Bienvenida,
Aunque es poco probable que leas esto, creo que muchas otras personas que tengan la voluntad de venir a nuestra ciudad quizá sí lo harán.
Soy yo, el chico de la gorra amarilla y la perra a la que increpaste el pasado 3 de julio en la parada de Passeig de Gràcia de la línea 3 del metro de Barcelona. Cuando, instantes después de que entrara en el vagón, me recriminaste en inglés haber accedido al metro con mi perra, no supe qué responder. Me quedé paralizado. Tú bajaste en la siguiente parada para continuar con tus días de vacaciones, y yo seguí en el vagón en dirección a mi casa.
Sinceramente, me afectó que me increparas. Más aun teniendo en cuenta que no tenías razón y que mi perra iba atada y con bozal, tal y como establece la normativa del Metro de Barcelona. Pero el motivo que me ha llevado a robar tiempo a mi tiempo y escribirte esto es la reflexión que hice una vez bajaste en tu parada:
¿Cómo puede ser que tú, estando de visita en una ciudad que no es la tuya, increpes a una persona que vive aquí? Demostrando un desconocimiento total de la normativa y una falta de respeto absoluta hacia la ciudad que estás visitando.
Al final, cuando viajamos, queremos vivir como vive la gente del lugar que visitamos. Ser uno más. Imaginar por unos breves instantes qué debe de significar ser una barcelonesa o un barcelonés más. Lamentablemente, creo que, en la ciudad de Barcelona, desde hace ya demasiado tiempo, impera una falta de respeto hacia las vecinas y los vecinos. No solo por parte de los políticos y las instituciones, sino también por parte de quienes venís de visita.
Bienvenida, el otro día se hizo público un estudio que decía que por cada 100 barceloneses hay 913 turistas. 9 a 1. Nueve veces más gente que no vive aquí y que viene a disfrutar de sus vacaciones en Barcelona. Con todo lo que eso implica. Nueve veces más personas a quienes no les importan las políticas públicas ni el bienestar de nuestros barrios. Nueve veces más personas que no saben nada de la progresiva desaparición de las vecinas y los vecinos de los barrios de Barcelona a causa de la gentrificación. De las luchas vecinales. De la lenta desaparición del alma de los barrios. Nueve veces más personas que piensan que esto es un parque temático y que los barceloneses somos figurantes que no deben molestarles. Porque sí, parece que esto es un negocio, y según dicen, en los negocios el cliente siempre tiene la razón, y en el turismo el visitante siempre tiene la prioridad.
Sucede, bienvenida, que tú, en unos días, te irás a tu casa con las maletas cargadas de ropa sucia y souvenirs mal diseñados, en un lugar donde, muy probablemente, no haya un problema de masificación turística. Lavarás la ropa, volverás a ahorrar para el siguiente viaje y nunca más volverás a mirar las infinitas fotografías que has hecho con tu móvil de monumentos que, seamos sinceros, no te importan.
Nosotros, en cambio, nos quedamos aquí. Con un Gaudí y un Picasso que no podemos disfrutar. Y cada día vemos cómo nuestra ciudad se vende cada vez más a las comodidades de quienes venís de visita. Nos quedamos aquí con una publicidad del ayuntamiento hecha en inglés, con los comercios de nuestro querido Gòtic que ya no son para los vecinos, con los cafés de Gràcia donde ya no hay abuelos y con carriles bici que se modifican para que podáis hacer cola tranquilamente delante de la Casa Batlló.
Es triste, bienvenida, es muy triste ver que estamos perdiendo Barcelona. Es triste ver que el turista ha vencido al viajero, pero aún es más triste ver que ha vencido a la vecina y al vecino. Es triste ver que las instituciones, en lugar de hacer políticas que prioricen el bienestar de las barcelonesas y los barceloneses, fomentan cada vez más la llegada de personas que vienen a hacer turismo. Es triste que no me respetaras, bienvenida. Porque, al no hacerlo, no estabas respetando Barcelona.
Para acabar, bienvenida, también creo importante hacerte llegar un dato en nombre de Selva, la perra que vive conmigo, mi pareja y mis dos hijos:
El 29 de marzo de 2023, el Estado español aprobó la ley 7/2023. Una ley según la cual los perros dejaban de ser “cosas” y pasaban a considerarse miembros del núcleo familiar. Con ello, los perros gozan de unos derechos que, básicamente, quieren que sean tratados con humanidad, empatía y respeto. Básicamente, como las barcelonesas y los barceloneses queremos ser tratados.


Catalunya Plural, 2024 