Desde finales de 2023, la ofensiva israelí a Gaza ha sido brutal y durante todo este 2024 se han ido despejando dudas sobre la naturaleza del conflicto (si es que alguna vez las hubo). Tanto es así que la masacre de los territorios palestinos (pues sí, Cisjordania también existe y allí los colonos no son un problema menor) no fue suficiente, Líbano también ha sufrido y sigue sufriendo gravemente la ira israelí y la amenaza de un conflicto genial de mayor escala con Irán ha estado planeando durante todo el año. Mientras tanto, la Corte Penal Internacional ha dictado una orden de detención para el primer ministro Benjamin Netanyahu.
Respecto a Ucrania, la situación ha tenido múltiples idas y venidas, pero con algo novedoso este año: se han producido incursiones ucranianas en territorio ruso y, más recientemente, se ha recurrido a la utilización de material armamentístico estadounidense dentro de los límites de la Federación Rusa. Por otra parte, las amenazas de Putin y el pánico nuclear también han ido apareciendo de vez en cuando. No obstante, este último punto quizás haya generado un poco menos de tensión de lo esperado: al igual que Pedro con el lobo, la amenaza reiterada durante casi tres años ha hecho que muchos medios y sus respectivas audiencias, así como muchas instituciones políticas, se hayan acostumbrado a ello y aparentemente hayan perdido parte de ese miedo1.
Particularmente intenso ha sido este final de año: victoria arrolladora de Trump en Estados Unidos, autogolpe de Estado fallido en Corea del Sur, la caída del régimen Al-Assad en Siria y, en clave local/nacional, una catastrófica Dana que arrasó España, especialmente Valencia, con un balance de más de 200 víctimas mortales.
Por supuesto, hay infinidad de noticias y acontecimientos de los que poder hablar: las elecciones legislativas en Francia, los estímulos económicos de China, la explotación miserable en las minas de Cobalto de la República Democrática del Congo, las recurrentes astracanadas de Javier Milei, etc. Sin embargo, tengo serias dudas sobre el interés que puede tener una mera recopilación de eventos. Es importante saber lo que sucede, pero lo es en la medida en la que podamos observar determinadas tendencias para saber qué cabe esperar.
En este sentido, una forma de leer 2024 es en clave de continuidad y acentuación de determinadas tendencias macropolíticas. En líneas generales, hay dos tendencias que claramente se pueden observar: el tecnopopulismo y, lo que a mi me ha parecido oportuno denominar como anarcocuñadismo.
El tecnopopulismo es esa suerte de sustitución de la discusión política (en su capa más superficial) por la necesidad de recurrir a alguien, a un técnico/tecnócrata, que decida hacer lo que es “objetivamente” mejor en base a las circunstancias presentes. En palabras de Slavoj Žižek: “los opuestos se reconcilian mediante la exclusión del tercer término: el antagonismo político o la dimensión política misma” (Mundo loco, pág. 10).
Tenemos miles de ejemplos de recurso a la tecnocracia. En España, recientemente, esto se ha vivido con el nombramiento del teniente general retirado Francisco José Gan Pampols como vicepresidente segundo de la Generalitat Valenciana tras la fatídica Dana del 29 de octubre. Para el presidente Mazón, este nombramiento obedece a la necesidad de recurrir a personas ampliamente preparadas y de prestigio que puedan abordar la compleja reconstrucción del terreno. El propio Gan Pampols ha declarado que “no vengo a hacer política, sino a reconstruir”. En principio, estas declaraciones suenan muy bien: alguien que viene a trabajar y no a confrontar, se puede leer como subtexto. No obstante, el tecnopopulismo consiste, precisamente, en obviar que los criterios bajo los cuales se opera siempre son políticos, porque la priorización de recursos o tareas siempre requiere atender a qué es lo que consideramos más importante en cada caso.
Precisamente, las catástrofes tienen la particularidad de mostrarnos de forma cruda los criterios ideológicos subyacentes. Tanto antes de que suceda: que decisiones propiciaron que la catástrofe fuera más o menos grave (construir dónde no se debía, avisar o no con tiempo a la ciudadanía, cerrar o no determinados negocios, etc.). Como después de que haya acontecido: por dónde comenzamos la reconstrucción, que papel ocupa la ciudadanía, la propiedad privada, los negocios, las mascotas, las escuelas, etc. Idealmente se atenderá a todo y se procurará la total reparación, aunque esto sea imposible en cierto sentido, pero el orden y el énfasis de la atención, por poner encima de la mesa solo algunas variables, viene determinado por los valores que consideramos más adecuados en cada caso 2. Y esto sí que es ideológico en un sentido profundo.
