Eitan Bronstein vive en Israel desde que tenía 11 años. Nacido en Argentina, se mudó con su família a Tel-Aviv, donde reconoce que se crió como un “buen israelí”. Fue la primera guerra del Líbano y, sobretodo, la segunda intifada lo que le hizo empezar a ver cosas que no le gustaban. Estuvo preso en diversas ocasiones por objeción de conciencia mientras estaba en la reserva del ejército y, poco a poco, su rechazo a la violencia contra el pueblo palestino, “al que Israel siempre verá como un enemigo”, lo convirtió en un activista antisionista en el mismo seno del sionismo.
Bronstein ahora ocupa el cargo de co-director de la organización israeliana (De)colonizer, que trabaja para conseguir el derecho al retorno del pueblo palestino a Israel, entendiendo el territorio como “la casa de ambos: ellos fueron expulsados de su hogar, pero ahora esta tierra también es mi casa…”. Bronstein reconoce que es un sentimiento “complicado” pero asume también que el retorno del pueblo palestino es la única manera de que los israelíes “dejen de ser colonos”.
Desde (De)colonizer asumen que este cambio en Israel no se dará sin la presión internacional; por ello realizan diversas actividades y exposiciones pedagógicas alrededor del mundo como la muestra “Reviviendo Al-Ma’in en Nir-Oz”, una exposición que narra la vida en el espacio que ocupa un kibutz antes de la llegada de los israelíes. “La negación de la memoria es la base de la identidad israelí”, dice Bronstein. Por ese motivo, confrontar al pueblo a un pasado que, a menudo es negado, es clave para la reconciliación.
La exposición ha llegado a Catalunya, de la mano del Fons Català de Cooperació, donde se inauguró a mediados de octubre en Castelldefels. La muestra pasará por seis municipios más, itinerando diversos meses por Tarragona, Terrassa, Sant Adrià del Besós, Rubí y Granollers. “El objetivo es poner sobre la mesa el conflicto desde una vertiente educativa para sensibilizar a los alumnos de las escuelas”.
Este trabajo también se hace sobre el terreno catalán desde hace años, fruto del esfuerzo de la asociación Junts, un organismo que agrupa judíos y palestinos en Catalunya y cuya miembro, Dominique Salomon, acompañó a Bronstein durante su estancia en Barcelona. “Hacemos trabajo de explicación, porque la gente aquí sabe muy poco. Se tiende a confundir el antisionismo con el antisemitismo y ese es uno de los errores que da fuerza a Israel”, apunta Salomon.
La exposición se inauguró en Israel, en la última casa que quedaba en pie antes de la constitución del kibutz Al-Ma’in.
El proyecto empezó con un libro del palestino Salman Abu Sitta, que nació en Al-Ma’in y que a los 11 años fue expulsado. El libro trataba de la vida antes de Israel y de la Nakba y, tras publicarlo, me pidió si querría traer su historia a los israelíes que viven en su tierra. La única casa que queda de la época palestina en Al-Ma’in es ahora una galería de arte y es allí donde se expone la obra. Los israelís que son más o menos liberales están abiertos a saber qué pasó, porque realmente no tienen ni idea de que había palestinos viviendo en su misma tierra.
Así que intentamos retornar la historia de Al-Ma’in a casa; conseguimos una foto aérea del lugar de 1945 en la que se ven las casas. Un amigo periodista encontró a una persona que vive en la franja de Gaza originario de Al-Ma’in. Resultó ser, además, nieto del palestino al que perteneció la casa que ahora es la galería de arte. Así que, sobre esa foto, marcamos los lugares que recordaba de su infancia.
Y ese mapa viajó de Gaza al kibutz de Al-Ma’in. Todo el proyecto está relacionado con el retorno al hogar. El vídeo, que es la principal pieza de la exposición, empieza en Tel Aviv, en mi casa, pero que a la vez es la mía y la de los palestinos. Puede ser una verdad paralela o tal vez contradictoria, pero la realidad es así, compleja.
¿Cómo fue la reacción de los habitantes del kibutz?
Éso es precisamente parte importante del proyecto: las emociones. Hay gente que niega hasta hoy que hubo palestinos viviendo en sus casas -aunque algunos de ellos incluso lo vivieron. Otros se muestran conmovidos, ya que no sabían nada. A pesar de que, en algunos lugares del kibutz todavía se conservan ruinas sin identificar de la época palestina.
El proyecto es un esfuerzo para trascender las fronteras coloniales que ha construído Israel. Y es que desde la galería se pueden ver las casas de las personas que habitan en la franja de Gaza, en la ciudad de Husah, que está a tres kilómetros. Esos pocos metros constituyen una distancia mucho más grande que la que hay hasta Barcelona…No sólo es que no se puedan encontrar, es que hay miedo y odio. Queremos desafiar las fronteras y mostrar las posibilidades artísticas de conectarnos, porque la separación es lo que mantiene la identidad israelí como colonos, sobre un miedo y violencia permanentes.
¿De qué manera vive el pueblo israelí esas fronteras?
Son muy conscientes de ellas y a veces también sufren su violencia. Hay un ejemplo interesante: para el vídeo, construí una cometa con la imagen aérea de Al-Ma’in, que intenté hacer volar hacia Gaza. Los habitantes de la zona sabemos que el viento siempre va de Oeste a Este, por lo que la cometa es incapaz de cruzar la frontera. Luego del vídeo, quise conservar la cometa como un elemento más de la exposición, pero muchos israelíes, cuando ven una cometa entran en pánico, porque les recuerdan a las que hacen volar los palestinos, en llamas.
El director de la galería me grito “¡para mí, cometas son terror!”, cuando le expliqué la idea. La intención es hacer algo que provoque emociones en los israelíes que les hagan reflexionar.

