Desde 1956, el Festival de la Canción de Eurovisión o, simplemente, Eurovisión, se lleva celebrando de forma ininterrumpida. Es el concurso televisivo más longevo del mundo y la idea detrás de su creación era la de generar unidad y cohesionar los lazos entre los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, de la Europa Occidental en el contexto de la Guerra Fría y la lucha de bloques entre Occidente y la URSS. Perdón, igual me he excedido: seguramente todo esto no tenga nada que ver, a veces se me olvida que Eurovisión es un certamen apolítico.

No obstante, hagamos un esfuerzo. Supongamos por un momento que la política sí que tiene algo que ver con Eurovisión. Lo sé, es una ficción muy especulativa pero, insisto: hagamos un esfuerzo. En este caso, si el nacimiento del certamen tuviera algo que ver con la situación política de Europa a mediados del siglo XX, tendría cierta lógica pensar que, aunque el criterio musical pudiera tener algún peso a la hora de puntuar a los diferentes participantes, este no sería sino un criterio más y, probablemente, un criterio secundario. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que las situaciones y acontecimientos políticos, las simpatías o, directamente, las alianzas políticas entre países estarían influyendo demasiado en las votaciones y, de este modo, afectarían sustancialmente al devenir de cada edición del concurso.

Pero el Muro de Berlín cayó, la URSS colapsó y Francis Fukuyama nos dijo que la historia ya había terminado: nunca más habría bloques, todos estábamos ya en el mismo barco. Ciertamente, para ser un autor en las antípodas de lo que representaba el movimiento hippie, casi parecía que podría haber dicho aquello de que a partir de ahora seríamos “ciudadanos de un lugar llamado mundo”.

Sin embargo, y siguiendo el extraño pensamiento hipotético según el cuál Eurovisión tendría algo que ver con la política, el hecho de que las causas políticas originales que daban sentido al concurso se desvanecieran no había de significar que estas no puedan ser reemplazadas por otras causas. Al fin y al cabo, mucho antes del colapso de la URSS ya había motivaciones políticas secundarias y regionales que determinaban el signo del voto en muchos casos.

En cualquier caso, estamos hablando de 68 años de historia y el artículo no puede ser muy extenso, así que pasemos rápido a otro momento clave. Estamos en el año 2022. El 24 de febrero de este año Rusia comenzó una operación especial en Ucrania que, a la postre, significaba una invasión terrestre. Este hecho marcó el inicio de un conflicto que aún se mantiene vigente y que desde un inicio desencadenó un rechazo importante de la mayoría de las potencias occidentales hacia la acción beligerante de Rusia. Por esta razón, Rusia fue vetada en su participación en el festival de Eurovisión de 2022. Por cierto, Ucrania ganó dicha edición (supongamos que por méritos propios, por supuesto).

Y así llegamos a 2024. En esta edición del festival, la organización se ve obligada a pronunciarse respecto a la participación de Israel en el mismo. Esto sucede así porque hay un murmullo importante alrededor de esta edición. Desde el atentado acaecido el 7 de octubre de 2023 en suelo israelí, la represión del gobierno de Tel Aviv contra Gaza (y, de forma más indirecta, Cisjordania) ha sido brutal. Es difícil poder decir que meramente se está combatiendo a un grupo terrorista cuando tienes a una cuantiosa población civil tan expuesta y siendo masacrada en números que asustan a propios y extraños. Así las cosas, y teniendo en cuenta precedentes recientes como el de Rusia en 2022, el murmullo en cuestión clama por el veto de la organización del festival a Israel. No obstante, Eurovisión se pronuncia al respecto: este no es un certamen político.

Sí, habida cuenta de los precedentes, creo que ha quedado claro que el Festival europeo de la Canción está lejos de ser un certamen político. De hecho, la presunta ejecución de un genocidio deberíamos considerar que tampoco es motivo de veto: es tan aburrida la política internacional…

Pero sigamos con el ejercicio especulativo que he propuesto. Sigamos suponiendo que la política tiene algo que ver con Eurovisión. Imaginemos que no es casualidad el hostigamiento hacia las banderas o hacia cualquier muestra de apoyo a la causa palestina (que a veces apenas es simplemente el rechazo al masacramiento), que las declaraciones “patrióticas” de la representante de Israel en Eurovisión tienen algún contenido e intencionalidad política, o que el intento de ganar el televoto (pago mediante) de forma organizada, en cuantos más países mejor, por parte de Israel no es casualidad. Insisto, supongamos que todo esto tiene algo que ver, aunque sea remotamente, con la política.

Es más, supongamos que Eurovisión no es únicamente un Festival de la Canción. O incluso: supongamos que en esta edición 2024 no deberíamos hablar de Eurovisión sino de Euroabyección. O de vergüenza absoluta. Pero claro está, todo esto es apenas una suposición. Como si la política hubiera tenido que ver alguna vez algo con este concurso…

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