Por otro lado, el anarcocuñadismo no requiere mucha presentación. He escrito ya en alguna ocasión sobre ello en este mismo medio y básicamente consiste en algunos posicionamientos de lo que a menudo se denomina como alt right (derecha alternativa) o, más específicamente, anarcocapitalismo, que consisten en la tendencia a querer reducir drásticamente el tamaño del Estado, la fetichización de enemigos internos (ya puede ser la oposición política, el feminismo o, incluso, la existencia misma del Estado) y externos (habitualmente las poblaciones migrantes u otras naciones soberanas) y un cierto anquilosamiento en valores tradicionales 3 que suelen rechazar con vehemencia el derecho al aborto o la filosofía de género, por poner solo algunos ejemplos. Hay muchos matices y diferencias a considerar, incluso en su política económica, pero a grandes rasgos podemos situar en esta tendencia a Donald Trump, Giorgia Meloni, Santiago Abascal y, de forma muy especial, a Javier Milei. Entre estas cuatro personalidades, y muchas otras, hay diferencias importantes que en un análisis sesudo no se podrían minusvalorar. Hay posicionamientos que van desde el posfascismo al conservadurismo, desde el proteccionismo económico al mantra del libre mercado desregulado, etc. No obstante, lo que más les une y los hace semejantes es su carácter literalmente reaccionario; reacción ante la batalla cultural que, en palabras del propio Milei, tienen que dar ahora: son una alternativa real a los zurdos, a la ideología woke, etc.
En cualquier caso, el anarcocuñadismo es indudablemente un movimiento que, en un sentido amplio, es de derechas. Por su parte, el tecnopopulismo no tiende precisamente a la izquierda. Pero este último se presenta como la alternativa para no caer en los “extremismos” (en plural, como si realmente hubiera en la mayoría de casos una alternativa real análoga al anarcocuñadismo pero por la izquierda).
De este modo, la basculación política que tenemos se da entre los Trump, Milei… o los tecnócratas que decidirán fríamente y por nosotros aquello que es siempre mejor en cada caso. Si se me permite la ironía, hasta cierto punto se observó ya en Franco cierta tendencia a la tecnocracia cuando dijo aquello tan manido y socorrido de “usted haga como yo y no se meta en política”.
Y, tal vez, se podrá decir que estas oscilaciones son algo mayormente occidentales. Así, por ejemplo, China ejemplificaría otro modelos no asimilable a estas dos tendencias. No obstante, ¿no se halla en el mismo corazón de la actual política china una suerte de tecnocracia revestida de resignación capitalista?
Este mundo que oscila mayormente entre estas dos tendencias que lo ocupan casi todo en el mundo, no es precisamente un mundo en paz y sin problemas: la crisis climática, los conflictos bélicos, las tensiones en los mercados, la polarización de las sociedades… Todo esto avanza sin frenos. Tal vez, haya que perder el temor a contestar políticamente a lo que no puede dejar de ser político. Es decir, quizás haya que ofrecer alternativas políticas y no “técnicas” al discurso nítidamente político y sin ambages. Pero no me hagan mucho caso, mejor llamen a un experto.
- ¿No es esto sino una simulación de que no nos importa? Es decir, sabedores del peligro real, nadie se lo quiere creer: intuyendo que si se piensa que es una absurdidad, se tornará imposible. Estos pensamientos suelen ser presididos por lemas como: “al final alguien impedirá que se pulse el botón rojo”. Pero, ¿quién será ese alguien?
- Por no hablar de la forma de la reconstrucción: qué hacer y qué no hacer a partir de dicho momento.
- En teoría, el anarcocapitalismo y el conservadurismo social no van de la mano o no tienen porqué. En la práctica, Milei es un claro antiabortista (ahí ya no hay libertad), y Trump también lo es (aunque sea menos anarcocapitalista en un sentido estricto). De hecho, por eso tiene sentido mi etiqueta: anarcocuñadismo, que creo que es bastante elocuente.