Algunas veces has dicho que la identidad israelí se construye sobre la negación de la historia.
Tras la inauguración, un periodista de la derecha llamó a un vecino de 94 años del kibutz, uno de los primeros en llegar, y le explicó la exposición que hacíamos en Al-Ma’in. El anciano reaccionó diciendo que no se podía permitir que se contara esa historia, porque antes del kibutz no había nada. Normalmente, los hombres, aunque acepten que había un pueblo antes que ellos, no están de acuerdo con la idea del derecho de los palestinos de retornar a su tierra. Son las mujeres las que sí se muestran a favor de la convivencia.
En la exposición, damos la oportunidad a los visitantes de escribir mensajes que luego llevamos a los refugiados palestinos de Al-Ma’in. Casi todos los mensajes son de mujeres y son realmente lindos.
En Europa se habla mucho de la lucha palestina, pero poco del movimiento antisionista dentro de Israel. ¿Cómo es?
Cada día es menor, porque los antisionistas abandonan Israel. Es precisamente la gente que lucha la que se va y los que nos quedamos, estamos, a veces, invadidos por la desesperación. No por las amenazas que podamos recibir, sino por el hecho de ver que, aunque las ideas antisionistas van arraigando cada vez más en el mundo, en nuestro propio país cada vez hay más nacionalismo y conservadurismo. No vemos futuro de paz.
A medida que te alejas de Oriente Medio, cuesta más diferenciar entre ‘antisemitismo’ y ‘antisionismo’. ¿Cómo combatiríais esto?
[Dominique entra en la conversación]: Requiere un trabajo enorme, porque la gente no ve la diferencia. No es mala fe, porque para ellos es todo lo mismo, pero oyes comentarios aberrantes sobre el pueblo judío de gente que milita en partidos de izquierda…
Eitan: Es por el éxito de Israel, que ha conseguido erigirse como representante de los judíos en el mundo. Criticar a Israel, por tanto, puede llegar a parecer antisemitismo. Si Israel te dice que es el pueblo judío e Israel hace cosas terribles, por ende, todos los judíos son terribles…
Dominique: Yo siempre he militado, nunca como judía, porque no soy creyente. Pero después de las matanzas en Gaza para mí se volvió insoportable no posicionarme ni significarme como judía, precisamente para decir que ‘en mi nombre no’.
¿Cómo hacéis este tipo de pedagogía cuando salís de Israel?
Siempre pedimos a las personas que trabajan en Derechos Humanos alrededor del mundo que presionen a Israel y, a su vez, a sus propios gobiernos para que éstos presionen a Israel. No tenemos ninguna esperanza de que algo vaya a cambiar realmente, pero si algo cambia será por las presiones internacionales, parecido al cambio en Sudáfrica con el apartheid.
Pero antes, debemos luchar contra el tremendo poder e influencia que tiene Israel en el mundo, sobretodo a raíz de su industria armamentística. De ahí salen los pactos con Estados Unidos y otros países…porque nuestras armas siempre son mejores, porque están testadas. Ya se probaron con los palestinos, igual que las técnicas de combate. No hay que olvidar que son centenares los cuerpos de policía, entre ellos los Mossos d’Esquadra, que se forman con el Mossad para aprender a reprimir a los movimientos sociales.
Debe ser duro connotarse como activista y antisionista en Israel. ¿Cómo empezaste tu activismo?
Yo nací en Argentina, bajo el nombre de Claudio, y cuando tenía 5 años nos mudamos a Israel con mis padres a vivir a un kibutz. Nos cambiamos los nombres [todos los habitantes de Israel deben tener nombres hebreos] y crecí como un buen israelí. Cuando tenía 18 años, fui al ejército sin ninguna duda. No estoy orgulloso de eso, pero es parte de mi historia. Fue en el ejército cuando empecé a ver cosas que me molestaban hasta que, estando en la reserva militar me llamaron para combatir en la primera guerra del Líbano.
Esa fue la primera vez que en Israel se daba un fuerte movimiento de rechazo y objeción de conciencia entre los llamados a combatir. Yo fui preso por esto y conocí a muchos hombres en la cárcel que, como yo, se identificaban como buenos israelís pero que no querían esa guerra porque iba en contra de nuestros principios y en contra de los intereses de Israel.
Pero mi crisis final, cuando realmente entendí qué era el sionismo, fue en el 2000, al principio de la segunda intifada. Israel mató a centenares de palestinos en Cisjordania, no sé cuántos, pero es importante que no lo recuerde. Dentro de Israel hubo muchas manifestaciones de palestinos israelíes y gente como yo que apoyaba a los palestinos. Aquello era un caos, una ciudad de policías y militares. Al final de una de las protestas, mataron a 13 palestinos. Este numero se hizo famoso, todos lo recordamos, porque eran palestinos que vivían en Israel. Pero a los que mataron en Cisjordania no los recuerdan.
Israel siempre ve a los palestinos como enemigos, da igual si son ciudadanos israelíes; si viven aquí y están quietos, vale. Pero si hacen ruido, Israel atacará. Fue ahí cuando me di cuenta de que Israel es un estado racista y fundamentalista. Si queremos desafiar a esa realidad debemos desafiar a los fundamentos y luchar por la igualdad en educación, lengua y memoria. Si no, jamás nos podremos sentar juntos en la misma casa.
Por ello el derecho al retorno del pueblo palestino es fundamental y para mí, como israelí también lo es, porque es nuestra oportunidad de dejar de ser colonos. Como colonos, vemos esta tierra como algo que nos pertenece en exclusiva. Los palestinos tienen derecho sobre esta tierra (más que los israelíes, pero vamos a hablar del mismo derecho de momento…). Es su momento, porque los israelíes que quisieron volver ya volvieron.


