radiante el verde de la camiseta de la PAH y con la sala llena de gente que ha venido a la presentación del informe y que ahora la escucha, responde que no. “Sólo muestran la fuerza que tenemos las mujeres para resistir cuando nos asociamos”.




